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¿Hay vida para Cadillac más allá de la victoria en las 24 Horas de Daytona?

La reciente victoria de Wayne Taylor Racing en las 24 Horas de Daytona significó el regreso de Cadillac a la competición y no podía ser de otra forma que a través de un motor V8 atmosférico de gran cilindrada. De esta forma, General Motors concede protagonismo a su división de lujo, esta apuesta luce arriesgada si se toma en cuenta que en estos tiempos son muy pocas las categorías sustentadas sobre modernos V8 convencionales. A estas alturas luce un tanto lejano el 2006, cuando la Fórmula 1 y la IndyCar coincidieron en utilizar un motor V8 aspirado, ahora todo marcha hacia destinos híbridos y eléctricos. Cuánto más se aferrarán los norteamericanos a su símbolo o cuándo se producirá el cambio más radical en la NASCAR, porque en las carreteras el motor V8 ya es una especie en extinción.

Entre todas las marcas filiales de General Motors, Cadillac ha mantenido, desde 1914, un motor V8 en alguno de sus diversos modelos de producción en serie, pero en el ámbito de la competición ha permanecido a la sombra de Chevrolet, Oldsmobile y Buick. En la NASCAR se retiró en la década del 60 y el proyecto Northstar LMP nunca despegó. Sin embargo, este retorno de Cadillac da mucho que pensar porque el V8 de General Motors ya no podrá ser instalado en los Holden que participan en el campeonato de Turismos australiano, ahora denominado Supercars, y también porque Chevrolet anunció que hasta este año competirá con el SS en la NASCAR y en su catálogo de coches, salvo el Camaro y el Corvette, no figura otro coche que tenga un V8 de gran cilindrada.

El motor utilizado en el Cadillac DPI-VR es de 6.2 litros y fue desarrollado en conjunto con el equipo de la NASCAR Earnhardt Childress Racing, pero más allá de la IMSA WeatherTech SportsCar Championship, el propulsor no tiene espacio en otra categoría porque para ingresar al Campeonato Mundial de Resistencia el coche deberá montar el V8 4.2 de Gibson Technology. Ciertamente, las 24 Horas de Daytona pareció un espectáculo hecho a la medida para elevar el ego norteamericano, en la división mayor el motor Nissan V6 3,6 Litros twin turbo y el Mazda 4 cilindros 2.0 pensado para la Indy Lights no tenían argumentos para discutir la victoria a Cadillac, pero hasta qué punto es rentable tal victoria.

En la NASCAR se podría utilizar el motor, bajando a 5.8 cc de cilindrada, pero Cadillac es sinónimo de lujo, ostentación y exclusividad a un nivel superlativo y resulta que en su gama actual, apenas la enorme SUV Escalade lleva instalado un V8 de 6.2 litros. Es de hacer notar que en la NASCAR participa el Toyota Camry con un motor V8, un caso muy particular ya que el coche de carretera no está equipado con tal propulsor, así que tal vez pudiera pensarse en ese motor instalado en otro coche de General Motors a partir de 2018, sería una especie de huída hacia adelante a nivel corporativo pero las opciones son limitadas.

Entiendo que prescindir del V8 sería un fuerte golpe a una tradición norteamericana ya que se estaría atentando contra el símbolo que ha caracterizado a la industria automotriz estadounidense luego de la Segunda Guerra Mundial. Pero luce innegable que la vigencia de los ocho cilindros en el automovilismo se aproxima a su fin. Más allá de la victoria en Daytona, el nuevo motor no representa una evolución, una propuesta inteligente ante las configuraciones más modernas, al contrario, rescatar el nombre Cadillac es evocar al V8 OHV o al Oldsmobile Rocket de 1949, o tal vez a otros insignes como el FirePower Hemi de 1954, el Chevrolet Small Block de 1955, el Plymouth Golden Commando de 1958, el Pontiac 326 de 1962 y el Ford 427 de 1964.

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Humberto Gutiérrez

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