A finales del pasado siglo, los coches de bajo consumo estaban de rabiosa actualidad. El Grupo Volkswagen había lanzado los Audi A2 3L y Volkswagen Lupo 3L, y todos los fabricantes tenían en marcha proyectos similares. Estos proyectos capitalizaban el bajo consumo de los pequeños turbodiésel de reciente desarrollo, y anticipaban un futuro utópico de coches urbanos, baratos y frugales. Fiat no se quiso perder la fiesta y en el Salón de Bolonia del año 1999 presentó el Ecobasic, un genial coche barato que quería convertirse en el heredero del icónico Fiat Panda.
Era un coche muy especial, tanto por diseño como por filosofía. Pretendía convertirse en el utilitario más barato a la venta en Europa, y un coche urbano ideal. Para ello, empleaba agresivos métodos de reducción de costes. Su carrocería estaba construida a partir de moldes de plástico, tintados durante su inyección en vez de pintados a posteriori. Estos paneles eran 100% reciclados y se montaban sobre una estructura tubular, no demasiado diferente a la del smart fortwo. Las ventanillas traseras eran fijas y estaban construidas en policarbonato.
El diseño del coche era similar al de una zapatilla de deporte, y aunque su belleza puede ser discutible, era un diseño original. El esquema bicolor era simpático y aportaba un toque de frescura a un segmento donde no todo debía ser seriedad. El diseñador de este coche urbano de solo 3,48 metros de longitud, Roberto Giolito, fue el mismo que diseñó por aquél entonces el injustamente impopular Fiat Multipla, dicho sea de paso. Años después se redimiría con el Fiat 500 del siglo XXI – personalmente, no tengo nada en contra del Fiat Multipla ni su diseño.
Uno de los detalles más originales del Fiat Ecobasic era la cubierta transparente que hacía las veces de calandra. Bajo ella se podía rellenar el líquido limpiaparabrisas, comprobar el nivel de aceite y refrigerante, y acceder al positivo y negativo de la batería. Prácticamente no habría que abrir el capó para nada. El interior era tan innovador como su exterior. Lo más llamativo eran unos asientos muy sencillos: mallas de tela y espuma montadas sobre un armazón metálico. Una solución que ya habían empleado coches como el Citroën 2CV o el Fiat Panda.
Para contener los costes la instrumentación estaba agrupada en un simple reloj central, no tenía aire acondicionado ni dirección asistida y el salpicadero era modular y simétrico, conteniendo en gran medida el coste de fabricar versiones con volante a la derecha. La mecánica era un entonces revolucionario motor turbodiésel de 1,2 litros y cuatro cilindros. Era una mecánica common-rail capaz de desarrollar 61 CV y 160 Nm de par motor, canalizados al eje delantero a través de una caja de cambios manual robotizada de cinco relaciones.
Este cambio tenía un modo económico, y el motor gozaba de desconexión automática en retenciones, entonces algo poco común en el mercado. Aunque era poco potente, el coche pesaba solo 750 kilos y era posible un 0 a 100 km/h de 13 segundos – las largas relaciones de cambio no ayudaban. Fiat estimaba en su momento vender 200.000 unidades del Ecobasic a un precio final de 5.000 euros. El Ecobasic no recibió luz verde por parte de la directiva de Fiat, pero muchas de las ideas acabaron implementadas en el Fiat Panda, cuya segunda generación fue lanzada en el año 2003.