Era 1998 y el Mercedes Benz SLK R170 había salido a la venta un par de años antes. Este se concibió para pelear en el mercado de los deportivos asequibles, como el Mazda MX5 o el BMW Z3. Un grupo de coches al que siempre se les ha llamado “el coche del peluquero”.
Cuando AMG no puede dar más de sí, sólo se puede llamar a una puerta: La de Brabus
Brabus, tras algún buen corte de pelo, decidió que estos profesionales también tenían derecho a conducir algo radical que guardase el estilo que les caracteriza. Por ello cogió un SLK, dejó el chasis pelado y tiró todo lo demás a la basura. Así empezó a armar un coche prácticamente nuevo empezando por su corazón. Un V8 M119 de los que llevaban los Clase E o el Mercedes SL.
El concepto real era: “coche pequeño con motor desproporcionado”, por lo que todavía tendrían que echarle unas horas de trabajo a ese bloque V8. Árboles de levas con una configuración más agresiva, cigüeñal de mayor recorrido, pistones forjados, bielas forjadas y algún que otro retoque firma de la compañía, elevaban la cilindrada hasta 6.5 litros, desarrollando una potencia de 450CV.
Quizá 450CV en un bloque tan grande parezca poco (que no lo es), pero estamos hablando de un motor atmosférico con un par de 662Nm. Una locura para un coche con una batalla de 2,4m y que es más corto que un Skoda Fabia de 2023.
De 0 a 100 en 4,7s y velocidad máxima limitada a 285km/h, por aquello de evitar los homicidios involuntarios. Por esa misma razón, se construyó una suspensión completamente nueva, se mejoraron llantas y neumáticos y se montaron unos frenos de alto rendimiento que pudiesen detener a este minigigante.
Jeremy Clarkson lo probó y dijo un par de cosas interesantes: Que en medias revoluciones era más rápido que un Aston Martin Vantage, y que era el coche que más miedo daba de todos los que había conducido hasta entonces.
El interior era todo cuero de alta calidad, la moqueta estaba hecha con 22km de puntadas y también contaba con detalles de aluminio, como la palanca del freno de mano.
Prácticamente, no quedaba nada del Mercedes Benz SLK original (lo de que tiraron todo a la basura no era broma). Brabus añadió tantas mejoras de su puño y letra al coche, que se tuvo que certificar como fabricante de automóviles ante las leyes alemanas.
Con el papeleo terminado, se fabricaron y vendieron 5 unidades: 2 con volante a la derecha y 3 a la izquierda.
Cada una costaba la friolera de 138.317€. O lo que es lo mismo, unos 23.000€ más que un Ferrari F355.
De las 2 unidades con el volante a la derecha, solo sobrevivió la que ves en las imágenes. La otra fue destruida en Hong Kong hace algunos años.
Como sorpresa final, te desvelaré que este superviviente perteneció al señor Tom Cruise durante su estancia en UK, mientras rodaba la última película del gran Stanley Kubrick: Eyes Wide Shut.
Por último, aquí tienes un vídeo del señor Clarkson en su prueba, para que puedas contarnos qué te parece el sonido de este V8.
A mi me hace pensar lo absurdo que debió ser en su momento. Un biplaza poco práctico con un vórtice infinito en el depósito causado por un motor colosal.
¿Qué sentido tiene? Quizá ninguno.
O quizá todo, ahora que vemos hacia dónde apunta el futuro de la automoción. Ahora que lo pasional parece quedar relegado a un segundo plano.