El pasado 7 de marzo, Walter Röhrl cumplía setenta años. El piloto germano, todavía en activo haciendo las tareas de probador para Porsche y compitiendo en pruebas de clásicos es considerado el mejor piloto alemán fuera de los circuitos de la historia y uno de los grandes tanto en la etapa de los Grupo 4 como en la de los Grupo B. Sin embargo, a pesar de que en la actualidad parece que los pilotos multidisciplinares únicamente nacen en Francia (Loeb, Dumas, Sarrazin, Muller…), Röhrl formó parte de este exclusivo club de competidores capaces de defenderse tanto en circuitos como en off-road.
Y es que a pesar de que habría cientos de historias que contar del Campeón del Mundo de Rallyes de 1980 y 1982, como sus épicos cuatro triunfos en el Rallye de Monte-Carlo con cuatro marcas distintas o su victoria en Le Mans con Porsche, es hora de centrarse en lo que hizo con Audi al otro lado del charco. A pesar de que puede resultar muy tentador el hablar de sus participaciones a finales de los ochenta en la Trans-Am, he elegido hacerlo en esta ocasión de su Carrera hacia las nubes de 1987.
Este año se cumple el 30 aniversario de la subida de Walter Röhrl al volante del Audi Quattro S1 PPIHC . La firma de los cuatro aros llegaba a la cita después de haber conseguido las victorias en 1985 y 1986, cuando Peugeot decidía ‘picarse’ y disputarle a Audi su supremacía en la mítica subida de montaña del Colorado. Tras la abolición del reglamento Grupo B en el Mundial de Rallyes, los fabricantes buscaban otros escenarios donde explotar sus costosos y poco usados desarrollos. Unos optaron por el RallyCross, otros por Dakar y Audi y Peugeot se plantaron en Pikes Peak con versiones derivadas de sus coches de rallyes.
Aquel Peugeot 205 T16 PPIHC y Audi Sport Quattro S1 E2 que se dieron cita el 11 de julio de 1987 en Pikes Peak parecían ser la máxima expresión de lo que podía haber sido la era Gr.B. Grandes alerones, coches sobrealimentados para resistir la falta de oxígeno de la cumbre, a 4.301 metros sobre el nivel del mar, y el objetivo claro de bajar de los 11 minutos en aquel recorrido (por aquel entonces mixto) de casi 20 kilómetros y 156 curvas.
Tan sólo lo lograría Röhrl al volante de aquella bestia de 600CV, bajando el récord del año anterior en más de 20 segundos y estableciéndolo en 10 minutos y 48 segundos. El teutón no tenía ni un coche específicamente diseñado para ello como podía ser el 405 T16 PPIHC, ni contaba con un equipo de cine que filmara su hazaña, por lo que su asalto a Pikes Peak es tal vez menos recordado que el famoso Climb Dance de Ari Vatanen un año más tarde, el cual conseguiría batir el tiempo de Röhrl por apenas 63 centésimas de segundo. Su subida a Pikes Peak también fue arte digna de la gran pantalla.