La industria del automóvil ha cambiado enormemente en los últimos años: su evolución ha sido brutal, y los coches que podemos comprar ahora poco tienen que ver con los que podíamos comprar hace dos o tres décadas. Complejos sistemas de propulsión con unos niveles de eficiencia nunca antes vistos, niveles de seguridad extremadamente altos y una interconexión con el mundo exterior inédita. Sin embargo, en ocasiones el uso de esa tecnología parece no ser la más adecuada. La última polémica surgida en relación con Tesla así lo demuestra.
Si hay una palabra que puede definir el carácter de Tesla desde su nacimiento hace ya casi 20 años esa es «disrupción«. Con el firme propósito de convertirse ya no en una referencia en cuanto a coches eléctricos sino en un vector de cambio en la industria del automóvil, la compañía liderada por el aún más polémico Elon Musk ha conseguido tejer una compleja y densa red de coches eléctricos, conductores «casi fanáticos» y una suerte de modo de vida que no a todo el mundo acaba por convencer.
Tesla Model 3
Las soluciones técnicas usadas por Tesla en sus coches no siempre han sido las más apropiadas o, al menos, las que a priori parecen correctas. Hablamos de decisiones como la de la implantación del volante tipo yugo en sus últimos Model S y Model X o la eliminación durante cierto periodo de tiempo de elementos de seguridad como los radares milimétricos y ultrasónicos de sus coches, cediendo toda la carga de trabajo de detección y análisis de obstáculos.
Que nadie se confunda: Tesla tiene también cosas -muy- buenas como su red de supercarga rápida que, sencillamente, es la mejor que puede utilizar cualquier usuario de coche eléctrico, la eficiencia de sus plantas motrices, también sin rival en el mercado, o la sensación de conducir algo especial en cada desplazamiento.
Cientos de vídeos privados, corriendo como la pólvora por las oficinas de Tesla
En ocasiones, sin embargo, debemos pararnos a reflexionar acerca de lo que Tesla hace -o no hace- con sus clientes. Hace unos días, de la mano de un reportaje de investigación llevado a cabo por la agencia internacional Reuters ha destapado que varios empleados la marca habrían accedido a grabaciones de seguridad tomadas por los propios vehículos estando estacionados. Se trata de grabaciones que pueden calificarse como «muy íntimas» tal y como afirman algunos ex-empleados de Tesla que han participado en este reportaje.
Y es que según Reuters las imágenes captadas por los vehículo no sólo terminaban almacenándose en servidores de la marca, sino que ciertos empleados accedían a ellas y, por si fuera poco, acababan compartidas en chats privados entre diferentes empleados. Presuntamente, por dichos chats era posible acceder también a imágenes sensibles relacionadas con accidentes de tráfico, Y todo «por salir de la rutina», como afirman estos ex-empleados.
Para la elaboración de este reportaje Reuters ha contactado con más 300 empleados y ex-empleados de la compañía, aunque sólo 12 de ellos accedieron a colaborar y ninguno de ellos compartió fichero alguno con la agencia de noticias argumentando que «no tenían nada guardado». Entre las imágenes que se compartían era posible encontrar de todo: desde propiedades privadas hasta coches extraños y curiosos, actitudes de índole sexual, accidentes de tráfico e, incluso, acciones que parecían estar al margen de la ley. Muchos de esos vídeos corrían como la pólvora en varios grupos de empleados, que usaban estas imágenes por pura diversión llegando a elaborar stickers que luego enviaban por diferentes chats de trabajo.
Desde Tesla siempre se ha defendido que las imágenes captadas por los vehículos son totalmente anónimas y nunca se relacionan con ningún cliente, pero lo cierto es que según los empleados que han participado en el reportaje de investigación, el programa que ellos utilizaban para tratar las imágenes podía mostrar la ubicación de las grabaciones realizadas por los vehículos, de manera que la localización del vehículo se convertía en algo trivial si así se deseaba.
La (incómoda) realidad que casi todos nos negamos a asumir
Este asunto me ha hecho pensar y reflexionar una vez más sobre un tema que parece que todos (o casi todos, entre los que me incluyo) nos negamos a asumir o a tratar con la importancia que se merece. Hace ya unos años que podemos calificar a los coches en auténticos ordenadores sobre ruedas, pero es que en la actualidad, en los últimos tiempos y especialmente cuando se trata de vehículos de corte premium con avances tecnológicos notables, se han convertido ya desde hace un tiempo en verdaderas cámaras de seguridad andantes que, por si fuera poco, cuentan con conexión a internet permanente.
No es ningún secreto el hecho de que son muchos los hackers que han conseguido conectarse con numerosos vehículos accediendo así a algunas de sus funciones y, en ocasiones, llegando incluso a arrancarlos. Un Tesla -y otros muchos coches actuales- están plagados de cámaras allá donde pongamos la vista: desde la cámara trasera para el aparcamiento hasta la cámara delantera, pasando por cámaras laterales e incluso cámaras interiores para monitorizar ciertos aspectos de la conducción y del habitáculo.
En resumen: cámaras 360º con ruedas que, combinadas con una conexión a internet y unas manos inapropiadas, son capaces de despojar de cualquier conato de intimidad ya no sólo a sus propietarios sino también a cualquier persona que se cruce con un vehículo así. ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a ceder en nuestro derecho a la intimidad en favor de ciertas funcionalidades relacionadas con el confort y la seguridad de nuestros coches? ¿Deberían los fabricantes trabajar más intensamente en mejorar las medidas de seguridad virtuales de sus coches?