Viaje hasta las orillas del Mar Caspio | Por Sergio Álvarez
Hace unas semanas nuestro especial Foto a Foto versaba sobre la cultura automovilística de Irán en la inauguración del circuito Azadi en Teherán. Además de un trazado homologado por la FIA, pudimos mostraros algunas de las joyas de cuatro ruedas que se mueven en uno de los países más injustamente aislados en la comunidad internacional.
Mi periplo en Irán superó el año, y no quise abandonar el país sin hacer algo muy típico: un road trip desde Teherán a la zona conocida como “shomal”: las orillas del Mar Caspio en el extremo septentrional del país. Un poco de geografía: Teherán está al norte de Irán, pero se ubica tras una cordillera de montañas que supera los 4.000 metros de altura. El clima es continental extremo: en verano se superan los 40 grados y en invierno es frecuente que nieve, con temperaturas bajo cero. En línea recta, la orilla del Mar Caspio está a menos de 100 km, pero hay que superar complicados pasos de montaña para llegar, un viaje que suele durar más de 5 horas por poco tráfico que haya.
La recompensa es un clima húmedo subtropical, grandes praderas, bosques y la añorada lluvia, tan poco frecuente en la capital.Es el sitio preferido para los teheraníes en sus vacaciones, que huyen del clima de la mayor ciudad de Oriente Medio (14 millones de habitantes) y buscan relajarse con sus amigos en “villas”, chalets que alquilan por unos días para poder hacer fiestas sin ser molestados. No se puede llegar a “shomal” de otra manera que en coche, y es por ello que me decidí a probar la experiencia de conducir en Irán con la compañía de dos buenos amigos. Para que la experiencia fuese completa y auténtica, el coche ha sido un Saipa Tiba, un utilitario de tres volúmenes producido local y orgullosamente en Irán.
Antes de embarcarnos en este viaje hay que tener en cuenta algunas cosas. La sociedad iraní no tiene nada que ver con la española, su cultura es completamente diferente, y también lo es su forma de conducir. Las normas no son más que directrices que ni la policía cumple, el peatón no es más que un obstáculo en la carretera y si en dos carriles caben cuatro coches, que así sea. Nadie se sorprende de que haya adelantamientos en línea continua o en curvas sin visibilidad, y las familias toman té y hacen picnic en el arcén, como si nada pasara. Creedme, Irán es otro mundo. Subíos conmigo al coche, y por favor, abrochaos el cinturón, aunque ningún iraní lo haga.
Aquí posa para nosotros la máquina que nos acompañará, con algunos de los lujosos edificios del norte de Teherán como fondo. Un Saipa Tiba SX del año 1390 – equivalente a nuestro 2011 – con un “rabioso” motor 1.5 de 80 CV. Es un coche producido al 100% en Irán, incluso su motor. Una máquina muy sencilla, pero práctica y asequible, con todo lo deseable en un vehículo de bajo coste. Es posiblemente el coche de producción iraní más seguro: tiene ABS y doble airbag, aunque no querría probarlos. Tiene aire acondicionado y equipo de audio con conexión USB de serie.
Al día siguiente emprendemos la marcha aprovechando el escaso tráfico de los viernes (festivo en el mundo musulmán). Existe una limitación a la cilindrada de las motos a 250 cc, pero algunas motos de alta cilindrada tienen permiso los viernes para circular. Esta Hayabusa 1300 con escapes modificados circulaba por la autopista. Cuando le tiramos unas fotos nos levantó el pulgar en signo de aprobación, a lo que respondimos de igual manera.
Circulamos por una autopista recién construida que une Teherán y Karaj, una gran ciudad dormitorio. Unos 30 kilómetros de asfalto impecable y estándares muy parecidos a los de cualquier autopista española moderna. Nuestro Tiba mantiene los 120 km/h sin problema alguno.
¡Hora del avituallamiento! Pequeñas tiendas salpican los laterales de la carretera, en las que se pueden comprar snacks de todo tipo, cerveza (sin alcohol, claro), pelotas de juguete, tapacubos para el coche e incluso cachimbas, una de las mayores aficiones de los iraníes. A su lado suele haber pequeños talleres mecánicos. Una próspera sinergia de negocio.
