Siempre son especiales. Las 24 horas de Le Mans tienen ese embrujo que nos obliga a estar pendientes de las pantallas prácticamente desde el inicio hasta el final, e incluso, cuando el cansancio vence esa batalla y nos decidimos a “cerrar los ojos solo cinco minutos”, nuestra conciencia nos reconcome por dentro recordándonos que podemos estar a punto de perdernos un momento histórico. 24 horas que dan para mucho y que en esta edición dieron concretamente para que el ganador rodara tres vueltas menos que en 2018, en gran parte propiciado por los múltiples coches de seguridad (2 horas y 10 minutos con él en pista) que condicionaron las primeras horas.
Aun así, el ritmo que se imprimió a la carrera es digno de mención, con Mike Conway volando al volante del Toyota TS050 Hybrid LMP1 #7 durante la primera hora de carrera, logrando una vuelta rápida en carrera que se situó en 3’17”297. Curiosamente hubo hasta 11 cambios de liderato en LMP1 y 38 entre los primeros de GTE Pro (frente a los 7 que hubo en LMP2 o los seis entre los GTE Am), en toda una exhibición de errores, lucha en pista y adelantamientos tirando de picaresca como los duelos protagonizados entre Porsche y Corvette después de uno de los reinicios.
Será una edición para recordar, quizás no para los Aston Martin, los cuales querían conmemorar su única victoria absoluta conseguida hace 60 años con un triunfo en GTE Pro que finalmente iba a parar a manos de los Ferrari de AF Corse, en un tributo ideal al 90 aniversario de la marca y a los 70 años que han transcurrido desde su primera victoria en Le Mans. Justo o no, la carrera tuvo emoción hasta última hora de ésta 87ª edición de la carrera, amarga la 336ª vuelta liderada por el Toyota #7, especialmente para Pechito. Fue suficiente para el #8 esas 49 vueltas como primero para vencer por segunda vez las 24 Horas de Le Mans y pasar a la historia como el único coche y pilotos capaces de ganar en dos ocasiones la prueba reina de la resistencia.