La meta de cero víctimas en carretera es un objetivo por el que todos debemos luchar. No es una tarea fácil, pero merece la pena y por ello debemos evitar caer en los análisis simplistas que a menudo se lanzan. Aunque demonizar la velocidad y los coches puede ser un recurso fácil, cuán equivocados estamos si obviamos que la verdadera base del problema está en los conductores y la flagrante falta de educación y formación que demuestran.
Sin querer caer en el absurdo de generalizar, solo hace falta echarse unos minutos a las carreteras para descubrir serios problemas como son la falta de empatía, respeto, atención, etc. Y esto no solo atañe a conductores de automóviles, sino a motoristas, ciclistas y peatones. En algún momento nos olvidamos de lo que significa convivir y de su importancia para que todos lleguemos a casa sanos y salvos.
Los excesos de velocidad son un muy claro factor de riesgo, tanto más cuando esos excesos se producen en manos de un conductor con escasa pericia a los mandos y/o en un vehículo viejo o mal mantenido. Pero demasiado a menudo se cae en el error de pensar que la velocidad es el único factor determinante para reducir las muertes, olvidando los otros puntos que se deberían considerar igual de importantes – sino más – como es la correcta formación del conductor para entender los riesgos de la velocidad, la peligrosa influencia de distracciones y sustancias en la conducción y la necesidad de renovar un parque móvil viejo y obsoleto.
Tener un carné de conducir debería entenderse como un derecho al alcance de solo los mejores conductores. Sin ánimo de criticar a las autoescuelas, de sus centros salen personas que saben circular, pero no conducir. El conductor no solo debe saber cumplir el código de circulación, sino que debe saber la responsabilidad que supone gobernar una máquina capaz de llevarnos muy por encima de los 100 Km/h. A ello añadimos la flagrante falta de formación de los conductores en situaciones límite como son las frenadas de emergencia, esquivas o la conducción sobre superficies de baja adherencia. ¿No debería ser obligatorio saber enfrentarse a todas estas situaciones antes de poder tener permiso para circular? ¿O es que acaso en España no llueve/nieva o se producen retenciones de forma súbita?
A ello debemos añadir que la obtención del carné nos permite disfrutar de él por toda una vida con sencillas renovaciones cada diez años, lo que no solo fomenta la falta de formación, sino que permite que los conductores no reciclen sus conocimientos y habilidades. Los cambios en seguridad y regulaciones son mayúsculos cada pocos años, pero si nada ni nadie nos obliga a conocerlos y saber aplicarlos, seguiremos conduciendo conforme los conocimientos que nos permitieron aprobar aquel examen teórico.
Sin formación jamás conseguiremos disfrutar de conductores seguros, es más, jamás disfrutaremos de una sociedad capaz de circular segura. Pues el riesgo de accidente también afecta a peatones, bicicletas y patinetes, todos usuarios de una vía que deben compartir pero que nadie se ha molestado en explicar cómo se usa. Muchas veces prometida, la educación vial habría de ser una asignatura obligada en nuestro sistema educativo, pues para no seguir repitiendo los mismos errores de ayer y de hoy, debemos dar herramientas a las nuevas generaciones con las que comprendan el papel de cada usuario de la vía, sus derechos, pero también sus deberes.
Y aludiendo también a la educación, aunque vista desde otro prisma, no puedo pasar por alto la necesidad urgente de pone en valor aspectos como el respeto y la empatía al volante. Aspectos tan necesarios como la propia formación. En la circulación cotidiana es fácil observar situaciones donde esa falta de empatía y respeto por los demás son el caldo de cultivo en accidentes y atropellos a diario. El no uso de intermitentes, el mal uso de los carriles en vías rápidas o rotondas, los adelantamientos indebidos a ciclistas, el caso omiso a los pasos de cebra… todo se resume en un carácter egoista donde no nos preocupamos por el resto de usuarios que comparten la vía con nosotros. Y esta falta de educación y empatía se aplica por igual en otros colectivos, pues cuando nos convertimos en ciclistas o peatones repetimos los mismos errores, olvidándonos de nuevo que lo único que realmente importa es convivir. Y eso sí que es por nuestra seguridad.