Vivimos un momento en el que la cuestión medioambiental está en boca de todos. Y los desastres naturales que se están viviendo estos días, y las noticias que nos llegan desde la Unión Europea, no hacen otra cosa que recordarnos por qué el problema del Cambio Climático va a estar muy presente en la opinión pública en los próximos años, llegando incluso a condicionar muchos de nuestros hábitos.
Términos como descarbonización ya no nos son ajenos. Desde los medios, se nos está transmitiendo estos días cuán contaminante es nuestro estilo de vida, nuestros hábitos de consumo, nuestra alimentación y, sobre todo, los medios de transporte que empleamos. Este verano, la Unión Europea proponía el fin del diésel y la gasolina en 2035, cesar para entonces la venta de coches con motor de combustión interna.
¿Pero tenemos que ser los conductores los que, con nuestro coche, paguemos el peaje del cambio climático?
Grandes cambios para la industria del automóvil
La industria del automóvil, sin duda, será una de las más perjudicadas por un proceso de transición que, insistimos, afectará a prácticamente todos los ámbitos de nuestra vida. Un proceso de transición que a día de hoy ya parece imparable. La industria del automóvil ya está afrontando un proceso de desarrollo tecnológico costoso. Y unos costes que han de valorarse en su justa medida, por el mérito que implica para las empresas involucradas, sin caer en la demonización de un sector que durante más de un siglo ha acompañado el desarrollo de la humanidad.
Pero tampoco sin olvidar la participación que esta industria ha tenido en los problemas de contaminación que hemos sufrido y, en última instancia, en el problema del Cambio Climático que las sociedades avanzadas ahora pretenden resolver.
No solo pagaremos el peaje los conductores, con nuestro coche
Si algo nos están trasmitiendo las noticias que nos llegan de Bruselas, es la sensación de que, sin duda, seremos los ciudadanos los que tendremos que pagar el peaje del cambio climático o, mejor dicho, la factura de la transición energética con la que pretendemos frenar el calentamiento global.
Lo pagaremos con la necesidad de adaptar nuestro estilo de vida, pensemos que ya hay quien se pregunta, incluso, si es sostenible la elevada presencia de productos cárnicos en nuestra dieta. Lo pagaremos por la fuerte inversión pública que requerirá este proceso y que, evidentemente, saldrá de nuestros impuestos. Lo pagaremos, incluso, con el coste social que puede tener como consecuencia un proceso de transición irresponsable, si nuestros gobernantes no toman cartas en el asunto y toman decisiones importantes.
Pensemos que habrá sectores que tendrán que reinventarse por completo, que la transformación ha de partir del sector de la producción energética y que la industria, y los estratos más desfavorecidos de la sociedad, son muy sensibles a los costes de la energía. Pensemos que la economía del país, y decenas de miles de empleos, dependen de la industria del automóvil.
Y sin duda, lo pagaremos los conductores, con nuestros coches. Lo pagaremos con impuestos adicionales o con restricciones y limitaciones que, en última instancia, nos obligarán a cambiar nuestro viejo y contaminante coche por uno más eficiente, o incluso por uno que no genere emisiones locales.
Por qué gravar al ciudadano y su coche
Debemos de partir de una verdad irrefutable, a pesar de que nos estemos saliendo del tema principal de este artículo, que es el cambio climático, y no el resto de consecuencias que tienen para la salud y el medio ambiente las emisiones contaminantes. Nuestras ciudades serían más limpias sin coches. De hecho, la evolución de la tecnología de reducción de emisiones de los automóviles ha contribuido a resolver algunos de los problemas de contaminación de las grandes ciudades. Hoy nadie estaría dispuesto a vivir en ciudades plagadas de coches sin filtros de partículas, sin sistemas de recirculación de gases, o sin dispositivos que, como el AdBlue, reduzcan las emisiones de NOx, que aún así siguen siendo un problema en algunas urbes españolas.
No obstante, la industria del automóvil, y los conductores, también tenemos derecho a recordar que nuestros coches no son el único problema para la contaminación de nuestras ciudades y, por extensión, el único responsable del cambio climático. La industria, los sistemas que empleamos para mantener caliente en invierno nuestro hogar, o incluso la agricultura, la ganadería y la minería, también son responsables de la contaminación de nuestras ciudades y, de nuevo por extensión, del cambio climático.
