El artículo que he preparado hoy no pretende, aunque lo parezca, ser una respuesta al artículo de opinión en que se ha basado. Y aún menos se trataría de un intento del que escribe estas líneas por militar en un bando, en esa supuesta batalla en la que seguros muchos están pensando, entre los defensores de una visión ecológica, a favor del eléctrico y en contra de tecnologías como el diésel, y los que defienden el statu quo. Batalla que no acepta, como sucediera en cualquier otra que se haya librado a lo largo de la historia, matices grises, ni ambivalencias.
Mi vecino se ha comprado un diésel…
Como os decía, mi vecino se ha comprado un diésel y ha tomado la decisión acertada. Es joven y vive con dos hijos pequeños en una localidad muy poblada y animada al sur de Madrid, a unos 40 minutos en coche de su trabajo, en un enorme edificio de oficinas en un área de negocios en otra localidad al norte de la capital. Reside en un edificio antiguo y sin garaje, muy cerca del barrio en el que su mujer, y él, se criaron.
Cada día tiene que recorrer alrededor de 50 kilómetros para dejar a los niños en el colegio y llegar a su puesto de trabajo. A pesar de que las bondades que se dicen acerca de la calidad del transporte público en la capital no sean un mito, en su caso sería muy difícil prescindir del coche. Pensemos que cada día laboral recorre algo más de 100 kilómetros y muchos fines de semana viaja con la familia, a un pueblecillo de la sierra, en el que residen sus padres ya jubilados.
… y ha tomado la decisión acertada
Mi vecino se ha comprado un diésel y ha tomado la decisión acertada. La opción de un eléctrico era inviable, por cuestiones tan evidentes como el hecho de no disponer de un garaje propio, algo que tiene en común con otros muchos conductores, o por el mero hecho de que el precio de un eléctrico que cumpliera con sus necesidades de espacio fuera el doble que el del precio del diésel que ha escogido.
El resto de opciones disponibles eran sin duda mucho más costosas en términos económicos para mi vecino, que cruza la barrera de los 25.000 kilómetros anuales en los que existe el convencimiento matemático de que el diésel compensa, frente a alternativas de gasolina, o incluso híbridos y GLP. Y esto lo decimos a pesar de que mis compañeros, y un servidor, sí hemos militado durante años en la causa de recordar y matizar por qué los diésel han perdido competitividad en esa justificación económica en los últimos años, sobre todo por la incorporación de sistemas anticontaminación que son tan necesarios como costosos y propensos a algunos problemas o averías.
Y seguimos militando en la causa de recordar y matizar el futuro que le espera al diésel y a tecnologías como el motor de combustión interna, en toda su extensión.
Los eléctricos son el futuro, híbridos y enchufables el presente. Pero no la opción más adecuada para todos los conductores.
Pero precisamente lo que exige la situación actual, a la sociedad, y a los medios, ya sean específicos de motor, como el nuestro, o de información general, es tomar en consideración todos los puntos de vista posibles en este proceso que se ha iniciado, y sabemos ya es irreversible, en el que el único futuro posible es el coche eléctrico, independientemente de que este almacene su energía en baterías o en pilas de combustible.
Debemos asumir que se avecinan tiempos difíciles, para la industria del automóvil y sobre todo para los conductores, los ciudadanos y su movilidad. Tiempos en los que habrá que afrontar grandes retos, e incluso asumir que tal vez nuestra relación con el automóvil haya llegado a un punto de no retorno.
Ahora bien, nuestra responsabilidad como medios y, por extensión, ciudadanos, no es la de juzgar a nuestro vecino por haber comprado un diésel. Nuestra responsabilidad pasa por ser claros en la situación actual, mostrar los hechos tal y como son y, sobre todo, no ocultar que se avecinan tiempos difíciles en los que la industria, y los conductores, tendremos que asumir grandes cambios.
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