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El 'pan con mantequilla' o la 'mariquita' que triunfó en rallyes y Le Mans para sorpresa de todos

Quizás sea cierto eso de que las modas son cíclicas. Allá por los años 30 y 40, tanto en la calle como en competición se estilaba eso de hacer los coches cada vez más y más potentes, aunque pudieran ser más pesados de lo deseable. Y fue precisamente de la calle a la competición donde destacó un pequeño coche, sencillo y barato, que rompió moldes gracias a su potencial oculto. Hablamos del Renault 4CV – no confundir con el que, a la postre, sería su sucesor, el más que querido 4L.

Un proyecto supervisado por Ferdinand Porsche con motor trasero

Cuando el 4CV se concibe, la industria francesa estaba herida casi de muerte tras la Segunda Guerra Mundial y Francia quería convertir a Renault en un constructor de tractores – habiendo fallecido Louis Renault años antes en ‘extrañas circunstancias’. Tras hacer cambiar de planes al gobierno, Renault se dispone a comenzar este proyecto bajo la supervisión de Ferdinand Porsche, quien había sido detenido en Francia. Este proyecto sería un coche para el pueblo, pero concebido de manera diferente al Volkswagen Type 1.

Cuando se presentó en el Salón de París de 1946, este coche pequeño, simpático, que ofrecía un espacio cómodo para cuatro personas, la recepción fue buena. En Portugal se le llamó ‘Mariquita’ por su forma similar a la del insecto, siendo conocido también como ‘pan con mantequilla’. Esto se debía al color que venía de los restos de pintura del ejército alemán que se habían destinado al Afrika Korps en el conflicto y habían quedado bastantes muestras, un característico tono arenoso visto en varios modelos de aquella época.

Ofrecía 21 CV de serie, aunque pronto fue sometido a preparaciones para maximizar su potencial

Vista trasera y lateral del icónico vehículo, símbolo de triunfo en rallyes y Le Mans.

No se llamaba 4CV por su potencia (dado que ofrecía 21 CV), sino por su potencia fiscal, requiriendo que su cilindrada máxima fuera de apenas 800cc. Como se refleja en el libro ‘Rallyes: 125 años’, cada día se llegaron a producir hasta 300 unidades del ‘pan con mantequilla‘ y, siendo tan barato, fue el primer coche de muchos jóvenes conductores – también lo fue de muchos que se aventuraban a competir en rallyes, incluso compitió con cierto éxito (victoria de clase) en las 24 Horas de Le Mans en 1951 y 1952. Además de su bajo peso, su carrocería monocasco y la suspensión independiente en las cuatro ruedas le convertían en una buena base.

Especialmente en rallyes, que por aquel entonces se estaban redefiniendo y estructurando como los conocemos a día de hoy, el 4CV era una opción atractiva frente a los rivales británicos de la época, que apostaban por la potencia bruta – el reglamento de carreras de la época, estableciendo diferentes velocidades medias según cilindrada de coche, les beneficiaba además. El hecho de ser un coche tan barato frente a la competencia no impidió que convirtiera la imagen de la propia marca del rombo.

La génesis de Alpine

Vista lateral del icónico vehículo en plena competencia, demostrando su potencia y agilidad en la pista.

Tan buena base era que su potencial fue visionado por un tal Jean Redelé, utilizando un 4CV vitaminado para ganar el rallye de casa, el Rallye de Dieppe. Ante el potencial de este pequeño coche, Redelé pediría a Michelotti crear una carrocería nueva, aún más ligera y aerodinámica para el 4CV con motor trasero en posición longitudinal. El resultado fue el primer Alpine, iniciando la leyenda que se extiende hasta nuestros días.

Otro rival con un planteamiento similar fue el Peugeot 203, el tatarabuelo del actual 208. Un coche con carrocería autoportante, suspensión delantera independiente y motor 1.3 que permitía sacar potencia de manera sencilla como pudieron hacer varios preparadores. Mostrado dos años después que el Renault, el 203 también logró resultados destacados en rallyes.

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David Durán

David Durán desempeña la labor de redactor en el Equipo Editorial de Diariomotor.

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