Vivimos un contexto difícil para la automoción, un escenario que nos enfrenta a subidas impositivas a combustibles como el gasóleo, y al mismo tiempo, un aumento de precios generalizado de los combustibles derivado de graves tensiones geopolíticas en Europa. El Plan de Recuperación, el «New Green Deal», está vinculado a un modelo de pago por uso de las autovías y una actualización de la fiscalidad de los carburantes. Incluso en este difícil escenario, queremos romper una baza a favor del gasóleo. Aunque no lo parezca, sigue teniendo muchísimo sentido.
Hace tiempo hablamos de una plausible subida de impuestos al gasóleo, con el objetivo de equiparar su fiscalidad a la de la gasolina – el Impuesto Especial de Hidrocarburos sigue siendo más gravoso para la gasolina que para el gasóleo, a causa de la dependencia del país del transporte por carretera, entre otros factores. Aunque esta subida de impuestos no se ha materializado aún, ha sido eclipsada por el repentino aumento de la cotización del precio del petróleo, a causa del conflicto armado provocado por Rusia en Ucrania.
En cualquier caso, aunque esa subida impositiva al gasóleo se materializase en su completo alcance – una subida de unos 0,10 euros/litro – o el precio del gasóleo supere de forma puntual a la gasolina en un escenario de precios en ascenso provocado por tensiones geopolíticas severas, el diésel seguirá teniendo mucho sentido, y mucho recorrido de futuro. Y en este artículo vamos a explicaros las razones por las que tiene mucho futuro, y las condiciones particulares que deberías cumplir para que tener un coche diésel no te sea contraproducente.
Diésel: amigo de la carretera, enemigo de la ciudad
España vivió una tremenda dieselización durante la primera década del siglo. Una dieselización a todas luces excesiva. En estos tiempos, vive una aversión al diésel, también a todas luces excesiva. Para saber si el diésel nos sale a cuenta debemos analizar cuidadosamente el uso que recibe nuestro vehículo: no solo debemos analizar cuántos kilómetros recorremos anualmente, si no por dónde los recorremos. Si nuestros trayectos son fundamentalmente urbanos y al año apenas recorremos 15.000 km, es mejor que nos olvidemos de los motores diésel.
Los trayectos cortos y de corte urbano son realmente perjudiciales para los sistemas anticontaminación de un diésel moderno, que pronto se saturarán y requerirán regeneraciones forzosas, limpiezas o incluso su caro reemplazo. Por contra, si nuestro uso del coche es fundamentalmente extraurbano y recorremos una distancia suficiente para que el vehículo alcance y mantenga una temperatura de servicio – al menos 15 minutos de conducción a régimen constante – el diésel puede convertirse en un gran aliado y una compra realmente inteligente.
A igualdad de potencia y prestaciones, el consumo real de un coche diésel – y por tanto sus emisiones de CO2 – sigue siendo claramente inferior al de un coche de gasolina. Si recorremos un elevado número de kilómetros al año, con el gasóleo salen las cuentas, y van a seguir saliendo aunque el litro se encarezca con respecto a la gasolina, e incluso aunque sea más caro que este de forma puntual. Como propietario de un coche diésel que recorre al menos 35.000 km anuales, puedo atestiguar esto de primera mano: con un gasolina tanto mi gasto anual como mi huella ambiental serían muy superiores.
El transporte por carretera sigue dependiendo del gasóleo
El 90% del tráfico de mercancías en España se mueve por carretera, en grandes camiones. La práctica totalidad de esos camiones emplean gasóleo. Las flotas de reparto urbano, las furgonetas de los autónomos y los vehículos de los profesionales independientes siguen estando en su mayoría alimentados por gasóleo. El motor comercial de España es una mecánica diésel. Como es lógico, estamos afrontando un proceso de descarbonización sin precedentes y los vehículos industriales no son ajenos a este proceso. Pero esa transición debe ser justa y ordenada.
Una subida impositiva de este calado no perjudicará a aquellos que empleen gasóleo profesional, pero afectará al resto de empresas y autónomos de forma considerable. Bajo nuestro punto de vista, la descarbonización del parque móvil debería hacerse sin perjudicar a aquellos que han invertido decenas de miles de euros en vehículos diésel, cuya fiscalidad hasta ahora seguía siendo beneficiosa. El ideal de una transición natural a la movilidad de bajas emisiones sería pasarse al eléctrico porque sale más barato, no abandonar el diésel porque sale demasiado caro.