La Dirección General de Tráfico dispone de un considerable arsenal para vigilar que los conductores que circulan por las carreteras españolas lo hacen respetando la velocidad máxima establecida para cada una de ellas. Se ocupan de ello los miles de radares, de todo tipo, que están repartidos por nuestra geografía: dispositivos capaces de multar en casi todos los escenarios. La niebla y la lluvia pueden ser enemigas de los cinemómetros, pero también de aquellos que si cumplen las normas.
Los radares más modernos están desarrollados para poder multar en la mayoría de situaciones: sí, también de noche y cuando las condiciones climatológicas no son las mejores. Hay una única excepción en la que los dispositivos no pueden trabajar correctamente: cuando la visibilidad es mínima.
El funcionamiento de un radar
Para entender los problemas a los que se enfrentan los radares cuando aparece la densa niebla o la fuerte lluvia, tenemos que tener presente cómo funcionan a la hora de medir la velocidad. Mandan un haz de luz que rebota en cada vehículo y regresa al cinemómetro: conociendo tanto los intervalos de esos pulsos enviados como su velocidad de ida y vuelta, se calcula a cuánto va el coche. Si está por encima de lo establecido, recibirá la correspondiente multa.
En los meses más fríos del año, las condiciones adversas son una constante: sobre todo en las zonas más frías de nuestro país. El paso de las diferentes borrascas se traduce en lluvias intensas, niebla, granizadas, nevadas… que no sólo afectan a nuestra circulación, también a los dispositivos que vigilan el correcto cumplimiento de algunas normas. La presencia de estos fenómenos puede interferir en su funcionamiento por dos razones.
Cuando el agua sustituye al aire
En primer lugar, impiden que las cámaras capten una imagen válida del vehículo infractor. En segundo lugar, se puede producir un fenómeno llamado refracción: el haz de luz que mandan los radares se propaga por el aire, pero cuando la niebla es muy densa o las lluvias caen de forma intensa, el agua sustituye al aire. O lo que es lo mismo: el haz de luz viaja por un escenario diferente y su velocidad es, por lo tanto, distinta.
El pulso de luz atravesará más gotas de agua que aire y los cálculos hechos para una situación en la que las condiciones son normales, no serían válidos: no en vano, la velocidad de la luz en el aire es, más o menos, de 300.000 km/s y en el agua es de 225.000 km/s. Sí, la niebla y la lluvia pueden influir en el trabajo de los radares y aunque los casos en los que los cinemómetros fallan a causa de ellas no son muchos, existen.
Un caso práctico
Hace un tiempo, un conductor circulaba con su furgoneta por la carretera N-232 a la altura de la localidad zaragozana de Mallén. Días después, recibió una multa: según la citada sanción, su velocidad en aquel momento era de 184 km/h en una zona limitada a 60 km/h por obras. El hombre negó rotundamente haber superado los límites, pero el cinemómetro tenía todos los informes de calibración al día y funcionaba correctamente.
Se enfrentaba, por lo tanto, a una infracción muy grave: circular 124 km/h por encima del máximo de la vía se traducía en una multa de 600 euros, una pérdida de seis puntos en el carnet de conducir y, al estar juzgado por el Código Penal, la retirada del permiso entre uno y cuatro años y cárcel de tres a seis meses, multa de seis a doce meses o trabajos en beneficio de la comunidad de 31 a 90 días.
La abogada del conductor investigó las condiciones en las que, teóricamente, había tenido lugar el exceso de velocidad y descubrió que, aquellos días, la borrasca Gloria azotaba España. Solicitó un informe a la Agencia Estatal de Meteorología que confirmaba que en el momento que se cometió la supuesta infracción se dieron intensas lluvias en la zona e, incluso, nevadas dando pie a “una situación muy excepcional”.
A esto sumaron el informe pericial realizado por un ingeniero en el que explicaba que “las gotas de lluvia, la nieve, el granizo, la niebla intensa e, incluso, la suciedad o nieve en el cristal de la caja del radar pueden dispersar geométrica la luz del láser”. Con estas pruebas, la Justicia dio razón al conductor porque quedaba probado que las condiciones meteorológicas habían interferido en el trabajo del cinemómetro, provocando una medición errónea.