La carretera se hace escarpada, y llegan las montañas. Muchos aprovechan para detenerse junto a un pantano para hacerse fotos o tomarse un té junto a la carretera. Tanto el té como la cachimba son toda una religión en la República Islámica de Irán, que dicho sea de paso ni es república, ni es islámica..
Varios túneles excavados en la montaña, cerca de un paso de montaña a casi 2.500 metros de altura. Una carretera construida por ingenieros alemanes a principios del Siglo XX, que aún sigue siendo la principal vía de comunicación entre Teherán y el Mar Caspio.
De no ser por el infernal tráfico que tiene el país – más dependiente del transporte privado que incluso EE.UU. – algunas secciones de la carretera se prestarían a una conducción más que inspirada. Con un deportivo y sin tráfico esta carretera sería una golosina: el firme es en general de los más aceptables del país, aunque algunas secciones están en estado precario.
Descansa junto a un pantano una antigua cabeza tractora Mercedes y una veterana pick-up Mazda B2000. ¿Antiguas, veteranas? No, ambas estaban producidas hace menos de cinco años. La industria nacional aún fábrica bajo licencia “greatest hits” de hace décadas en Japón y Europa.
Atascos y más atascos. Es la verdadera constante en las carreteras iraníes. El más mínimo hueco es aprovechado por algún coche para colarse delante de nosotros, por lo que tenemos que pegarnos al coche delantero. Un detalle curioso: fijaos en la cantidad de basura junto a la carretera. Todos los coches arrojan botellas y envoltorios a los lados de la carretera. En Irán la población jamás ha tenido concienciación medioambiental y no ven esto como un problema. El shock cultural nunca cesa.
A los lados de la carretera se venden todo tipo de artículos, aunque la tónica predominante son puestos de fruta y dulces tradicionales. Es muy barata y está deliciosa..
Aunque hemos abandonado Teherán a las 8 de la mañana no llegaremos a nuestro destino hasta las 3 o las 4 de la tarde. A las 11 es hora de hacer un breve descanso y tomar un té en un restaurante de carretera. Es necesario parar de cuando en cuando, ya que la conducción en Irán requiere de estar extremadamente atento y esperar lo inesperado. El servicio de té para tres personas no ha llegado a 2,5 euros. Las galletas no están incluidas, venían con nosotros.
En la localidad de Kelardasht abandonamos la carretera y comenzamos un ascenso por una pista sin asfaltar, a sugerencia de nuestra amiga iraní. El ascenso no parece complicado al principio, pero lo único que veo a ambos lados de la carretera son vehículos todoterreno y muy pocos turismos. Este viejo Toyota Land Cruiser con carrocería pick-up estaba aparcado entre la maleza.
El camino se torna complicado, y los baches son cada vez más hondos. En más de una y de dos ocasiones los bajos del coche han rozado el suelo. Hacemos un descanso en un ascenso que dura casi dos horas: hay que ir en primera o segunda casi todo el tiempo. Con el poco persa que sé he escrito “Sergio Diariomotor” en el cristal empolvado del coche.
Unos niños nos saludan, mientras van subidos al maletero de su Iran Khodro Samand. Otro va sentado en el marco de la ventanilla. Una escena así podría haber pasado en la España de los años 60, que sí comparte algunos aspectos con el Irán de hoy. Por fortuna no se puede ir rápido y cualquier caída accidental no haría más que unos rasguños.
El ascenso tiene su recompensa en un gigantesco mar de nubes que se extiende bajo nuestros pies. Nuestro Tiba ha subido como un jabato sin inmutarse. Estamos en una pequeña planicie junto a una pequeña cima a la que un 4×4 con reductora podría subir.
A cambio, es un Peugeot 405 el que lo intenta, sin el más mínimo éxito. Dos pequeñas motos de calle lo intentan también sin éxito. Un Nissan Patrol con reductora sube sin problemas.
