Que el hábitat natural de los stock cars son los óvalos lo sabe hasta un niño gracias a la popularidad de la película Cars. Pero la Monster Energy NASCAR Cup Series también tiene algún trazado rutero, habiéndose sumado el ‘roval’ del Charlotte Motor Speedway el año pasado a los más tradicionales Watkins Glen y Sonoma. Sin embargo a mediados de los ochenta sólo se contaba con Riverside, a punto de cerrar, y en un intento desesperado por buscar soluciones y presencia más allá de su terreno la NASCAR ideó un campeonato nuevo: la NASCAR L-R Series.
El razonamiento era el siguiente. Sin Riverside, un trazado californiano que acabó convertido en centro comercial, la NASCAR se veía obligada a buscar alternativas, sobre todo para cubrir zonas nuevas del territorio norteamericano en plena expansión de la categoría. E infinitamente más barato y relevante que construir óvalos en estados sin tradición resultaba seguir la vía iniciada por la CART y correr en trazados urbanos en mitad de las grandes urbes. Pero para eso no podía contar con sus mastodontes habituales y de ahí nacieron un par de mulas de desarrollo denominadas L-R.
El curioso nombre no puede ser más evidente: L-R de ‘left-right’, o ‘izquierda-derecha’, es decir, capaz de girar a ambos lados con soltura. La idea no fue ni mucho menos secreta y en un reportaje de la televisión estadounidense podemos ver los coches en acción, incluida una comparativa que ilustra la cura de adelgazamiento a la que fue sometido el proyecto entre la primera versión y la segunda y que fue alabada por los pilotos de desarrollo, dos leyendas como Dale Earnhardt y Bobby Allison. Mientras tanto además la NASCAR organizaba algunos eventos ruteros en categorías menores para ir cogiendo experiencia a finales de los ochenta… pero también exploraba otras vías.
Al final el proyecto L-R se estancó, sin que existiera una única razón para ello. La NASCAR firmó con Watkins Glen y Sonoma, manteniendo así presencia de los ruteros en el calendario; la popularidad de categorías como la IMSA o la Trans-Am suponían un freno para otra competición de carrozados en trazados urbanos; y en los noventa se aceleró la construcción de óvalos por todo el país, casi todos de milla y media, en regiones no tan habituadas y relativamente cerca de grandes ciudades. Bobby Allison, convencido del buen trabajo realizado, se animó a inscribir el Buick que había desarrollado en las 24 Horas de Daytona de 1988, pero un resultado discreto supuso la última vez que se oyó hablar de él. El tercer campeonato nacional de la NASCAR terminó siendo el de camionetas o ‘Trucks’, creado en 1995 y la incursión de la familia France en los ruteros no llegó hasta finales de los noventa con la Grand-Am.
Via | Racing-Reference y Toby Christie