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El fin de una era

Se llega a un punto en la vida en que lo que estaba de moda ya no lo está, en general de forma progresiva pero a veces a uno le pilla por sorpresa. Los héroes de hoy pueden convertirse en los villanos del mañana si permanecen demasiado tiempo en una determinada posición y los tiempos de cambio se convierten en un hecho obligatorio para permitir la renovación del personal. El mundo del deporte es uno de los máximos exponentes de esta corriente de pensamiento, poco exento a las caras nuevas y a los ídolos del mañana llegando al presente.

El pasado Gran Premio de Abu Dabi supuso la última carrera de Kimi Räikkönen en Fórmula 1, una despedida amarga por su abandono aunque esperada por momento y situación. El piloto de Sauber, McLaren, Ferrari, Lotus y Alfa Romeo es el cuarto de este milenio que ha competido en F1 con más de cuarenta años, sumándose a Michael Schumacher, Pedro Martínez de la Rosa y un Fernando Alonso junto al que forma una pareja extraña que se ha cruzado en múltiples ocasiones en las últimas dos décadas (siendo incluso compañeros de equipo en 2014).

Precisamente son Alonso y Räikkönen los que definen el genérico título de este artículo, el verdadero fin de una era en muchos sentidos más allá de los deportivos. Ambos llegaron al campeonato más conocido y rápido del mundo en 2001 y lo hicieron respectivamente de la mano de Flavio Briatore y Peter Sauber, dos de los cazatalentos más reconocidos de un paddock en el que ya no toman las decisiones. Alonso necesitó un año en el Euro Open by Nissan y una cesión rápida en la Fórmula 3000 ya con Briatore vigilando, mientras que Räikkönen apenas precisó un invierno de adaptación y un dominio asombroso en la Fórmula Renault británica.

Ese punto también marca el cambio generacional ya que los dos probaron bastante los monoplazas que acabarían pilotando, hecho que cambió radicalmente justo cuando Lewis Hamilton y Sebastian Vettel empezaban a despuntar en categorías inferiores. Briatore se llevó a Alonso tras su famoso test con Minardi en Jerez, a finales de 1999, y le preparó un plan de F3000, cesión al equipo de Faenza y más test al volante de coches de Benetton y Jaguar. Räikkönen tuvo una adaptación rapidísima y se pasó el otoño de 2000 rodando en el Circuit de Catalunya para obtener suficiente kilometraje y optar a la Superlicencia.

Si bien Alonso pasó tres años enteros esperando una buena oportunidad y Räikkönen entró casi de inmediato en un equipo ganador como McLaren, ambos debutaron al mismo tiempo y formaron parte de una de los fotos de rookies más célebres de la historia junto a Juan Pablo Montoya y Enrique Bernoldi. El colombiano formaría parte junto a los dos futuros campeones de lo que se denominaría «los chicos de la Playstation», entendible como referencia tanto a la consola en sí como al camino que la propia Fórmula 1 seguiría.

La llegada de ciertos debutantes a principios de los 2000 supuso también la irónica estancada de los mismos a mediados de esa década. Solo Timo Glock, Vitantonio Liuzzi y Tiago Monteiro consiguieron algún logro o permanecer cierto tiempo en la F1 en comparación con la generación encabezada por Räikkönen, Alonso, Jenson Button, Nick Heidfeld, Felipe Massa, Mark Webber, Takuma Sato y Montoya. 16 de los 20 pilotos que empezaron la temporada 2003 consiguieron podios durante su carrera en F1 y todos ellos disfrutaron de una estancia prolongada con la excepción de los citados Montoya y Sato.

Tardaron poco en llegar los vientos de cambio y cuando la juventud se comió al grupo de Michael Schumacher, Rubens Barrichello, David Coulthard, Giancarlo Fisichella, Jarno Trulli y Ralf Schumacher, el relevo ya daba sus primeros pasos. Nico Rosberg fue el primer representante con la GP2 bajo el brazo, aunque tardaría tanto como Button en explotar su verdadero potencial. Hamilton y Vettel llegaron bajo otros conceptos y fueron los primeros ascendidos exitosos de los programas de jóvenes pilotos que cambiarían el automovilismo. Los actuales pilotos brillantes nacieron o crecieron durante esa época.

Atrás queda todo aquello que fue bondad y ahora significa poco más que polvo: las carreras en abierto, los calendarios cortos y monopolizados en Europa, la gran presencia de fabricantes de coches de calle, los últimos pilotos presenciados por Murray Walker (y por ende, desde el principio de la propia F1), el ascenso de pilotos sin dinero ni apoyos más allá de un benefactor no económico, hasta el sonido de los motores. Mi yo interior y «boomer» se entristece y debe valorar el aguante de Alonso, último bastión junto a Räikkönen de una generación dorada que quedará entre medio de dos eras dominantes y sin embargo no se olvidará fácilmente.

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Héctor Sagués

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