Dicen que hablar con alguien es el primer paso cuando no te puedes sacar algo de tu cabeza. Algo que te tormenta, te oprime o te preocupa en exceso. He decidido aprovechar esta tribuna pública que es Diariomotor para hablaros de un asunto que me preocupa profundamente: el futuro de nuestro querido automóvil. Si ves a los coches sólo como un medio de moverte del punto A al punto B, te sugiero que dejes de leer, porque este artículo no te va a gustar. Quiero hablar del futuro del automóvil para los que disfrutan conduciendo, para los amantes de los coches clásicos o para los que valoran más la conexión con el coche que su conectividad o su eficacia. Mi opinión es que el mundo del automóvil cambiará de forma radical durante las dos próximas décadas, y temo que se convierta en un universo francamente terrorífico.
Hace ya 10 años que escribo a diario en Diariomotor. Antes de empezar a escribir en Diariomotor leía revistas, blogs y otros medios de motor. Mi sensación era que vivíamos una era de evolución incremental, de pequeños cambios y mejoras sobre una fórmula ya existente. Los coches de hace 10 años ya sufrían en ocasiones de excesos de peso o cierta complejidad mecánica, pero no eran diferentes a los coches de los años noventa en su planteamiento. En esta década hemos vivido muchos avances tecnológicos, especialmente en lo tocante a ayudas electrónicas, conectividad y sistemas de seguridad activa. Algunos avances han contribuido a que nuestra seguridad al volante aumente, otros han contribuido a distraernos aún más de la conducción.
Aunque nuestros coches son muy seguros, necesitan cada vez más salvaguardas para mantenernos seguros. Y poco a poco, nos arrebatan el control: encienden las luces o los limpiaparabrisas por nosotros, frenan automáticamente si no reaccionamos ante un obstáculo o nos alertan de que nos estamos saliendo de nuestro carril. En un mundo perfecto estos sistemas no serían necesarios y todos seríamos conductores perfectos. Pero el mundo no es perfecto, y muchas personas sólo ven en su coche a un electrodoméstico de transporte. Y esa es la gente que se distrae con su smartphone mientras conduce, ya que conducir es una actividad que les aburre, estresa e incomoda – en el mejor de los casos, es una actividad que les produce indiferencia. Conducen porque es estrictamente necesario en su día a día.
Ante estos avances tecnológicos en seguridad activa, y la presión de la sociedad para reducir la siniestralidad vial – en EE.UU. mueren anualmente más de 40.000 personas en accidentes de tráfico – la industria se encamina al coche autónomo. Este camino hacia el coche sin conductor de las películas de ciencia-ficción será lento y gradual, y demorará años. Al mismo tiempo, en un contexto planetario de cambio climático, la industria del automóvil tiene otra tarea muy importante en sus manos: reducir al máximo sus emisiones de dióxido de carbono. No soy un escéptico del cambio climático, ya que negarlo sería una actitud ignorante, además de imprudente. Necesitamos reducir nuestra huella ambiental de forma urgente a nivel mundial.
El transporte marítimo y aéreo tiene grandes barreras tecnológicas a la reducción de emisiones, mientras que la movilidad eléctrica de cero emisiones sí es posible en el transporte terrestre. La necesaria reducción de emisiones procedentes del transporte es responsabilidad casi exclusiva de la industria del automóvil. Y digo automóvil: es mucho más sencillo electrificar un coche que un camión de 40 toneladas y cinco ejes de transporte pesado de mercancías. La imagen que estoy pintando poco a poco parece llevarnos sin remisión a un futuro en el que el control de los coches nos será completa o parcialmente arrebatado, coches que serán casi con toda seguridad eléctricos, coches que puede que siquiera tengamos en propiedad.
