Imaginad a un ingeniero con todas las habilidades y el desparpajo de MacGyver y tendréis un retrato bastante aproximado del protagonista de esta historia. Hablamos del hombre que en los años veinte batió el récord de velocidad en un coche comprado por él mismo y puesto a punto por él mismo con la ayuda de un amigo: algo que, en aquella época, era extraño puesto que todos estos hitos tenían detrás grandes financiaciones. Parry Thomas fue un hombre brillante que perdió la vida intentando batir el récord mundial de velocidad.
Nada tienen que ver las hazañas que hoy en día protagonizan Koenigsegg, Bugatti y compañía con las que se vivieron en los felices años veinte. En aquel momento, Parry Thomas era uno de los jefes de ingeniería en Leyland Motor Corporation. Tras la I Guerra Mundial diseñó, con ayuda de su asistente, el Leyland Eight: un coche de lujo que debía hacer frente a los modelos de Rolls-Royce.
Bienvenido ‘Babs’
Cuando lo estaba probando en el Circuito de Brooklands las sensaciones fueron tales que Parry renunció a su trabajo para convertirse en piloto e ingeniero de carreras. La jugada no le salió mal porque en 1926 se convirtió en la primera persona en superar los 273,5 km/h, una cifra que hoy nos parece irrisoria cuando hablamos de récords de velocidad. En los años 20 era todo un hito porque, además, batió la marca anterior en más de 32 km/h.
Y, como decíamos antes, lo hizo compitiendo contra equipos mejor financiados. Un año después de volar en su vehículo, Malcolm Campbell hizo suya esa codiciada marca de velocidad en un modelo en el que había gastado diez veces más que la inversión que Parry hizo en ‘Babs’. ¿Quién era ‘Babs’? El coche que había comprado al conde Zborowski (que era, por cierto, un fanático de las carreras) por 150 euros de la época: un Higham Special.
El coche más rápido del mundo
Aquel vehículo era poderoso y, sin embargo, muy tosco. Parry se puso manos a la obra para modificarlo y ponerlo a punto: rebajó su altura, añadió un radiador, sumó nuevos pistones, un embrague multidisco que él mismo había diseñado y construido… A esto había que añadir el Liberty L-12: un motor aeronáutico V12 de 27 litros capaz de producir 400 CV, una potencia que pasaba a través de una caja de cambios de cuatro velocidades hasta el eje trasero a través de una transmisión por cadena.
Un trágico y triste final
El resultado fue un coche que se había transformado en todo un cazador de récords de velocidad. Parry logró el récord de velocidad en la playa de Pendine Sands (Gales), la misma en la que Malcolm Campbell había hecho lo propio en 1924 y 1925. El 28 de abril de 1926 superó los 273,5 km/h recorriendo una distancia de 9,65 kilómetros. La marca fue de su propiedad durante casi un año hasta que su ‘rival’ se la arrebató.
Parry hizo algunos cambios en ‘Babs’ para recuperar aquel honor, pero un accidente truncó sus anhelos. El 3 de marzo, en la misma playa donde semanas antes Malcolm Campbell había mejorado su resultado, perdió la vida intentando batir (una vez más) el récord mundial de velocidad. Su recuerdo permanece vivo en la historia del motor.
Imágenes: Wikipedia