En el mundo del deporte, hay preguntas fáciles de responder y otras que lo son un poco -o mucho- menos. Es relativamente fácil ver si un deportista es bueno en lo que hace pero cuando se trata de ver quienes son los mejores, las cosas se complican un poco más y al final la mayoría de argumentos acaban siendo simplemente formas de defender lo que acaba siendo una opinión muy personal. ¿Qué criterios hay para decidir quienes son mejores o peores pilotos, más allá de la opinión personal? Puesto que es un tema complejo, decidimos darle una vuelta de tuerca al asunto y analizarlo usando como referencia algunos puntos clave del Arte de la Guerra de Sun Tzu, asumiendo que el deporte es, a muchos niveles, como una gran guerra.
Puede parecer una decisión extraña pero la realidad es que a fin de cuentas el deporte es hoy en día una confrontación entre una o varias facciones que buscan imponerse a las demás como medio para mostrar su superioridad. Seguramente la versión más pura del deporte es una actividad en la que ganar o perder no tiene la menor importancia pero con el tiempo, el deporte ha evolucionado sobre todo en todo lo relacionado con la competición, convirtiéndose así en una especie de «guerras del siglo XXI». De ahí que las competiciones deportivas acaben teniendo a menudo un componente nacionalista tan potente. Pero dejando los países de lado, lo que está claro es que los deportistas buscan ganar. Por ello, la lógica dicta que el mejor piloto será aquel que sea más capaz de asegurarse el triunfo. No será necesariamente aquel que llame más la atención sino el más efectivo. Lógico… pero poco aplicado.
De esto sabía mucho Juan Manuel Fangio, que sin citar a Sun Tzu ya intuía la realidad de lo que son las carreras de coches. Una de las frases más famosas del «Chueco» as aquella en la que asevera que el mejor piloto no es aquel que gana pisando el acelerador al máximo sino pisando el freno al mínimo. Esto, que puede parecer una simple forma de definir un estilo de pilotaje, en realidad habla de cómo habría que enfocar las carreras. El que pisa más el acelerador para ganar, probablemente use un exceso de energía que le lleva a empujar más para llegar al mismo sitio. Mientras tanto, aquel que gana pisando menos el freno está conservando energía, está siendo más efectivo y más inteligente. En un momento dado podría tener un exceso -como lo tuvo Fangio en el Gran Premio de Alemania de 1957- para compensar. Pero, ¿para qué mostrar las armas cuando no es necesario?
De ahí aparece otra de las frases más memorables de Sun Tzu: «Aparece débil cuando seas fuerte y aparece fuerte cuando seas débil». El objetivo es esconder las armas para que los enemigos o rivales no puedan saber qué esperar de ti cuando te escondes en el primer caso y no dejarte pisar cuando no tengas nada a lo que agarrarte para pilotar. Es una frase que podemos relacionar fácilmente con situaciones vistas en tiempos recientes en la Fórmula 1. Fernando Alonso ruge, ataca, pelea y se muestra fuerte… pero la realidad es que el conjunto que forma con McLaren-Honda es insuficiente. Y lo sabe, por lo que tiene que mostrarse fuerte para mantener su relevancia. Por el contrario, Mercedes y Ferrari intentan mostrarse débiles, siempre apuntando el uno al otro como gran favorito. Quieren mantener las expectativas bajas, sorprender al rival, guardar sus secretos.
También tiene que ver con el trabajo que se realiza entre bambalinas. Demasiado a menudo se comete el error desde los aficionados y la prensa de valorar sólo las actuaciones heroicas que se sobreponen a los problemas para brillar a través de la oscuridad. Pero usando palabras de Sun Tzu, los pilotos serían generales, no soldados. Un piloto no sólo se sube al coche para pilotar sino que es parte integral tanto de la decisión sobre los reglajes como de la evolución técnica del equipo. Sí, los ingenieros se encargarán de los primeros y los directores técnicos y diseñadores de lo segundo. Pero todo ello deberá hacerse en conjunción con el piloto, puesto que es quien se sube al coche y por lo tanto será él y no otro quien entienda de forma más íntima qué es lo que un monoplaza necesita para ser más veloz.
¿Es peor piloto Sebastian Vettel por haber ganado cuatro años con un coche competitivo? ¿Era realmente el McLaren de Kimi Räikkönen en 2005 el mejor coche de la parrilla? La respuesta a ambas preguntas es un claro y rotundo no, si nos basamos en el Arte de la Guerra. Vettel logró formar un equipo a su alrededor con el que desarrolló un sistema que le permitió afrontar las carreras con tranquilidad, con la mayor parte de los deberes hechos. Esto le permitía encarar los fines de semana con el objetivo de refinar su pilotaje. En el caso de Räikkönen, sin importar cuan veloz fuera su coche, si este no podía llegar al final de las carreras, difícilmente podía ser considerado un arma válida. Una lanza demasiado endeble para perforar una armadura es inútil por muy afilada que sea su punta.
