Se pone, últimamente, el foco en las barreras de entrada al mundo de los coches eléctricos y se habla menos de las ventajas con las que cuentas los conductores que se animan a enchufarse a una movilidad más sostenible. Uno de esos pros es el mantenimiento: son modelos mucho más sencillos que no precisan tantas revisiones y visitas al taller. Tanto es que el ahorro en mantenimiento de un coche eléctrico puede llegar a ser de un 40%: ¿cómo es posible?
El dato procede de la Oficina de Eficiencia Energética y Energías Renovables de Estados Unidos. Desde este organismo se afirma que los costes en mantenimiento de un coche eléctrico son un 40% más bajos que los de uno convencional. Según sus cálculos, el estimado es de 6,1 céntimos de dólar por kilómetro frente a los 10,1 céntimos por kilómetro de los vehículos impulsados por un motor de combustión interna.
No es una cifra disparatada. Los modelos de cero emisiones cuentan con una tecnología muy avanzada, pero a nivel mecánico son muy sencillos. Los coches convencionales suelen tener unas 30.000 piezas mientras que los eléctricos están compuestos por un 60% menos. Y si alguien está pensando en el mantenimiento de la batería como el efecto que puede nivelar ese equilibrio, debería cambiar de argumento: aunque es el componente más caro, no necesita revisiones programadas como los de gasolina o diésel.
El motor
Las razones que explican semejante ahorro en mantenimiento las encontramos en la fisionomía de los coches eléctricos. Empezamos por su motor: sólo tiene una parte móvil, el rotor, así que no sufre las consecuencias del desgaste. A esto hay que añadir que no es necesario cambiar periódicamente el aceite, los filtros o las bujías, entre otros elementos que necesitan varias sustituciones a lo largo de la vida útil del coche.
Como os decíamos, el motor de un coche eléctrico está compuesto por el eje, el bobinado, el estator, los cojinetes, las escobillas y la carcasa, además del rotor que acabamos de mencionar. Su pareja de baile es la transmisión: salvo en contados y peculiares casos, los coches eléctricos no tienen caja de cambios ni embrague. Algo que juega a su favor puesto que la primera está formada por muchas piezas y el segundo necesita mantenimiento.
A esto tenemos que añadir una serie de complementos aparejados al motor de combustión interna que en el coche eléctrico no están presentes: escape, sistemas de inyección, de sobrealimentación, alternador, actuadores, colectores, bombas, válvulas, motor de arranque, etc. La electrónica, por su parte, es mucho menos complicada que en uno térmico.
Los frenos
Los coches eléctricos cuentan con un sistema de frenada regenerativo: cuando soltamos el acelerador el vehículo disminuye la velocidad sin pisar el freno. Algo que es posible porque el motor cambia su modo de funcionamiento y se convierte en un generador que almacena en la batería la energía que se desprende de esta maniobra. Con una conducción eficiente, no es presuntuoso afirmar que no habría que cambiar las pastillas de freno a lo largo de la vida útil del modelo en cuestión.
Neumáticos y refrigeración
Aunque la tónica general pasa por un mantenimiento más moderado, los coches eléctricos también tienen alguna nota discordante: los amortiguadores necesitan más cuidados porque son vehículos que pasan más que los de gasolina o diésel. Un hecho que, sin embargo, no provoca un mayor desgaste en los neumáticos ya que el motor entrega el par de manera más lineal.
Terminamos con el sistema de refrigeración, que sí es más enrevesado que en los modelos convencionales. Su misión no sólo pasa por controlar la temperatura del motor para que sea la óptima, también debe llevar a cabo esta acción con la batería, la electrónica de potencia y el cargador. A pesar de esto, el líquido refrigerante tiene las mismas pautas de cambio que en el caso de los coches de gasolina y diésel.