Tenemos que parar para que un rebaño de ovejas cruce el camino. Estamos en el medio rural en el fondo. Lo que hay en el salpicadero es un ambientador, accesorio imprescindible de cualquier coche iraní junto a una caja de pañuelos de papel.
El camino hacia abajo se hace mucho más llevadero. La mayor parte de coches bajaba y por fortuna en un camino así apenas había tráfico. El Lexus RX 350 pasaba mucho mejor por encima de los baches que nosotros.
Me dispongo a tomar unos pasteles y fumar una cachimba – de tabaco aromático, no penséis nada raro – en Kelardasht. En una agencia de taxis descansa una preciosa Honda CB Seven-Fifty de finales de los 70. El dueño tenía un permiso especial para conducirla por la localidad. Me dijo que no estaba en venta ante mis preguntas…
Tras unos 400 kilómetros es hora de llenar el tanque. Entran 27,04 litros hasta el corte de llenado. El precio total es de 189.280 riales iraníes. Puede parecer mucho dinero, pero el litro cuesta el equivalente a 0,17€. Os dejo que hagáis las cuentas, porque comparo este precio con el de España y me apetece llorar.
Ha oscurecido y nos vamos a un restaurante a cenar. Las luces de neón están por todas partes, y cuanto más cantosas sean, mejor. Sólo os diré que este establecimiento es de los más discretos. Y sí, se enorgullecen de servir fast food.
Diariomotor no es una web de comida, pero Foto a Foto es una sección un tanto especial. Mi cena consistió en un delicioso kabab de pollo con pasta agridulce, tarta de arroz duro y “mirza ghasemi”, una pasta de berenjena con tomate para untar en el pan. Espero no haberos dado mucha hambre.
Nuestro coche descansa en el patio de la casa donde pasamos la noche. Lo común es que haya hombres-anuncio en el lado de la carretera, vendiendo habitaciones con su baño y cocina a precios irrisorios. Una noche para tres personas costó únicamente 15 euros.
Dejamos el coche aparcado y subimos a un telecabina que nos lleva a 1.000 metros de altura para apreciar las vistas del Mar Caspio. El verde de la zona hace pensar que estemos en el norte de España.
Los complejos vacacionales de esta zona ofrecen diferentes actividades a los turistas, desde dar unas vueltas en buggy a montar en moto de agua, pasando por otros deportes acuáticos.
Reemplazad la pick-up Mazda por una Ford F-150 y esta escena podría pasar por Estados Unidos.
Aunque se suban a una potente moto de agua, la sharia (ley islámica) obliga a las mujeres a cubrir su pelo en público, dando pie a situaciones peculiares, por llamarlas de alguna manera…
Emprendo en viaje de regreso a Teherán al día siguiente, pasando por la misma carretera que afortunadamente tiene un tráfico ligero. La alegría del tráfico se me pasará al llegar a Teherán.
Al volver a pasar por el paso de montaña chispea y hace algo de frío. Me detengo para tomar una sopa de “ash” en un local tradicional. Un bol caliente de esta sopa cuesta 0,75€, y es ideal para entrar en calor. Lleva fideos de pasta casera, verduras y unas pequeñas habichuelas.
Esto es un baño de carretera iraní. Los horrores que se pueden vivir en su interior dejan en ridículo a cualquier producción de Hollywood. Por desgracia, he tenido que experimentarlos. Bonus: la basura sigue estando presente en los bordes de la carretera.
Una vieja pick-up Chevrolet de finales de los años 70 se emplea ahora como vehículo de asistencia en carretera.
Por 1,5 euros limpiarán nuestro coche a fondo. Incluye un repaso breve a los marcos de las puertas, lavado de alfombrillas y limpieza a mano de la carrocería, con secado manual.
Nuestro periplo termina en Teherán, tras casi 700 kilómetros recorridos y un gasto en gasolina de unos 8 euros. El consumo nunca es una preocupación en Irán, afortunadamente. Ha sido un viaje de lo más interesante, y espero que hayáis disfrutado tanto como yo relatándooslo.
Yo conduzco, el líder me guía.