La historia de Nigel Mansell y la Fórmula 1 es digna de película. No tanto por magia y épica como en otros pilotos sino por ser una historia de superación e infortunio dentro de la gran suerte que tuvo el inglés de ser uno de los pilotos más destacados de los años 80 y 90 en la categoría reina. Varias veces se quedó sin el título de campeón del mundo en el último momento hasta que llegó un punto en que parecía que jamás iba a llegar su momento. Sin embargo, en 1992 Williams cocinó un monoplaza tan increíble como difícil de pilotar. Era el tipo de coche que solo alguien con el estilo de pilotaje agresivo de Mansell podría aprovechar al máximo y el «Brummie» no desperdició la oportunidad, proclamándose campeón en el Gran Premio de Hungría.
La Fórmula 1 llegó a Hungaroring a mediados de agosto para la undécima carrera del mundial con un Mansell que contaba con 46 puntos de ventaja al frente de la clasificación general. La cita húngara iba a darle al primer piloto de Williams la primera bola de partido del año. No en vano había ganado ocho de las diez primeras carreras de 1992, con un segundo puesto en Mónaco que bien pudo haber sido otro triunfo de no ser por una parada no prevista a ocho giros del final mientras que en Montreal tuvo que retirarse tras una salida de pista. El bagaje para Mansell era por lo tanto de 86 puntos sobre 100 posibles. De hecho, tras el Gran Premio de Alemania los únicos pilotos con opciones matemáticas de título eran el propio Mansell, su compañero Riccardo Patrese y Michael Schumacher con Benetton en su primer año completo.
Sorprendentemente, en Hungría la pole position fue para Patrese, siendo esta una de dos veces en que Mansell fue batido en los entrenamientos clasificatorios. El británico cerraba la primera fila de la parrilla de salida a algo menos de dos décimas de su compañero de equipo y algo más de seis por delante de Ayrton Senna. Schumacher era cuarto a un segundo y en quinta posición Gerhard Berger estaba a la friolera de un segundo y ocho décimas del más veloz; todo un mundo. En ese sentido no sorprendía apenas que los Ferrari estuvieran en novena y décima posición a más de tres segundos, certificando no solo el desastre de año para el equipo italiano sino también el dominio de un equipo Williams-Renault que aún nadie podía imaginarse que estaba a punto de empezar una era triunfal con cuatro títulos de pilotos y cinco de constructores en seis años.
La salida fue bastante movida, con un Mansell que intentó adelantar a Patrese pero que por evitar una colisión entre ambos tuvo que levantar el pie del acelerador, lo que permitió que los dos pilotos de McLaren se situaran por delante. En el grupo perseguidor un toque entre Thierry Boutsen y Érik Comas, compañeros en Ligier, inició una reacción en cadena que les dejó a ambos fuera de carrera junto a Johnny Herbert y Gabriele Tarquini, incapaces de esquivar los monoplazas franceses. En cabeza, Patrese mandaba con autoridad mientras Mansell se peleaba con Senna después de haber adelantado a Berger en la vuelta 8. Parecía que por ritmo Mansell debiera haber dado cuenta del brasileño con relativa facilidad pero la estrechez del circuito y el talento del tricampeón le complicaron la vida.
Tanto fue así que en un momento dado Mansell cometió un error mientras atacaba a Senna y ello permitió que Berger le superara, aunque las posiciones volvieron a invertirse pocas vueltas después. El resultado no le habría dado al líder del campeonato el título pero cuando Patrese tuvo que abandonar por problemas mecánicos, a Mansell se le encendió la luz; era campeón del mundo siempre que mantuviera la posición hasta la bandera de cuadros. Ahí estaba la clave y ahí fue donde se demostró una vez más que en el mundo de las carreras nunca hay que dar nada por hecho. Mansell se vio obligado a realizar una parada no prevista a falta de quince vueltas para el final y cayó hasta la sexta posición. Otros se habrían rendido o no habrían peleado con el mismo ahínco pero «The Lion» era distinto.
En tan solo siete giros y ayudado por un evidentemente competitivo monoplaza superó a tres pilotos de los que llevaba delante, volviendo a la segunda posición tras su festival de adelantamientos y el abandono de Michael Schumacher. Esto dejaba en solitario en cabeza a Ayrton Senna, que con más de 40 segundos de ventaja tenía la carrera fácilmente ganada. El brasileño no tuvo ningún problema y sumó su segunda victoria del año por delante de un Nigel Mansell en éxtasis por lograr finalmente su objetivo de ser campeón del mundo. El tercer puesto fue para Gerhard Berger, mientras Mika Häkkinen terminaba en cuarto puesto después de un leve encontronazo entre ambos que les hizo perder tiempo con respecto a Mansell, que acabó diez segundos por delante.
Martin Brundle terminó en quinto puesto como último piloto en no ser doblado, mientras Ivan Capelli salvó el honor del Cavallino Rampante gracias a su sexto puesto en un trazado que no parecía favorecer al F92A en ningún caso. En última posición terminó una carrera por primera vez un no tan joven pero sí poco experimentado Damon Hill, que poco podía imaginarse que al cabo de unos meses sería piloto oficial del equipo que se encontraba en pleno dominio de la Fórmula 1. Curiosamente aunque quizás con el «bajón» de haber logrado ya su objetivo, Mansell solo volvió a ganar una carrera más, en Portugal, antes de retirarse para irse a competir a la IndyCar y acabar volviendo en 1994 para lograr su último triunfo en el Gran Premio de Australia de 1994.
El anecdotario sitúa esta carrera en un lugar elevado por el importante número de situaciones curiosas que se dieron a lo largo del fin de semana. En primer lugar, el resultado de Ivan Capelli supuso su última presencia entre los seis primeros en la Fórmula 1 y por lo tanto la última vez que el italiano logró puntuar. Mientras tanto, su compatriota Riccardo Patrese partió desde la pole position por primera vez. También fue esta la última vez que un Brabham compitió, con un Damon Hill al volante que no volvió a disputar una carrera hasta 1993. Por última vez también, los dos Minardi se quedaron fuera de una carrera y con una parrilla que cada vez era más reducida, el Gran Premio de Hungría de 1992 fue la última vez que la Fórmula 1 tuvo sesiónes preclasificatorias.
Pero algunas de las efemérides más interesantes se dieron alrededor de Nigel Mansell y su recién obtenido título de campeón del mundo. En primer lugar, el británico se convirtió en el campeón que tardó más Grandes Premios en serlo, devolviendo el poco envidiado récord de ser el piloto con más victorias sin título a Stirling Moss. Pero además, por primera vez desde 1986 el título de Fórmula 1 se decidió fuera de Japón, cerrando así una era que fraguó la leyenda del país asiático en la máxima categoría. Tras Nelson Piquet en 1987, Ayrton Senna en 1988, 1990 y 1991 y Alain Prost en 1989, llegó la hora de un cambio de lugar… aunque fuera por haber visto en 1992 una máquina tan dominadora que impidió que la lucha por el campeonato se resolviera tan tarde.