Le Mans nos ha dejado durante los años muchas historias especiales. La edición del centenario en 2023 será un hito muy importante, de nuevo la lucha entre Porsche y Ferrari, la fuerza de Cadillac, Toyota y Peugeot, o la ilusión por parte de fabricantes como Glickenhaus de hacer historia y poder imponerse por delante de todos esos tiburones. La clásica francesa no sólo ha aportado grandes recuerdos en lo referente a lo vivido sobre el asfalto, sino que son miles de anécdotas que rodean a la carrera. Algunas antes, otras durante la prueba en sí misma y muchas en las celebraciones de después.
Precisamente una de las más importantes nos traslada al año 1927, edición en la que los llamados Bentley Boys cosecharon el segundo triunfo en Le Mans para la marca alada. No eran años fáciles, con la amenaza de los conflictos bélicos, todavía con Europa reponiéndose de la primera Guerra Mundial, pero persiguiendo ese afán de crecer tecnológicamente y demostrar las grandes ideas que podían acelerar tanto el ritmo de la vida de la época, como un motorsport que estaba dando pasos cada vez más firmes.
Aquella edición parecía que iba a ser un paseo triunfal para Bentley, sin embargo, el accidente del piloto galo Pierre Tabourin en la curva Maison Blanche provocó que tres de los vehículos de la firma, el de Leslie Callingham, SCH (siglas de Sydney Charles Houghton) ‘Sammy’ Davis y el de George Duller tuvieran accidentes con los restos del Theopile del francés. Únicamente Davis consiguió reemprender la marcha, aunque parecía que su Bentley estaba lo suficientemente magullado como para que allí se acabara su carrera. Llegó a boxes con el chasis torcido, una rueda dañada y el faro roto, todo ello después de haberse bajado del coche y asegurándose de que Duller y Callingham no estaban gravemente heridos.
Se empleó a fondo. Los golpes de martillo resonaban en el pit-lane, únicamente tapados por el paso de los motores por la recta. Se hizo lo que se pudo con cuerdas y pericia, e incluso se sustituyó el faro faltante por una linterna que a duras penas pudo hacer su función situada en el marco del parabrisas. A partir de ahí se emprendió una carrera de persecución por parte de Davis y su compañero, Joseph Dudley Benjafield, un conocido bacteriólogo que además ha pasado a la historia dentro de las carreras por haber sido uno de los socios fundadores del BRDC (British Racing Drivers’ Club).
El Aries líder conducido por Jean Chassagne y Robert Laly no pudo hacer nada para frenar esa cabalgada del Bentley, lo que le llevó a imponerse con veinte vueltas de ventaja sobre el segundo, una distancia que se convirtió desde entonces en la mayor diferencia que ha conseguido un ganador de las 24 Horas de Le Mans.
Tras tal contundente victoria, Bentley recibió la invitación por parte de la publicación anglosajona Autocar, la cual preparó una gran fiesta en el Hotel Savoy de la capital inglesa para celebrar ese triunfo cosechado por la firma en la que ya por entonces era una de las carreras más famosas del mundo a pesar de haber nacido en el año 1923. El 24 de junio, apenas cinco días después de celebrar el primer puesto en La Sarthe, el Bentley 3 litros con el dorsal número 3 era arrastrado al interior del edificio después de haber sido retiradas sus ruedas para que pudiera entrar por la puerta. Completamente sucio todavía de la competición y todavía con los daños surgidos del accidente en Maison Blanche, el Bentley fue el protagonista del salón de baile en el que se sirvió la cena.
La historia se repite en el año 2003:
Curiosamente, más de siete décadas después y a pesar de que por medio hubo otros triunfos británicos en Le Mans, Bentley cumpliría con la tradición y, tras ganar en 2003 la carrera francesa con Tom Kristensen, Dindo Capello y Guy Smith, se encargó de llevar de vuelta su Speed 8 a Londres, donde tuvo que ser desmontado para que pudiera entrar por la reformada entrada del Hotel Savoy y sus famosas puertas giratorias.
Fue tal el punto de complejidad que, el prototipo GTP tuvo que ser despojado de su capó frontal y trasero, los neumáticos y el alerón para que pudiera tener acceso al edificio, al que sólo pudo entrar de forma lateral, o lo que es lo mismo, sobre uno de los costados, concretamente a 45 grados. La operación completa duro tres horas. Tampoco fue limpiado para la ocasión, pero de nuevo, al igual que el tres litros, consiguió atraer todas las miradas durante la cena de gala. En un momento en el que Bentley vuelve a apuntar a un regreso a Le Mans… Quizás es un buen momento de ir tomando medidas a los LMH o LMDh para saber cómo encajarían en la entrada del Hotel Savoy.