Es irónico conocer la noticia de la marcha de Claire Williams del equipo fundado por su padre en el fin de semana del Gran Premio de Italia, la carrera disputada en más ocasiones y además en Monza, el circuito que más veces ha sido sede de una ronda oficial de Fórmula 1. Ni siquiera la pandemia que ha azotado y detenido 2020 en muchos sentidos ha podido con el GP italiano pero éste no deja de ser otro de los golpes definitivos de la categoría más rápida del mundo hacia su tradición, en pos siempre de la velocidad, a la que acompañan la evolución y el gasto.
Desde hace más de 40 años la F1 ha sacrificado su identidad y sus pequeños componentes para ir siempre a por más, ya fuera con motores turbo, repostajes, diseños radicales, nuevos sistemas de seguridad a equipar en los coches, tamaños distintos de las máquinas o cambios sistemáticos de normativa. La mezcla entre fabricantes de coches y equipos privados ha sido una de sus señas de identidad, aunque el progresivo mandato de unos cuantos ha quitado las ganas al resto en un mercado cada vez más feroz dónde ganar los domingos no siempre implica vender el lunes y menos aún con un público cambiante.
Williams ha supuesto hasta ahora un teórico aire vintage que sin embargo se ha tornado rancio con el paso de los años y su caída en rendimiento. El rescate que Mercedes efectuó a mediados de la pasada década ha terminado siendo un espejismo de la primera mitad de la era híbrida, dónde el equipo de Grove se paseó por la zona alta y rozó la victoria en ocasiones, la última de ellas en el confuso primer Gran Premio de Azerbaiyán que vio el (por ahora) único podio de Lance Stroll. El déficit aerodinámico de Williams no se ha resuelto de forma correcta en tiempo.
Es triste ver como Williams va cayendo hacia atrás, aunque estos acontecimientos no sorprenden conociendo su estado financiero. Desde que BMW dejó su asociación con la escudería británica a finales de 2005, ésta ha buscado alternativas de rendimiento que no siempre han salido bien. Tres años correctos e irregulares con Toyota se intercalaron entre otros tres flojos con motor Cosworth, en especial dos abismales campañas en 2006 y 2011. No ayudaron un par de años con Renault y el descenso con Mercedes ha sido testigo de una puerta corredera de pilotos con chequera como Pastor Maldonado, Lance Stroll, Sergey Sirotkin y Nicholas Latifi.
Por lo menos dichos pilotos han rendido mejor que la mayoría de los pay drivers que poblaron la Fórmula 1 hasta principios de los 2000, época en la que Williams aún era relevante en el campeonato. Hay que tener en cuenta que Williams es el tercer equipo con más GP disputados en la historia de la F1 y la cuarta sucesión más larga, solo por detrás de Ferrari, McLaren y lo que empezó siendo Tyrrell y ha acabado en Mercedes. La familia Ferrari no controla el destino de su Scuderia, Bruce McLaren falleció hace 50 años y Ken Tyrrell vendió su equipo a BAR en 1997, hecho que muestra que el cambio afecta hasta a los más grandes nombres.
El objetivo a largo plazo de Williams como equipo de competición sigue siendo la F1, como demuestra su firma del Pacto de la Concordia entre 2021 y 2025. Eso sí, cabría no olvidar que los hombres de Grove llevan un legado de 50 años a sus espaldas y podrían intentar mantenerlo vivo aunque sea con otro nombre dentro de un tiempo. Así se unirían a Tyrrell, Ligier, Minardi, Jordan o Sauber en el grupo de equipos con el mismo «espíritu» dentro de otra identidad e intentar no unirse a los caídos sin herencia como el Team Lotus, Brabham, Arrows, BRM y March.