Todo dependerá de los grados que señale el termómetro, pero a tenor de lo vivido en la última ola de calor y teniendo en cuenta las advertencias lanzadas por la Dirección General de Tráfico… sí: conducir con mucho calor puede llegar a ser tan peligroso como hacerlo ebrio. Las altas temperaturas merman nuestras capacidades al volante y esto provoca que nuestra conducción no sea segura. Así influye el exceso de calor cuando nos subimos al coche.
La DGT recomienda mantener el habitáculo entre 21 y 24 grados, tanto en verano como en invierno. Dentro de esa horquilla podemos circular con comodidad y seguridad: a esto hay que añadir que nos cansaremos menos. ¿Qué sucede si el interior del coche supera esas barreras? Nuestras facultades para conducir no serán las mismas. En los meses estivales lo normal es que el habitáculo rebase el máximo establecido, algo tan peligroso como ponerse al volante habiendo consumido alcohol.
A 30 y 35 grados
Cuando la temperatura del interior del vehículo es superior a 30 grados perdemos un 10% de atención, los errores al volante aumentan un 20%, el tiempo de reacción se incrementa en un 22% y dejamos de percibir el 3% de las señales. Signos preocupantes que se agravan cuando el habitáculo está a 35 grados (o más); cifras que es fácil alcanzar en días de verano y, sobre todo, cuando llegan las olas de calor.
En esta situación, un conductor es un 20% más lento que si circulase a 25 grados: uno por encima de lo aconsejado por la DGT. Eso sí, lo más grave es que conducir con esta temperatura equivale a hacerlo con una tasa de alcoholemia de 0,5 gr por litro de sangre. Con esta cantidad aumenta nuestro tiempo de reacción, se alteran nuestras condiciones psicomotrices y, además se crea euforia y falsa sensación de bienestar.
Y es que las altas temperaturas modifican la función y capacidad psicomotora. Como consecuencia, disminuye el nivel de activación y la atención, aumenta el tiempo de reacción, se deteriora la coordinación motora y el procesamiento de la información no es el mismo. A esto hay que sumar la reducción del campo de visión, las dificultades para seguir objetos con la vista o la sensación subjetiva de tener mayor seguridad de la que realmente poseemos en esas condiciones.
Mayor riesgo de accidente
Cabe recordar que todas esas consecuencias desembocan en un incremento del riesgo de accidente: éste se multiplica por cinco. Como decíamos antes, es sencillo que el interior de nuestro coche supere los 35 grados en verano. Y no sólo cuando está aparcado en la calle: la temperatura interior de un vehículo que está circulando puede llegar a ser entre cinco y quince grados más alta que la que hay en el exterior.