Ahora bien, esto nos va acercando a la pregunta del millón, ¿por qué son los conductores los que, con su coche, están pagando en mayor medida las consecuencias? Sin duda, porque es más sencillo regular, restringir y gravar al sector del automóvil.
Situaciones como las que aún se están dando en las cuencas mineras, con la extracción de carbón, nos recuerdan lo difícil que sería acabar con industrias muy contaminantes, que también son responsables de la contaminación de nuestras urbes y del cambio climático.
A pesar de que sus emisiones se han doblado en los últimos 20 años (Transport & Environment), y generan alrededor de un 5% de las emisiones generadas por la actividad humana de gases de efecto invernadero, con la tecnología actual nos costaría mucho imaginar un modelo de aviación que genere cero emisiones, o prescindir por completo de la aviación. Su futuro previsiblemente estará en compensar sus emisiones, comprando bonos, o buscando otras alternativas, como el empleo de combustibles sintéticos neutrales.
Con la industria del transporte marítimo sucede algo parecido. En una economía cada vez más globalizada, sería difícil encontrar alternativas eficaces y económicas que no emitan gases de efecto invernadero. Lo que sí sería posible es reducir su efecto contaminante o limitar sectores prescindibles, por importante que sea su efecto económico, como el de los cruceros. A pesar de que los cruceros turísticos supongan una porción ínfima del transporte marítimo, su impacto es desproporcionado. Hasta el punto de que las embarcaciones de una única compañía de cruceros, la Carnival Corporation & PLC, emiten diez veces más de un contaminante tan peligroso como los SOx (óxidos de sulfuro), que todo el parque de automóviles europeo (Transport & Environment).
A pesar de que la completa reducción de emisiones del parque de automóviles requiere de inversiones importantes, una revisión de la infraestructura y un modelo de producción energética que se base única y exclusivamente en la energía renovable, hidráulica, o nuclear, la industria del automóvil sí puede aspirar a eliminar por completo sus emisiones en un periodo relativamente corto. Y tan importante como eso, el hecho de que la industria del automóvil pueda abogar, con relativa sencillez, a un proceso gradual de descarbonización, de reducción de emisiones progresiva hasta llegar a la neutralidad de CO2.
La industria del automóvil, por suerte, no solo puede abordar técnicamente el reto del cambio climático, sino que también, por desgracia, es un sector en el que resulta relativamente sencillo cargar el peaje del cambio climático. Primero, porque es más fácil cargar con la responsabilidad al ciudadano, a nivel individual, gravando con impuestos su movilidad en coche privado, o limitando su capacidad para desplazarse. Segundo, porque el automóvil es también una máquina de generar ingresos en las arcas públicas, ya sea con los impuestos con que está gravado un automóvil, a la hora de comprarlo, o con los impuestos que pagamos a diario al desplazarnos en coche, incluidos los que gravan los carburantes.
Pensemos que, únicamente equiparando los impuestos del diésel y la gasolina, es decir, subiendo los impuestos al gasóleo, se podría conseguir que la recaudación aumente en 1.318 millones de euros al año.
Es evidente que, de todas las opciones posibles, la que elegiría cualquier gobierno pasaría por conseguir que los ciudadanos cambien su coche por uno menos contaminante. Es evidente que ese será, junto con la presión que se hará sobre los motores de combustión interna y los combustibles fósiles, uno de los peajes que sufragará la transición energética. De ahí que en 2035 se haya propuesto cesar las ventas de automóviles con motor de combustión interna.
Ahora bien, regresando a la cuestión principal de este artículo, no podemos olvidar que el peaje del cambio climático que hemos de pagar, su coste económico, necesariamente implica un coste social. Y la responsabilidad de nuestros gobernantes, por su bien, y el de todos, pasa por minimizar este último. De manera que, nos guste o no, y creamos o no en el calentamiento global del que están alertando los científicos, hemos de asumir que los conductores, con nuestro coche, necesariamente pagaremos el peaje del cambio climático.
Lo importante o, mejor dicho, lo imprescindible en estos momentos, es cómo pagaremos ese peaje, y cómo nuestros gobernantes asumirán la responsabilidad de repartir el coste que necesariamente tendrá esa lucha que estamos iniciando contra el calentamiento global, contra el cambio climático.