8.800 cerdos sacrificados para producir combustible suficiente como para realizar un vuelo entre París y Nueva York. El 46% de las grasas animales que se procesan en Europa acaban en el diésel que repostamos y quemamos, entre otras cosas, en nuestros coches. Estas son algunas de las claves que proporciona el estudio elaborado por Cerulogy para Transport & Environment que nos deja otras conclusiones, tal vez no tan llamativas, pero sí no menos interesantes y, en algunos casos, preocupantes.
El combustible, la gasolina y el gasóleo que estamos repostando en nuestros coches, ya no solo tiene una procedencia fósil. De un tiempo a esta parte nos hemos acostumbrado a que, al acudir a la gasolinera, nos encontremos con una etiqueta, B7, B10, E5, E10, E85, que no es otra cosa que el porcentaje de biocombustible – biodiésel para el gasóleo o bioetanol para la gasolina – que contiene el combustible que estamos repostando, mezclado con gasóleo convencional.
Ese porcentaje de biodiésel que ya estamos repostando todos en nuestros coches, en un porcentaje mínimo establecido por ley por la Unión Europea, contiene, y se produce, con residuos vegetales, con aceite de la industria alimentaria y, efectivamente, también con grasas de cerdo y de otros animales que acaban transformándose en el combustible que utilizamos en nuestros coches.
Grasa de cerdo para el diésel que repostamos en nuestro coche
El estudio apunta cómo el auge de los biocombustibles está incrementando la presión sobre la industria cárnica y alimentaria. Presión cada vez mayor, primero por normativas como la europea que establecen un porcentaje mínimo de biocombustible en el gasóleo y la gasolina que repostamos en territorio comunitario y también por los incentivos que se otorga a la producción de este tipo de combustibles sintéticos para promover su uso.
La presión podría aumentar si tenemos en cuenta que la industria de la aviación ya está avanzando para reducir su huella de carbono y, ante la dificultad o imposibilidad técnica de crear vuelos comerciales eléctricos, la única solución posible pasa por emplear combustibles parcialmente neutrales que contengan, entre otras cosas, biocombustibles, los denominados combustibles sostenibles de aviación.
De ahí que el estudio llegue a la conclusión de que, en el hipotético caso de que se emplease combustible procedente única y exclusivamente producido con grasas procedentes del procesamiento de animales, para realizar un vuelo entre París y Nueva York se requeriría sacrificar hasta 8.800 cerdos.
El riesgo del empleo de grasa animal para producir diésel
El sesgo y el interés del estudio es más que evidente. El procesado de residuos para producir combustibles evita problemas de contaminación y, por otro lado, unas emisiones incluso mayores que podría implicar un procesamiento más económico, pero menos limpio. Por otro lado, no se están sacrificando animales para producir combustibles. Ni, en principio, se deberían sacrificar más animales para producir combustibles. Las grasas empleadas para la producción combustibles son residuos del procesado de los animales, y un material que no puede ser aprovechado, como alimento humano, o animal, ni tampoco para otras industrias, como la cosmética, por su baja calidad.
Pero es evidente que los biocombustibles, además de aportar ventajas, implican inconvenientes. El aceite de palma es uno de los productos más empleados para la producción de biocombustibles, con el problema medioambiental que ello supone. T&E también avisa de cómo la demanda de grasas animales, para producir combustibles, podría triplicarse hasta 2030 en comparación con 2021. Por no hablar de las connotaciones éticas, del empleo de grasas animales en combustibles que, ya no solo repostamos en nuestros coches, sino que se emplean para mantener el transporte y la economía global.
El problema, como decíamos puede ser mayor con el auge de los combustibles neutrales de toda índole, sintéticos y biocombustibles, que se espera en sectores como la aviación o incluso el transporte marítimo. Otra de las preocupaciones a las que apunta el estudio reside en el hecho de que, con el más que previsible aumento de la demanda, puedan empezar a requerirse grasas animales de mayor calidad, que también pueden emplearse en la industria alimentaria, y cosmética. Y se llegue a otro de los efectos indeseables que ya se han experimentado derivados de la producción de biocombustibles, que se provoque una presión mayor y, por ende, un incremento de precios, en otros sectores, como el de la industria alimentaria.