El ser humano nunca ha aprendido a solucionar un problema sin generar otro. Tras cargarnos la capa de ozono, y darnos cuenta después de que estábamos generando una gran cantidad de dióxido de carbono, ahora el nuevo problema podría ser una escasez de agua producida por la generación de energías renovables.
No es una situación apocalíptica, pero…
Es bueno no exagerar siempre que se hable de cuestiones de futuro, sobre todo cuando estamos hablando de algo tan vital como es el agua. Sin embargo, es innegable que si algo se le da bien al ser humano es destrozar el planeta. Y cada vez que hemos detectado algo que causa un daño al planeta e intentamos reducirlo, nos damos cuenta de que nos hemos quedado muy lejos del objetivo. Con el Protocolo de Montreal se trató de limitar el uso de gases CFC, HCFC y HFC que pudieran aumentar el daño ya producido en la capa de ozono. Nos estábamos cargando la capa que nos protegía de la radiación solar. El mundo se volvió loco para tratar de evitar que el agujero de la capa de ozono creciese más.
No obstante, más tarde nos dimos cuenta de que si crecía la cantidad de gases de efecto invernadero que expulsábamos a la atmósfera, la radiación solar que llegara del exterior tendría una mayor influencia sobre el planeta, como si de alguna forma estuviéramos creando una capa de gases de efecto invernadero que produce que una vez que la radiación entra, ya no consiga salir con la misma facilidad.
Primero nos estábamos cargando la capa que nos protegía. Y ahora estábamos echando gases a la atmósfera que hacen que la radiación entrante tenga un efecto mayor.
De nuevo, todo el mundo se ha vuelto loco con la huella de carbono, la descarbonización, las cero emisiones y todo eso.
¿Qué va a ser lo siguiente que estamos olvidando y será el próximo gran problema?
¿Y si nos quedáramos sin agua?
Biocombustibles, hidrógeno verde, energía nuclear, son términos que por lo general asociamos a energía menos contaminante, con cifras de emisiones de carbono casi nulas. Pero lo cierto es que también llevan asociadas un riesgo importante. El último informe de la Agencia Internacional de Energía alerta sobre la importancia de supervisar de forma precisa el uso del agua y la disponibilidad de la misma.
Para la producción de biocombustibles, y de hidrógeno verde, hace falta el uso de una gran cantidad de agua. Es cierto que cuando hablamos de e-fuel, o de hidrógeno, solemos hablar de otros factores que encarecen el precio, pues el agua no es «cara». Sin embargo, el valor del consumo de agua podría empezar a notarse en momentos donde la disponibilidad ya no sea tan alta.
El caso de las centrales nucleares, por ejemplo, es destacable. Hace falta una gran cantidad de agua para mantener en funcionamiento una central de energía nuclear, pues es imprescindible mucha agua para la refrigeración de la turbina. Tal es así, que una de las principales centrales nucleares de Francia tuvo que detenerse en el 2020 cuando el país vecino sufrió una intensa sequía. De igual modo, en este 2022 se ha tenido que limitar la producción de algunas centrales térmicas para evitar un sobre uso de agua dulce en la zona.
Por otro lado, una baja disponibilidad de agua dulce limita también la producción de las centrales hidroeléctricas. Latinoamérica sufrió en el 2021 la baja generación de electricidad en las centrales hidroeléctricas, lo que derivó en la necesidad de la compra de gas para la producción de energía, dando inicio a una subida en los precios, que se agravó en el 2022 y que explotó con el inicio de la guerra de Ucrania.
Actualmente, un cuarto de la población mundial no tiene acceso a agua potable. Y dos tercios de la población ha tenido carencias de acceso a agua potable al menos un mes al año.
El 10% del consumo de agua dulce en el mundo proviene de la generación de electricidad, por lo que no es algo que tomar a la ligera.
¿Una transición inteligente o una apuesta descontrolada por las energías verdes?
La Agencia Internacional de la Energía ha planteado dos escenarios diferentes. Uno de ellos es el Net Zero Emissions by 2050, y es el más ambicioso. Si realizamos una transición inteligente a una nueva forma de generar energía, podríamos no tener problemas con la gestión del agua. Para el año 2030 no crecería el uso de agua, sino que descendería ligeramente, quedándose en unos 350.000 millones de metros cúbicos utilizados al año. Eso sí, de toda ese agua utilizada, consumiríamos (dejaría de ser agua dulce) casi 60.000 millones de metros cúbicos, siendo esto un ligero aumento respecto a las cifras actuales.
No obstante, es un escenario ideal que de seguro no se dará. El escenario más conservador ha sido denominado Stated Policies Scenario, y aquí solo se han tomado en cuenta aquellas medidas de transición que ya han sido iniciadas o que está en desarrollo. En este caso las cifras de uso de agua casi llegarían a los 400.000 millones de metros cúbicos al año, y se superarían los 60.000 millones de metros cúbicos de agua consumida. Es un escenario más realista, y supone un uso todavía mayor del agua.
La producción de energía nuclear, la irrigación de materias primas para biocombustibles, la captura de carbono, y la producción de hidrógeno pueden ser culpables de una elevación del consumo de agua.
Si a eso le sumamos que se espera un decrecimiento de los flujos de agua dulce en zonas como el sur de Europa (España entre otros), el norte de África y Oriente Medio, es algo a tomar en consideración.
Y la cuestión aquí es, ¿se puede esperar una transición responsable, o vamos a entrar de nuevo en una batalla por apostar por aquello que parece innovación sin tener en cuenta los efectos secundarios que pueda tener? Aun tratando de evitar caer en la exageración y en el escenario apocalíptico, cuando tenemos en cuenta el efecto que ha tenido el ser humano y la industrialización en el planeta, ¿qué es más probable que suceda?
¿Planteamos escenarios razonables para la generación de hidrógeno verde o simplemente está todo el mundo tratando de ser el número 1? ¿Hemos analizado bien las consecuencias de pasar a los biocombustibles, o el objetivo es llegar el primero al nuevo estándar? ¿Hemos pensado bien en la sostenibilidad general al analizar cualquier aspecto de transición energética, o simplemente hay un montón de actores buscando un beneficio?