Objetivamente hablando, está claro que los coches que se fabrican en la actualidad son mejores que sus antecesores (en el 99% de los casos, al menos). Son, de entrada, infinitamente más seguros, gracias al desarrollo de varias ideas de seguridad pasiva y activa, mucho más avanzados en electrónica, con sistemas mucho más elaborados (aunque esto último, la complejidad mecánica, tiene claros contrapuntos), por no hablar de la rigidez de los chasis, si bien hay algo de estancamiento quizás en los esquemas de suspensión.
No hacen coches como los de antes, y con razón
“Ya no hacen coches como los de antes”, habrás escuchado por ahí. Y sí, es cierto. Ya no hacen coches que se oxidan fácilmente en los bajos, sobre todo en zonas húmedas, o con una calidad de construcción cuestionable con juntas mal acabadas, o que cada cierto tiempo hay que rehacer motor. De un tiempo para acá, los mantenimientos se han simplificado de manera notable, además de ser en su gran mayoría mucho más cómodos de conducir.
Si fuésemos estrictamente racionales, no habría ni un solo coche histórico sobre la faz de la tierra. ¿Por qué tener coches más contaminantes, inseguros, poco potentes o propensos a tener problemas si no se les dedica el cariño, la atención, el tiempo, el dinero o viven en condiciones concretas? Muy sencillo: no somos esos seres racionales, ni nunca lo hemos sido realmente, sino que muchos conductores, por el mero hecho de ser humanos, tenemos un importante componente pasional.
Existen coches cuya única razón de ser es precisamente el componente pasional. Está el del marketing, hacer coches halo como deportivos que supongan, además de tener un coche rápido, un coche que despliegue una tecnología concreta. Evidentemente, el mercado tiene mucho que decir, pues es la demanda actual la que inclina la balanza hacia la SUVmanía, en detrimento de monovolúmenes, coupé-cabrios o los propios coupé de toda la vida, entre otras clases de carrocería que no se ofertan prácticamente.
Sin el componente pasional no tendríamos tampoco coches ‘retro’ ni detalles nostálgicos que aludieran a modelos exitosos del pasado o logros importantes de la historia de la marca. Es más, el componente pasional lo podemos encontrar hasta en el propio nombre de los coches, existiendo algunos que sólo tienen sentido con un nombre concreto. Y no es tan nuevo: la carta de la nostalgia se lleva utilizando muchas décadas en la automoción.
La carta de la nostalgia lleva décadas utilizándose en la industria
Es por esto que, en parte, levanta tanta polémica el asunto del coche eléctrico, más incluso que el del peso (que, si se avanza en densidad de energía de las baterías, podría aliviarse en generaciones futuras). Sí, es más silencioso, diáfano, incluso lógico, el hecho de tener un cambio manual en pleno siglo XXI es casi un vestigio pasado y el sonido de un motor de combustión, en esencia, está relacionado con su eficiencia térmica, o falta de ella.
Conducir sin sonido es como si te quitasen la banda sonora de una película – y no te puedes imaginar a Darth Vader sin la Marcha Imperial, a Marlon Brando sin la cabecera de El Padrino o a Terminator sin su entrada musical. Te falta algo, como si de repente quitasen el sonido en una discoteca. No es sólo el sonido, sino las vibraciones que transmite a través del cuerpo – quizás la gran diferencia entre probar un coche en un simulador frente a sentarse en uno real.
Otro asunto aparte es lo que transmite una dirección de un clásico frente a uno moderno, con la dirección asistida filtrando quizás demasiada información de lo que el coche va pisando en la carretera. Esto es ya algo generalizado, que incluso encontramos en modelos que esperaríamos algo más de feedback en las yemas de los dedos.
Un ex campeón de España de rallyes de asfalto dijo una vez “Eran como una película de Rambo o de Rocky, que te metían en el papel. Los de ahora no tienen carácter, corazón, ruido, conduces el coche con poca pasión. Se le está perdiendo el sabor a todo, pero creo que toda la vida se ha vuelto de esta manera. Los coches de ahora es como si te comieras carne sin sal gorda”. Se refería, en concreto, a la comparación entre los Kit Car de finales de los noventa y los Rally2 actuales, si bien es parcialmente extrapolable.