Lo empujaron hasta el final del Pit-lane. Todo estaba listo para volver a ver de nuevo a un Schumacher debutar sobre el asfalto del Circuito de Spa-Francorchamps, el mismo lugar en el que en 1991 Michael dejaba su impronta, la primera carrera del hombre que llegó a los siete mundiales en la categoría reina y que hace meses lucha por aferrarse a la vida. Mick se sentaba al volante del Benetton B194, con llantas blancas BBS de magnesio y neumáticos Pirelli P Zero (para las demostraciones), en lugar de los Goodyear que calzaban los monoplazas en la década de los noventa.
El trazado belga esperaba respetuosamente la más que anunciada exhibición de Mick Schumacher, el cual decidía demostrar lo aprendido durante la corta jornada de pruebas y apretar a fondo el monoplaza con el que compitieron Michael, Lehto, Johnny Herbert y Jos Verstappen en 1994. Fue una vuelta a fondo, incluso más rápida que la realizada por el heptacampeón en competición.
Las reverencias y las palabras de Mick nada más bajarse del coche con hombres que trabajaron junto al propio Michael en el pasado terminaron de poner los pocos vellos de punta que quedaban sin erguir por parte de los aficionados que le dedicaban al joven piloto alemán un respetuoso y entregado piloto. Sin duda, la imagen del fin de semana.