Hace un par de años acudí a una serie de conferencias TED patrocinadas por Ford, y pude entrevistar a una de las máximas responsables de la marca en “smart mobility” y soluciones de movilidad para el futuro, Sarah-Jayne Willians. Una de las cosas que me contó fue que para el año 2030, esperaba que la mayor parte de la facturación de Ford proviniera de servicios de movilidad. Servicios como el car-sharing urbano – un alquiler por minutos con un nombre más molón – servicios de “ride-hailing” – una palabra más bonita para el taxi compartido – como Chariot, o servicios de taxi completamente autónomo. Gigantes como Uber o Google prevén que en pocos años, los servicios autónomos estarán completamente operativos en ciertas zonas de Estados Unidos.
Estos servicios de movilidad estarán complementados por servicios de “última milla”, como son el alquiler de patinetes eléctricos o bicicletas – Ford ya ofrece alquiler de bicicletas en varias ciudades alemanas a través de la aplicación Ford Pass. No señalo sólo a Ford, solo pongo al gigante americano como un ejemplo del rumbo que está tomando el mundo del automóvil. Si os soy sincero, un futuro “atado” a un plan de movilidad y coches eléctricos sin conductor me parece terrorífico. Quizá en estos temas soy un reaccionario o un ludita, y es posible que esté sólo viendo el lado negativo de la movilidad del futuro. Pero sigo pensando que el rumbo que la industria está tomando me da auténtico pavor.
No tenéis más que fijaros en los concepts que muchas marcas presentan. Coches como el Renault EZ Ultimo o el BMW Vision iNEXT, salones rodantes repletos de sistemas de infoentretenimiento, completamente conectados a internet. En vez de conducir, las marcas quieren que veamos nuestra serie favorita de Netflix, repanchigados en asientos que parecen butacones. El reverso tenebroso de estos coches autónomos conectados es que no nos dejarán escapar de nuestras obligaciones laborales o de la hiperconexión a la que nos somete el mundo hoy día. Se acabó aquello de “estaba conduciendo”. Se acabaron esos momentos de desconexión, de paz mental. Se me ponen los pelos de punta, y no en el buen sentido.
Me voy a sincerar con vosotros al completo. Tengo en estos momentos 30 años, y desde que tengo uso de razón he sido un absoluto loco de los coches. Pegados en la pared de mi cuarto había un Porsche 993 y un Ferrari F50, y me emocionaba cuando mi abuelo ponía su Saab 9000 a 180 km/h por la autopista, conmigo de pie sobre los asientos traseros. Claro que eran otros tiempos. Mi sueño era tener uno de esos preciosos deportivos, y conducirlo a todas partes, disfrutando de su sonido y su potencia. El nirvana tras un volante. La realidad siempre se impone a los sueños, pero hoy en día puedo disfrutar de un Saab clásico y disfruto manchándome las manos con un viejo Mercedes 300 E (caja W124) que poco a poco intento restaurar.
Siento que estoy trabajando en un juguete de Lego a escala real, con piezas de metal, suciedad, olor a aceite y gasolina. Revivo mi infancia y la felicidad que todos teníamos cuando éramos solo unos niños. Si estoy agobiado o preocupado, cojo cualquiera de mis “cacharros” y me voy a dar una vuelta por las carreteras serpenteantes que rodean mi ciudad, disfrutando de su sonido, de la conexión entre el hombre y la máquina. Siempre he creído que el coche es uno de los símbolos más poderosos de libertad, como Bruce Springsteen canta en sus himnos. El principal atractivo de un roadtrip son sus innumerables posibilidades e incógnitas, de las que solo un coche es la llave. Mi temor es que perdamos todo esto, y lo perdamos antes de lo que creemos.
Hace unos días estuve probando el Honda CR-V Hybrid en Sevilla, y durante la cena me pude sentar con uno de los ingenieros jefes de motores de Honda Europe. Este hombre japonés, de unos 60 años, llevaba un collar con un pistón y en su garaje tenía un Porsche 911 y uno de los últimos Honda S2000 fabricados. Es uno de los nuestros. La conversación acabó derivando en la temática de este artículo, y compartió conmigo su visión del automóvil en 2040. Por fortuna aportó un punto de luz a mi pesimismo. En su opinión, el futuro de los coches pasa necesariamente por el coche autónomo, y nos guste o no, acabará siendo una constante. Pero cree firmemente que la diversión al volante no morirá con el coche autónomo.
