Un flamante Ford Model T posa orgulloso, un siglo después, con una suerte de sistema de depósitos en la trasera. El Museo de Historia de la Automoción de Salamanca escogía esta joya, la cual considera de gran importancia histórica, como pieza del mes, para recordarnos uno de los pasajes más interesantes, pero también dramáticos, de nuestra historia.
Este Ford Model T recibió en 1944 un gasógeno, fabricado y diseñado en Logroño por Eugenio Sáenz Hierro. Un ingenio diseñado para la gasificación de materiales varios, como cáscaras de avellanas y almendras, papel, carbón, leña, que aprovechaba el monóxido de carbono generado como combustible para mover el vehículo, íntegro, o en combinación con la gasolina.
El gasógeno bien puede ser visto como un empleo de combustibles sostenibles y alternativos, para el transporte en automóvil, primigenio. Pero también como un buen reflejo de una época oscura y de las necesidades y penurias que, tras la Guerra Civil Española, llevaron a la transformación de un menguado parque de automóviles en vehículos de gasógeno para suplir la escasez de combustibles.
Gasógeno, solución de emergencia en tiempos oscuros
Como os decíamos, el funcionamiento del gasógeno se basa en transformar combustibles sólidos, en una caldera, en un gas, esencialmente monóxido de carbono que, como ya te puedes imaginar, gozaba de un poder calorífico bajo. Entre los problemas de vehículos como este, la preparación del gasógeno, hasta 90 minutos antes de iniciar la marcha, o la necesidad de proceder al arranque con gasolina.
Los gasógenos hacían que la potencia del vehículo se viera mermada y requerían de sistemas de filtrado del gas de gasógeno para evitar la corrosión en el motor. Según el Museo de Historia de la Automoción de Salamanca, un vehículo como este requería portar tres sacos de carbón, con los que se alimentaba la caldera de gasógeno cada 25 o 30 kilómetros.
En Europa se llegaron a realizar cientos de miles de preparaciones de este tipo, instalando sistemas de gasógeno en todo tipo de vehículos, desde automóviles, a vehículos de transporte de pasajeros y mercancías, en los peores momentos entre la Primera Guerra Mundial y hasta bien concluida la Segunda Guerra Mundial.
A finales de los años 30, Ferdinand Porsche recibía el cometido de encontrar una aplicación militar para el Volkswagen. Por aquel entonces surgió uno de los vehículos militares más característicos, el Volkswagen Typ 82, más conocido como Kübelwagen, y hermano del Typ 166 Schwimmwagen anfibio. El esfuerzo de guerra alemán llevaría a producir más de 50.000 unidades, de las cuales algunas estaban preparadas con un gasógeno (ver fotografía superior) instalado sobre el capó en el que, ante la falta de gasolina, se quemaba carbón, coque, o madera, para transformarse en gas y mover el vehículo.
Como os decimos, el gasógeno también puede considerarse una fuente primigenia de combustible alternativo para el transporte. Aunque como vemos, las presentes aplicaciones en automóviles se debieron, sobre todo, a una situación de extrema necesidad. En cualquier caso, los principios del gasógeno están muy presentes en un momento en el que hablamos de términos como biomasa, combustibles sostenibles y alternativos, biocombustibles, o incluso captación de CO2.
Un gasógeno, en esencia, podía emplear biomasa como combustible sostenible y, en el fondo, crear biocombustible. El dispositivo que transfería el monóxido de carbono al motor, para ser empleado como combustible, también podría considerarse, de alguna forma, como una técnica de captación de CO2.