10 de marzo de 2017, hoy termina el Panda Raid. Recogemos la tienda con la sensación de que vamos a echar de menos todo esto, pero también con el deseo de llegar al hotel de Marrakech con lujos como una ducha con luz, agua caliente al gusto y un retrete limpio esperándonos con los brazos (y la tapa) abiertos. Nuestro coche aún parece sano, aunque los amortiguadores ya están en las últimas. Parece que todo está de cara, pero el último día también nos tiene reservada una sorpresa con la caja de cambios del Panda.
Hoy salimos en el último grupo, así que llegaremos al final a la crono y también al hotel. Posiblemente no podremos disfrutar de la tarde en Marrakech, pero lo único que nos importa es recorrer los 306 km que nos separan de la línea de meta en menos de 8 horas y media, que es el tiempo límite. Casi todo es asfalto, no debería haber problemas.
La caja de cambios hace un ruido nuevo. ¿Tenemos un problema?
La caja de cambios del Panda 4×4 es uno de sus puntos más débiles y, ahora mismo, es una avería que nos podría dejar fuera de la prueba. Empezamos a notar un ruido de engranajes más acusado de lo normal. David Clavero es el mecánico y dice que tenemos que revisarlo. Hay que parar e intentar solucionarlo.
No tenemos aceite para el cambio (valvulina) porque no es una de las averías previstas, pero todo apunta a que lo primero que tenemos que hacer es rellenar el nivel. Tampoco tenemos un embudo para echarlo, ni dinero en dirhams, que ya hemos gastado al completo. Houston, tenemos un problema.
Avanzamos intentando no cambiar de marcha hasta que llegamos a un pueblo bastante grande (de cuyo nombre no quiero acordarme). Entramos en una tienda de recambios y pedimos el aceite necesario escribiendo en un papel sus características. No lo tienen, pero nos ofrecen otro similar.
Nos quedamos con el papel y decidimos probar suerte en una gasolinera próxima, no sin antes comprar una jeringa muy grande en una farmacia, pagando con euros. Ya tenemos el dosificador, nos faltan las vitaminas.
En la gasolinera tampoco tienen el aceite que necesita nuestro Panda y nos vuelven a ofrecer otro similar. Todavía nos queda un disparo. Cruzamos a la tienda de enfrente y antes de entrar acordamos que compraremos el que haya, se parezca o no al que necesitamos porque ya no estamos para exquisiteces.
Tras hablar con el dependiente intentando verificar la validez de lo que nos ofrece y tenemos suerte, salimos de allí con dos latas de un litro de un aceite que parece ser «compatible» con nuestro Panda. Puesto que la garantía del fabricante venció hace más de 20 años, no vemos problema más allá del tiempo que estamos perdiendo. Seguro que vale.
Salimos de allí con nuestras latas de aceite y buscamos un hueco a la sombra para realizar la operación. En plena calle. Como el suelo no está nivelado, levantamos ligeramente el coche con el gato para dejarlo horizontal (a ojo) y poder rellenar el aceite adecuadamente. Clavero se tira debajo del coche, desmonta el cubrecárter, llega hasta el tapón de la caja de cambios y con mucho cuidado le va metiendo aceite hasta vaciar casi una lata. Estaba muy, muy bajo.
Como la caja no tiene fugas, confiamos en que haya consumido el aceite por el esfuerzo de estos días y que no se trate de una avería más seria. Recogemos, arrancamos y poco a poco las marchas van entrando bastante mejor y el ruido de engranajes parece que se atenúa. Hemos perdido algo así como una hora, pero la etapa va tomando otro color.
La crono de hoy, a piñón fijo
Justo después de solucionar el contratiempo, llegamos a la crono. Todavía no tenemos claro que el problema de la caja esté solucionado y desde luego no queremos romperla, así que nos proponemos completar el tramo prácticamente en marchas fijas de acuerdo con la velocidad media de cada sección, entre segunda y tercera.
Arrancamos y empezamos a encadenar tramos «perfectos» en los que somos capaces de seguir el rumbo y marcar la media exacta que indica el roadbook. Vamos muy bien. Los tramos se suceden, vamos en modo «agresivo» para clavar las medias pero sin cambiar de marcha salvo que sea absolutamente necesario. Las velocidades se siguen cumpliendo a la perfección, estamos muy concentrados.
Todo va de maravilla hasta que en los últimos metros afrontamos una subida totalmente rota por el paso de los coches precedentes (casi todos ya) que nos frena por completo. Vamos en tercera velocidad intentando no cambiar, bajamos a segunda demasiado tarde y el coche se cala. ¡Trata de arrancarlo!. Arrancamos rápidamente, salimos lo más rápido posible del punto crítico y vemos cómo nos paran el cronómetro justo después.
Ha sido una pena, lo teníamos en el bote, pero al final hemos perdido unos segundos que esperamos no sean críticos para la clasificación, pues ya no habrá más oportunidades.
Llegada a Marrakech
A partir de la crono sólo nos queda llegar a tiempo a la meta. Nos quedan muchos kilómetros por delante y muy poco tiempo para cubrirlos. También tendremos que ascender un puerto de montaña de 2.260 m, el Col du Tichka, la carretera más alta de todo el continente africano, lo que pondrá a prueba de nuevo la resistencia de nuestro Panda.
Todo es ya asfalto hasta la meta. Ascendemos el puerto adelantando a otros participantes cuya salud hace aguas por todas partes. También hay Pandas parados en los arcenes. La altitud está haciendo mella en los coches carburados, que se ahogan ante la falta de oxígeno. Nuestro motor de inyección avanza sin problemas y la caja de cambios ya está en plena forma.