Todos estos elementos nos introducen algunos puntos que nos lleva a la gran pregunta; ¿es realmente el piloto más espectacular y más peleón el mejor? Sun Tzu responde a ello con una frase elocuente: «La verdadera excelencia consiste en romper la resistencia del enemigo sin luchar». Así lo hizo Mercedes en tiempos recientes. Sin la necesidad de luchar contra sus rivales por haber realizado un mejor trabajo que ellos antes de llegar al circuito, se aseguraron una excelencia que de momento les ha durado tres años. Si un piloto logra hacer lo mismo -como fue el caso con Michael Schumacher en Ferrari y como estaba en proceso de lograr Jim Clark en Lotus-, su camino hacia la victoria será más llano y ello conllevará más éxitos a medio y largo plazo. Los pilotos que destacan por su espíritu de lucha se ven obligados a hacerlo a menudo por no contar con las armas adecuadas.
Ejemplos como Ronnie Peterson, Gilles Villeneuve, Jean Alesi o Fernando Alonso emocionan en pista por lograr cosas que parecen imposibles a primera vista pero en todos esos casos, existe una evidente falta de efectividad. Claro está que en los primeros casos esta ausencia de «remate» es más evidente, con mucha energía desaprovechada. El piloto español es una versión mucho más refinada, quizás también en parte por la época que le ha tocado vivir. Eso le permite ser un piloto increíblemente popular a la par que veloz, logrando cosas que parecen imposibles para otros… pero ahí está la clave. Lo parecen pero no lo son. Fernando Alonso es uno de los mejores pilotos que hay para poner en un coche de Fórmula 1 un domingo cualquiera, incluso a su edad. Los rumores que hay hoy en día sobre su futuro así lo certifican. Pero su falta de efectividad es clara en determinadas áreas.
Lo primero es que Fernando Alonso es un hombre reservado, que disfruta más de la compañía de sus más allegados que la de desconocidos. Lógico, en realidad, y hay mucha gente que se siente de la misma forma. Pero en un mundo como el de la Fórmula 1, poder desenvolverse con naturalidad en estas situaciones es necesario. El bicampeón del mundo ha sido siempre un piloto considerado ‘complejo’ por los compañeros -pilotos, ingenieros, mecánicos- que ha tenido. Un hombre de buen corazón, sin duda, y muy popular dondequiera que fuese. Pero también ha sido siempre un piloto propenso a desplantes cuando no se ha sentido lo suficientemente apoyado o cuando ha sentido que su esfuerzo quedaba sin recompensa. Pero por mucha razón que pudiera tener, sus reacciones difícilmente seguirían las doctrinas de Sun Tzu, al estar sembrando discordancia en su propio campo.
Si el piloto es un general, sus mecánicos e ingenieros pueden ser sus soldados. Por muy buen general / piloto que pueda ser uno, si sus soldados / ingenieros no rinden bien, la victoria será imposible. El general necesita soldados que peleen con ahínco. Mientras tanto, el piloto requiere un equipo de ingenieros, mecánicos y diseñadores que le den un coche competitivo. Ahí también tiene algo que decir Sun Tzu: «Trata a tus soldados como tus hijos y te seguirán hasta los valles más profundos. Se enfrentarán incluso a la muerte junto a ti». La conclusión es clara: hay que hacer que todo el equipo se sienta unido y valorado, incluso cuando no se está funcionando bien. En caso contrario, su motivación flaqueará, perderán la energía para pelear por la causa y su rendimiento decaerá. Hay que oponerse a una división interna involuntaria.
El famoso «divide y vencerás» -proveniente también del Arte de la Guerra- es famoso por un motivo y es que es extremadamente cierto. Las divisiones internas jamás ayudan a que un grupo salga hacia adelante. McLaren y Honda son un ejemplo claro de nuestros días, como lo fueron Ferrari y Fernando Alonso en 2014 o todo el equipo McLaren en 2007. En este último año, Ferrari siguió la doctrina contraria y como equipo unido se llevaron un título que a todas luces debió haber sido de las flechas de plata en circunstancias normales. De esto saben algo también Frank Williams, Nelson Piquet y Nigel Mansell, quienes perdieron sendos títulos en 1986. Alain Prost se benefició de las luchas internas del equipo rival y sin discordancia en su escuadra, logró ser campeón por segunda vez.
