Muchos salen, unos pocos llegan, sólo uno puede ser el ganador. Cada edición del Dakar tiene su parte de misticismo, de épica y de drama. Muchos son los miles de kilómetros que los participantes deben hacer hasta llegar al ansiado podio de Rosario, un lugar en el que por un momento las caras de cansancio se borran y dejan paso a las sonrisas e incluso a las lágrimas de alegría.
Algunos como Marcos Patronelli, ganador en quads, ni tan siquiera esperó al podio y rompió a llorar nada más cruzar la meta fundiéndose en un abrazo con su hermano, Alejandro. El mayor de los hermanos argentinos es un buen ejemplo de que también se necesita una buena ración de fortuna para ganar el Dakar. A dos días para el final se caía y su cuadriciclo daba dos vueltas de campana que cerca estaban de desvanecer sus opciones de conseguir su tercer tuareg. Sólo una de la historias de este Dakar plagado de relatos para no dormir.
