Punto y final. El Rallye de Monza iba a ser esa guinda del pastel, ese último baile de despedida para la generación de los World Rally Cars más emocionante no sólo de las últimas dos décadas, sino también la reglamentación que se ganó un hueco en el corazón de los aficionados a base de dejarnos imágenes y duelos espectaculares. Seguro que hubiera sido mucho más emotivo verlos despedirse en el RAC, en Finlandia o en una edición especial del Monte-Carlo, sin embargo, lo que vimos en Italia no desmereció en ningún momento la efeméride, una batalla cuerpo a cuerpo entre los dos candidatos al título simplemente por el honor de ser el último que inscribía su nombre, y el de su copiloto, en este final de era del Campeonato del Mundo.
La lucha durante todo el fin de semana entre Sébastien Ogier y Elfyn Evans más bien pareció una de esas películas de acción cuya batalla final precisamente nos depara un intercambio de golpes entre el protagonista y su némesis, lo que conocemos vulgarmente como “el malo”. Una de esas en las que ambos se van agotando y degradando físicamente hasta que al final uno de los dos desfallece por completo y el otro sobrevive prácticamente con un hilo de vida.
En esta ocasión, el final para ambos fue bueno, pero es cierto que en Toyota se llevaron las manos a la cabeza después de ver cómo Sébastien Ogier creaba una lluvia de chispas después de que el magnesio de una de sus llantas entrara en contacto contra el hormigón de la chicane, mientras que Evans se dejaba más de una decena de segundos después de calar el motor hasta en dos ocasiones, una de ellas al irse largo después de bloquear los frenos.
Los dos estaban llevando esa lucha hasta la extenuación, aunque finalmente los dos llegaron a la meta y aunque la imagen de Evans evidenciaba su pesar porque le hubiera llegado tan tarde esa deslumbrante forma que nos regaló desde Finlandia, sabe que con Toyota está en disposición de ser campeón ya en 2022 si el nuevo Rally1 mantiene los estándares de su predecesor. Para Ogier, el beso con su esposa nada más cruzar la meta deja entrever precisamente por qué ha llegado a este momento en el que decide ‘parar’ a pesar de seguir siendo competitivo y de estar a un paso de igualar a Loeb… El día en que los dos Seb, con nueve años de diferencia, decidieron que habían ganado suficiente.
¿Los nueve de Loeb o los ocho de Ogier?:
Aquí podemos entrar ya en preguntarnos si los ocho títulos de Ogier valen más que los nueve de Loeb. Nunca me gustaron las comparaciones de este tipo y suelo sortear como buenamente puedo cada vez que me pregunta sobre quién es el mejor piloto de la historia de esta u otra disciplina, pero es evidente que el de Gap no ha tenido nada que envidiar en cuanto a carrera deportiva a la del alsaciano. Sus caminos se cruzaron en la etapa inicial del vigente campeón intercontinental, e incluso en su país se ganó algunos enemigos al mostrarse como un joven irreverente decidido a quitarle el trono al astro francés en lugar de aceptar su papel como discípulo. Poco importa una vez que vemos los éxitos que han tenido uno y otro, lo cuales han servido para perpetuar al automovilismo francés como prácticamente nunca antes se había visto en un campeonato internacional FIA de este nivel.
Obviamente los números siguen dando ventaja a Loeb, e incluso esa capacidad de ganar nueve títulos consecutivos gana aún más mérito viendo ese pequeño tachón en la historia de Ogier que supuso su regreso a Citroën en 2019. Otros dirán que es aún más valioso el haber ganado mundiales hasta con tres fabricantes distintos, algo a lo que muchos interpelarán con que seguramente de no ser por la salida precipitada de Volkswagen, Ogier tampoco habría tenido ningún tipo de necesidad de cambiar y que su proyecto con M-Sport fue más una imposición de las circunstancias que la propia necesidad de Seb de marcarse metas nuevas.
Sea como fuere, se cierra un círculo prodigioso, además con la misma promesa con la que Sébastien Loeb se marchó en 2012, la de volver, aunque fuera puntualmente, para que así el golpe de su ausencia fuera amortiguado para sus aficionados. No sabemos si serán dos o media docena los rallyes en los que se dejará ver Ogier en 2022, lo que está claro es que volverá a hacer historia si es capaz de ganar con una normativa completamente nueva, más aún si además lo logra en Monte-Carlo y frente al otro Seb. Seguramente es el momento de no pensar en rivalidades, ni tampoco en números o en peleas por los títulos… Y al igual que cada enero me planteó que puede ser la última vez que veamos competir a Stéphane Peterhansel o a Carlos Sainz, es hora de disfrutar de cada cosa que hagan estos dos gigantes franceses y en el nombre de los rallyes.
Hyundai, con el destino ya asumido:
En cuanto al resto, fue ese primer bucle del viernes, en las carreteras de montaña de Bérgamo, el que dejó fuera de cualquier ecuación a los Hyundai. Tanto Neuville como Sordo tuvieron que ir adaptando los reglajes de sus respectivos i20 Coupé WRC con el paso de los tramos, hasta el punto de que el cántabro fue optando cada vez más por esos reglajes que empleó en Catalunya y que tanto rédito le dieron especialmente en la jornada del domingo. En el caso del belga, su accidente en el inicio del sábado dejó entrever el que ha sido uno de los caballos de batalla de la estructura con sede en Alzenau en materia del carácter subvirador del vehículo, el cual tiene a causar un sobreviraje súbito cuando se tratan de compensar estas reacciones y el neumático no se encuentra en temperatura.
A partir de aquí, quizás lo más destacable fue lo que ocurrió con los pilotos jóvenes, especialmente con el buen desempeño de Oliver Solberg con la unidad de 2C Compétition y en una superficie que no es del todo la suya, o la buena adaptación progresiva de Teemu Suninen con el paso de los kilómetros, dejando dos terceros scratch ya entre la etapa del sábado y la del domingo justo en el momento en el que Ogier y Evans seguían con mano a mano. En el caso de Takamoto Katsuta, fue un error que puede pasar, pero al fin al cabo fue un ‘resbalón’ que evidencia que todavía tiene camino que recorrer el nipón, especialmente en su forma de encarar las horquillas y la problemática de sus habituales caladas de motor. Para Kalle Rovanperä fue un rally de transición, una formalidad obligada por las circunstancias de cara a que Toyota asegurase su quinto título Mundial del WRC. Nada que unas pequeñas vacaciones tras los test no pueda arreglar.
Poético por su parte fue el final en las categorías teloneras, especialmente por el hecho de ver a Jari Huttunen conseguir su tercera victoria del año en WRC2 con su tercer coche distinto y ahora sí, como piloto de pleno derecho de M-Sport. El finlandés sueña con que le llegue una oportunidad con el Ford Puma Rally1 y ya sabemos que Malcolm Wilson suele responder cuando hace este tipo de apuestas personales. En WRC3, ver a Yohan Rossel llevarse el triunfo es ese resultado que tras su exclusión en Acrópolis nadie esperaba. Más que merecido por la velocidad y la regularidad mostrada durante todo el año y en prácticamente todas las superficies.