Coronamos la cima con la sensación de que todo lo que queda es cuesta abajo (aunque no es exactamente así). No queremos fallar y vamos con el tiempo justo. Volvemos a hacer cálculos de tiempos y velocidades medias, pero la carretera es bastante buena y podemos avanzar kilómetros rápidamente. Sólo en la entrada a Marrakech encontramos tráfico denso y nos entra de nuevo la duda de si lo conseguiremos.
Finalmente, cruzamos la meta con 15 minutos de margen sobre el tiempo máximo y la llegada nos sabe a victoria. ¡Lo hemos logrado!
El hotel, la cena, la celebración
Hay un ambiente festivo. Todos se felicitan mutuamente. Buscamos a nuestros compañeros de cena y vecinos de tienda de los últimos días para darles la enhorabuena, todo el mundo está feliz de haber llegado y se alegran por los demás. La sensación es de euforia y, al mismo tiempo, de habernos quitado un gran peso de encima. Es hora de la descompresión.
Llegamos al hotel, que nos parece de lujo, Clavero se abalanza sobre su cama mientras yo me siento a saborear el momento. Llamamos a casa y damos la noticia. Felicidad.
En lo poco que queda de tarde nos quedamos en la habitación. No hay tiempo de hacer turismo, así que aprovechamos las instalaciones para descansar, ducharnos y comentar la proeza. Intercambiamos impresiones sobre la etapa de hoy y sobre cada una de las anteriores ahora que están frescas en la memoria. Acabamos de cruzar la meta y nos sentimos como héroes (aunque probablemente no ha sido para tanto).
La experiencia del Panda Raid quedará grabada en nuestra memoria para siempre. Los colores del desierto, la sensación de aventura, las largas horas en el coche, la tensión de las pruebas cronometradas… todo ha salido perfecto, como un sueño hecho realidad.
Salimos a cenar, hay que coger un taxi. Ni siquiera esto va a ser fácil, ya que hay que negociar el precio antes de salir y parece haber cifras bastante dispares entre taxistas… en fin. Llegamos a la cena sin contratiempos y el ambiente es de fiesta total. Nos sentamos en una mesa cualquiera, con gente conocida y gente no conocida y cenamos con ganas antes de conocer la posición final, que se publica justo después de terminar el último plato.
Hemos quedado de 76 en la general y de 50 en 4×4 y creemos que es todo un éxito. Sólo queda la pequeña odisea de volver a casa, ya por carretera. Tenemos billete abierto para un ferry de vuelta, que pretendemos coger en menos de 24 horas en Tánger.
Marrakech – Tánger – Algeciras: el día siguiente
Hemos terminado la última etapa del Panda Raid pero, como muchos participantes nos habían advertido, esto no termina hasta que te subes al barco de vuelta. Los coches van muy tocados y el objetivo ahora es volver a casa sanos y salvos, o al menos a suelo español, así que tendremos que recorrer los casi 600 km que nos separan de Tánger a lo largo del día para coger el último ferry a las 22:30h.
Nuestro Panda está perfecto. Los amortiguadores han sufrido un test de envejecimiento prematuro y tras más de 1.500 km de carrera por pistas rotas emiten ciertos grillos que, en circunstancias normales, nos preocuparían. Pero estas no son circunstancias normales y no nos preocupan en absoluto.
Todo lo que queda es prácticamente autopista y además en muy buenas condiciones, así que será cuestión de meter quinta e irnos dando relevos hasta llegar al barco de vuelta a casa.
Un viaje de 600 km por autopista parece un paseo, pero en un Panda con ruedas de tacos es una auténtica prueba de fondo. Por encima de 100 km/h el ruido en el habitáculo es atronador y por encima de 110 km/h alcanzamos la «velocidad terminal» en la que todo parece que se va a desintegrar por el rozamiento con la atmósfera y las vibraciones.
Decidimos mantenernos en torno a esos 110 km/h porque los quejidos del Panda llevan mucho tiempo siendo ignorados y no nos vamos a ablandar ahora.
El camino transcurre plácidamente, en compañía de otro equipo con el que hemos decidido viajar juntos (un saludo, 152). Ellos van a escape libre, perdieron el escape en una etapa y lo llevan en el maletero, así que si yo me quejo de ruido ellos tienen que estar flipando. A todo se acostumbra uno, supongo.
Los kilómetros se suceden, pero el pequeño depósito del Panda (unos 30 litros de gasolina) nos obliga a repostar al menos dos veces durante el trayecto, momento que aprovechamos para comprar zumos, estirar las piernas y cambiar de conductor. En una de las gasolineras podemos lavar los Pandas, por dentro y por fuera, por un precio irrisorio comparado con lo que pagaríamos en España, incluyendo una generosa propina.
La operación de lavado se convierte en eterna, y el operario decide irse a comer entre un Panda y el siguiente, así que acabamos esperando más de hora y media. Aprovechamos para comer algo, beber un litro y medio de zumo por persona y charlar un buen rato sobre la aventura. Todo está tan fresco en la memoria que los detalles se recuerdan con nitidez. Nos lo hemos pasado muy bien.
Los kilómetros transcurren en lo que parece un viaje interminable, pero finalmente llegamos al puerto de Tánger (uno de los más grandes de África) y tras innumerables esperas embarcamos en el ferry de vuelta a casa. Nos espera una travesía de unas tres horas, un hotel en Algeciras de madrugada y mañana el regreso a casa.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.