La conclusión en este caso tiene que ver con lo que cuenta Sun Tzu: «El buen general no es aquel que gana una difícil batalla en una situación adversa sino aquel que llega a la batalla con una situación ventajosa». En su tratado, el propio Sun Tzu reconoce que el primero será seguramente más popular pero seguir las enseñanzas de este tipo de general es aprender de un mal general que no supo llegar a la batalla con garantías. Mientras tanto, el segundo caso muestra sabiduría, comprensión del medio en el que se está luchando y esfuerzo por llegar al momento clave con las máximas garantías. Hay que entender que en la Fórmula 1 no se depende sólo de uno mismo en ese sentido y que incluso el mejor piloto puede no tener a su disposición todos los medios para lograr lo que quiere.
Irónicamente, puede que Fernando Alonso esté ahora en el mejor momento de su carrera deportiva en ese sentido. Su posición deportiva es débil pero su posición política es fuerte. Un piloto con talento evidente, codiciado por varios equipos y con las cartas cerca para que los demás no las vean. Está en una situación poco envidiable pero parece estarla gestionando con maestría. Su aparición en las 500 millas de Indianápolis fue un toque maestro tanto desde el punto de vista de marketing de McLaren como el de los intereses personales del asturiano. Demostró en una categoría ajena que aún dispone de las manos y la forma física para pelear por ganar si cuenta con las armas adecuadas. Fue un recordatorio para los equipos de Fórmula 1 que harían bien en considerarle para 2018 pero también para McLaren para que haga algo con respecto a su rendimiento si no quieren perderle.
Pero hay que ser sinceros: todo esta gestión es la que le faltó a Fernando Alonso en buena parte de su carrera deportiva aunque elegir siempre es difícil puesto que nadie puede ver el futuro. Se le acusó de ser político cuando estuvo en McLaren pero seguramente la realidad es que no lo fue suficiente. Como bicampeón en título y en el mejor equipo del momento, Alonso habría tenido una oportunidad ideal para ser tricampeón en 2007… de haber sabido jugar esas cartas políticas. De haber sido más inteligente y no dejarse llevar por los sentimientos -aunque esto nos cuesta a los latinos-. A toro pasado todo es fácil de ver pero, ¿no pudo acaso Alonso negociar con Ron Dennis para asegurarse un estatus de primer piloto a la hora de fichar? A fin de cuentas, era el campeón de futuro y tenía una posición fuerte para negociarlo. O se aceptaban las condiciones o se iba con la fiesta a otra parte.
¿Y con Lewis Hamilton? Quizás hablar con el equipo y buscar que todo el mundo trabajara en la misma dirección habría sido lo adecuado. Alonso pudo haber apelado al ego del británico y del propio Ron Dennis, sugiriendo que su nuevo compañero de equipo era evidentemente un gran talento pero que habría que poner orden ya que un piloto novato podría sufrir a la hora de gestionar una pelea por el título y si se quitaban puntos el uno al otro podrían perderlo… exactamente lo que sucedió. Algunos dirán que acciones de ese tipo no corresponden a un deportista de élite, que debería jugar de la forma más honesta y limpia posible. Y desde luego, sería totalmente cierto. Pero ahí es donde estaría la diferencia entre los deportistas, los ganadores, los campeones y los grandes campeones.
Ayrton Senna no tuvo ningún problema en sacar de pista a Alain Prost, que a su vez estuvo dispuesto a bloquear al brasileño hasta las últimas consecuencias. El heredero de ambos, Michael Schumacher, llegó a estar tan centrado en la victoria que no se le cayeron los anillos a la hora de pelear hasta el límite. Más allá de las consideraciones sobre si los golpes con Damon Hill y Jacques Villeneuve fueron o no a propósito, es evidente que el alemán llevó las cosas al límite por ganar. Por ello son recordados en todo el mundo, mientras pilotos de igual talento como Mika Häkkinen o Jim Clark son a menudo menos mencionados -por el gran público, no quienes entienden de automovilismo-. Pilotos con velocidad pura pero también con una honestidad que les impedía hacer jugadas posiblemente consideradas como deshonestas.
Ahí es donde cabe diferenciar entre los objetivos de los pilotos. Hay quien compite por diversión, por pasión por el automovilismo. Otros disfrutan de desafiarse a si mismos y mejorar cada día que salen a pista. Otros compiten para ganar, con la victoria y el título como único objetivo. No hace mucho, un servidor escuchó a alguien defender que cierto piloto no era un grande porque su único interés era ganar. El argumento era que las verdaderas leyendas iban más allá de la victoria. Pero, ¿acaso no son los grandes pilotos deportistas cuyo único objetivo está en la victoria? No me cabe ninguna duda de que si les preguntamos a Lewis Hamilton, Sebastian Vettel o Fernando Alonso, su respuesta será idéntica. Más vale un título más en el bolsillo que la fama absoluta entre los aficionados. Y así debe ser, porque eso es lo que les hace grandes. Sun Tzu estaría de acuerdo. Un general debe buscar la victoria y cuanto más fácil, mejor. Porque ganar de forma agonizante no le ratificará como un grande.