Abandono a cinco minutos del final en 2016, espíritu de superación, victoria en Fuji, promesa. Nueva temporada, dominio, confianza, récord en Le Mans, primera victoria… ese pudo haber sido el final. Debió haber sido ese final. Pero no lo fue. En lugar de un sensacional triunfo después de 24 horas de esfuerzo y un año de pelea tanto contra sus rivales como contra ellos mismos, Toyota se quedó con una enorme catarsis y la sensación de haber caído víctima de su propia maldición de Le Mans. En un momento dado, la pelea era de tres coches japoneses contra uno alemán y una victoria que se decantaba ligera y brevemente a favor de los primeros. En su lugar, la única recompensa es un top 10 para el superviviente coche número 8.
Una derrota que duele. Es innegable. Prácticamente a cualquier aficionado al automovilismo con una brizna de empatía le debe doler. No porque deba ganar Toyota, claro. Sino porque hay maneras y maneras de ser derrotado. No es lo mismo pelear hasta el final y que el otro gane que estar en cabeza y quedarse sin victoria por problemas técnicos. Sí es cierto que en ambos casos el resultado final es, simplificando mucho, el mismo: no hay victoria. Pero las sensaciones son distintas. Si el rival hace un mejor trabajo, se le felicita y se va uno a casa con la cabeza alta. Ha llegado a la línea de meta y si no ha ganado, era por falta de rendimiento -y todo lo que ello implica- pero cuando la fiabilidad entra en la ecuación, la crueldad de Le Mans aumenta exponencialmente.
Toyota perdió la edición de 1994 por problemas en la caja de cambios a pocas horas del final, cuando lideraban la carrera. En 1998 todo se fue al garete cerca de una hora y media antes del final de carrera con problemas en la transmisión. Al año siguiente, en 1999 los pinchazos fueron protagonistas con uno por coche, incluyendo el último en el coche que andaba buscando la victoria y que ocupaba la segunda posición con más ritmo que el líder. Tras su vuelta en la era más reciente de la cita francesa, en 2014 Toyota volvió a probar el sabor de la derrota con un accidente para uno de sus coches y problemas en el sistema de cableado dejaron al otro fuera en un cruel amanecer después de 9 horas de liderato. Kazuki Nakajima iba al volante… como también en 2016, cuando el coche se quedó parado a falta de cinco minutos para el final.
Para Toyota, 2017 volvió a mostrar la cara más dura de la resistencia, aquella que alguien acaba viendo cada año. La realidad es que también todo esto es parte integral de lo que son las carreras de resistencia. Las victorias son dulces porque las derrotas son especialmente amargas. Toyota vio este año como en cuestión de 35 minutos dos de sus coches quedaban fuera de carrera: el número 7 que iba líder por problemas técnicos y el número 9 que ocupaba la tercera posición por los daños sufridos en un golpe con un doblado. Pero es que poco antes, el coche número 8 se había encerrado en los boxes con evidentes problemas en el sistema híbrido. Los tres coches estaban antes de medianoche fuera de carrera… fuera de la lucha por la misma. Sí, el número 8 seguía en competición e irónicamente volvió a rodar poco después del descalabro de los otros dos. Pero la victoria se había esfumado.
El panorama en el hospitality del equipo Toyota era desolador. Las caras del personal de la escuadra, un poema triste que mostraba la realidad de lo que estaba ocurriendo. Se suele decir que en la noche de Le Mans siempre pasan cosas. Pero que dos de los tres coches que además ocupan la primera y la tercera posición queden fuera de carrera en poco más de media hora es inaudito -como lo fueron los posteriores problemas de Porsche-. Uno de los momentos más potentes fue sin duda el del ‘paseo’ de Nicolas Lapierre camino de los boxes. El piloto francés tuvo que ver como su coche se quedaba parado a varios centenares de metros de la entrada de boxes y cuando la máquina dijo basta, tuvo que volver al garaje andando, pasando por delante de un emocionado hospitality que rompió en un sonoro aplauso. El lenguaje corporal del piloto lo decía absolutamente todo.
Fue el golpe con la realidad para despertar del sueño de una calurosa noche de verano que parecía que iba a ser la última con una Toyota sin victoria en las 24 horas de Le Mans. Finalmente se mantiene el statu quo de Le Mans con una nueva victoria de Porsche, la marca que más ha triunfado mientras Toyota sigue sin lograr el objetivo que lleva persiguiendo desde hace treinta años. Puede que el único cambio real sea que para los LMP1 la carrera fue un desastre y que la situación de esta categoría es débil, con la marcha de Porsche estando cerda y con la retirada del WEC de Toyota como posible efecto colateral. Los próximos meses pueden ser cruciales en ese sentido y serán los que decidirán si en 2018 habrá carrera tal y como la conocemos o sufrirá una nueva mutación.
Habría sido una gran historia, ver a Toyota ganar las 24 horas de Le Mans el año siguiente de haber perdido la carrera en los últimos minutos. Seguramente eran los favoritos tanto en cuestión de ritmo como en lo que se refiere a las preferencias del público. Una victoria por justicia divina, karma, por compensación, si es que existe alguna de las tres fuerzas universales. Pero el mundo no funciona así y el triunfo no llegó. El recuerdo de lo ocurrido en 2016 se desvanece como la luz cuando cae la noche en Le Mans. La memoria colectiva simplemente añadirá la edición de 2017 a la ya legendaria maldición de Toyota en esta prueba. Cuando no es una cosa, es otra… y así la historia se repite, con esfuerzos, intentos, decepciones y la promesa de volver a intentarlo. Y vuelven, pero la victoria no llega.
El convencimiento de la marca de que este iba a ser su año era claro. Nadie tenía la vanidad de pensar que estaba hecho, ni que por ir con tres coches automáticamente iban a ganar. No hay que olvidar que Toyota y TMG siguen siendo una marca y una estructura con muchísima experiencia en el automovilismo del más alto nivel. Saben lo que puede pasar en Le Mans y lo han vivido de primerísima mano. Pero en el fondo de su corazón –excepto si eres Kamui Kobayashi y declaras a los cuatro vientos que hay que hacer triplete-, el equipo sabía que estaba ante una oportunidad única. El Toyota TS050 Hybrid en su versión 2017 era la mejor máquina que Toyota ha tenido en las 24 horas de Le Mans y en términos de velocidad absoluta, posiblemente la mejor máquina de la historia de la carrera -por lo menos fue la que rodó más rápido-.
Pero hay que llegar a ver la bandera de cuadros y hay que hacerlo con el mínimo de tiempo perdido en los garajes por problemas técnicos. En ese sentido, falló Toyota. Se puede hablar de mala fortuna y seguramente sea cierto sobre todo pensando en lo ocurrido con el coche número 9. Pero la realidad sigue siendo que antes de mitad de carrera, el 66% de sus coches había sufrido problemas técnicos siendo uno de ellos terminal y el otro grave. Un equipo que quiere ganar en Le Mans no puede permitirse tener problemas a esas alturas de la carrera, que denotan una falta de fiabilidad importante. El equipo sigue teniendo lo necesario para ganar, como lo tuvieron el año pasado y tantas otras veces. Ahora toca hacer una vez más ese difícil camino hacia las 24 horas de Le Mans de 2018. Un año de preparación para volver a intentarlo. No todas las grandes historias tienen finales felices. Habrá quien vivirá esa victoria que pudo haber llegado en 2017 y habrá quien no. Así es Le Mans. Así es la vida.