La marcha atrás anunciada por la DGT en tanto a la revisión de las etiquetas de emisiones está generando una importante polémica, y no es para menos obviamente. Tras anunciar en reiteradas ocasiones la intención de remodelar el sistema de etiquetado y los criterios que lo rigen, finalmente todo ha quedado en nada. De este modo, los grandes beneficiados de esta decisión de última hora han sido los motores microhíbridos, propulsores que fueron precísamente los que pusieron en tela de juicio el actual sistema, pues se aprovechaban y seguirán aprovechándose de las lagunas del sistema para poder obtener la etiqueta ECO.
Los distintivos medioambientales ya nacieron en 2016 con un problema de base, y es la incapacidad de ser adaptados según la evolución que experimenta el propio mercado automovilístico. Desde su aparición hasta nuestros días, ha cambiado mucho el panorama automovilístico, encontrando tecnologías de propulsión cuyas características no se contemplaban entonces, o por lo menos se han modificado. Y esto es precísamente lo que pasó con los microhíbridos, una tecnología que irrumpió en el mercado automovilístico como un comodín para mantener con vida los motores diésel y gasolina, haciéndolo además con un sobrecoste muy reducido, pero beneficiándose de las mismas ventajas que un motor híbrido completo o incluso uno híbrido enchufable que no fuese capaz de alcanzar los 40 kilómetros de autonomía eléctrica.
Como se suele decir, hecha la ley, hecha la trampa, y así el mercado automovilístico español se ha inundado de este tipo de motores microhíbridos. Estas mecánicas, en esencia no suponen un gran rediseño de los propulsores térmicos que ya se comercializaban años atrás, pues el principio del sistema microhíbrido es la de asistir al motor térmico, por lo que en todo momento es un mero sistema de apoyo y jamás puede impulsarnos. Partiendo de esta base, la tecnología microhíbrida actúa sobre el propulsor principal gracias a un alternador que es capaz de aportar un par motor extra que ronda entre 200 y 400 Nm y una potencia máxima de entre 5 y 30 CV.
Este apoyo extraordinario persigue reducir el consumo de combustible en las fases de mayor gasto, de ahí su ventaja como herramienta para reducir emisiones, pues la energía empleada por el sistema microhíbrido proviene de la regeneración durante la deceleración del vehículo. Pero nuestra experiencia nos ha demostrado que si bien durante la homologación de un coche puede conseguir reducir el consumo en hasta 0,7 l/100 Km, en conducción real esta tecnología aporta pocas ventajas en materia de consumos.
Sin embargo, para la DGT y la consideración de la etiqueta ECO, cualquier motor microhíbrido es digno de disfrutar de las ventajas que este distintivo implica en materia de regulación de aparcamiento, acceso a áreas de bajas emisiones, bonificaciones fiscales, etc. Y he aquí el problema, pues la proliferación de los microhíbridos en todos los fabricantes y modelos de coches, ha llevado a encotrarnos con verdaderos disparates, pues la misma etiqueta ECO que puede lucir un Hyundai i20 con unas emisiones de 114 gramos de CO2 por Km es la que luce un Audi RS Q8 con 300 gramos de CO2. Y para subrayar el sinsentido, esa misma etiqueta ECO es la que lucen coches híbridos completos como los Toyota Yaris, Kia Niro o Renault Clio, coches dotados con una motorización mucho más avanzada para reducir consumos y emisiones. Si el objetivo era premiar a los vehículos menos contaminantes… no se ha conseguido.
Creada una comisión interministerial para abordar la revisión del etiquetado, donde además parecía que se tendría en cuenta el impacto real del vehículo y no solo su tecnología, nos topamos con una inesperada congelación de la revisión hasta nuevo aviso. La DGT, a través de su máximo responsable Pere Navarro, confirmaba días atrás esta decisión tomada ante la difícil situación que atreviesa el sector automovilístico por culpa de la crisis de semiconductores. Sin embargo, esta marcha atrás de la DGT supondrá mantener con vida un etiquetado obsoleto e injusto, además de seguir perjudicando el teórico objetivo de las etiquetas: beneficiar a los coches menos contaminantes.