Este afable ingeniero japonés cree que el futuro seguirán existiendo coches deportivos, con motores muy eficientes, con propulsión híbrida y capacidades autónomas. Coches capaces de fundirse en el flujo de “electrodomésticos de transporte”, con posibilidad de control manual. Cree que la emulación de sonidos de motor a través de los altavoces del coche jugará un papel importante en los coches “divertidos” del futuro. Opina que siempre habrá hueco para coches divertidos y deportivos en el futuro, aunque el 95% de los coches con los que convivamos en las carreteras tengan la personalidad de un lavaplatos. ¿Qué ocurrirá con los coches tradicionales que amamos hoy en día? ¿Qué ocurrirá con nuestro actual clásico o potente deportivo?
Ojalá tuviera la respuesta a esta pregunta, pero el futuro no es halagüeño. La Unión Europa ya ha emitido comunicados oficiales en los que fecha en 2040 el fin de la combustión interna. Las restricciones al tráfico y la fiscalidad acabarán por ahogar a los coches “del pasado”, o al menos a la práctica totalidad. ¿Por qué la práctica totalidad? Porque es muy posible que a los coches clásicos o a los deportivos les ocurra lo que les ocurrió a los caballos a principios del siglo XX. Los caballos eran el principal medio de transporte – tanto de pasajeros como de mercancías – y en Nueva York y Londres se llegaron a temer profundas crisis ambientales y sanitarias a causa de la acumulación de sus deposiciones en las calles. No es broma, lee este artículo.
Con el advenimiento del petróleo barato y los coches, muchos temieron que los caballos fueran sacrificados en masa por sus dueños, o incluso se extinguieran. Lo que ocurrió fue que los caballos se convirtieron en animales de uso recreativo, de disfrute. Pasaron a ser cuidados y mimados por dueños apasionados por los saltos, las carreras o los paseos. ¿Será esto lo que ocurra con los coches “tradicionales”? Quiero pensar que esta podría ser su salvación. Si apenas hay unos miles de coches “tradicionales” en circulación – coches de uso esporádico y estrictamente recreativo – y el litro de gasolina cuesta 10 euros – por decir una cifra elevada – prohibir su circulación sería una medida demasiado drástica. El impacto ambiental de estos “dinosaurios” sería mínimo.
Otro punto de optimismo lo ponen los “e-fuels”, combustibles de creación sintética, producidos a base de algas. Estos combustibles son neutrales a nivel ambiental – las algas generan oxígeno y atrapan CO2 durante su crecimiento – y la Unión Europea los incluye en el mix energético del futuro, como alternativa a los coches de cero emisiones. Puede que sea la única forma de que sigamos disfrutando de esta pasión, pero si algo tengo claro es que esta afición se convertirá en algo mucho más caro y elitista. Se perderá ese vínculo “petrolhead”, que trasciende nacionalidades o clases sociales. Muchos no nos podremos permitir tener un coche de combustión, de carísimo mantenimiento y enorme presión fiscal. Serán bienes de lujo.
Antes de terminar esta disertación, recordad que el futuro está por escribir. La “profecía” podría cumplirse, pero también podría tomar un rumbo completamente diferente. Ni siquiera las “mentes pensantes” que nos dirigen lo saben. Espero que este artículo no os haya angustiado en exceso, pero es que necesitaba compartir estas reflexiones con alguien. Con independencia de lo que nos depare el futuro, creo que lo más prudente es aprovechar el presente y disfrutar de nuestros coches. Puede que en un futuro no podamos. Disfrútalos, vívelos al máximo, cómprate ese “cacharro inútil” con demasiados años, caballos y cilindros. Es mucho mejor echarlos de menos que arrepentirse de nunca haberlos disfrutado.