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La razón por la que hay que ir al menos una vez a Nürburgring, la razón de volver a casa

Cuando uno llega a las cercanías del Circuito de Nürburgring por primera vez, no sientes que esté descubriendo un lugar nuevo, estás llegando a casa. Las carreteras, el típico paisaje de Eifel, los edificios de sus pueblos, todo ello te despierta recuerdos escondidos en ti, como si estuvieras regresando al pueblo en el que pasaste gran parte de las vacaciones de verano en tu niñez. Mientras te acercas, observas a tu alrededor el gran número de aficionados que se encuentran realizando el mismo camino, hacia la que es sin duda una de las Mecas del automovilismo que ya cumple noventa años.

Es un sentimiento difícil de describir el ir mirando a la espesa vegetación del centro de Alemania y de repente encontrarse con una de las secciones del circuito. En ese momento ya no puedes apartar la mirada del contorno de la carretera, intentando reconocer cada parte de la pista que se cuela entre las hojas como los tímidos rayos de sol que se dejan ver entre la niebla de esa fría mañana de verano de la que hablábamos hace unas horas.

No tardas mucho en reconocer el puente de la larga recta, el mismo que anuncia la curva a izquierdas a fondo que precede a la triple curva final, una de las más temidas durante las 24 Horas debido a lo difícil que puede ser encontrar la referencia de frenada cuando las condiciones varían. La montaña rusa, el cartel de Nürburgring, el centro comercial, todo te confirma que has llegado a un lugar de obligada peregrinación entre los aficionados a las carreras.

Lejos de los grandes Premios y con campeonatos como el DTM o el WEC esquivando la opción de competir en la variante larga, el temido Nordschleife, los expertos aficionados teutones disfrutan viendo los LMP1-H en la variante Grand Prix o, a los turismos del WTCC y a los GT3 pelearse en cada una de las curvas de los 25 kilómetros de este infierno verde que se deja ver entre los bosques, casi imperceptible hasta que ya estás a sus faldas.

Una vez dentro, puedes perderte por sus muchos puestos en el mercadillo, su museo del automóvil o por los centros de simulación. En cada una de las tiendas nos encontramos expuesto a algunos de los coches que compitieron hace sólo unos meses en las 24 Horas de Nürburgring, atrayendo a decenas de aficionados a cada minuto que se acercan curiosos hipnotizados por los cantos de sirena de estas bestias.

La silueta del circuito, símbolo adoptado por muchos como forma de señalar sus coches para que todo el mundo sepa la religión que profesa, es una de esas señas por la que los aficionados podemos reconocer en sólo un segundo el Circuito de Nürburgring. La otra, el inconmensurable castillo medieval de Nürburg que preside sin tapujos una de las cumbres. En ese momento sabes que has llegado, que estás en casa.

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Iván Fernández

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