La longeva Rolls-Royce se ha labrado en su dilatada trayectoria una reputación no sólo en el mundo del automóvil, también en el de la aviación. Sus motores están presentes en los aviones más modernos de la actualidad y también han servido como propulsor a multitud de aeronaves en el pasado, algunos de ellos cruciales para el desarrollo de los acontecimientos como el Rolls-Royce Merlin, cuyo rendimiento en la Segunda Guerra Mundial le valió para ser considerado hoy en día un icono de la industria británica. Antes de aquella guerra, en junio 1919, otro avión con motor Rolls-Royce hizo el primer vuelo transatlántico de la historia, y ahora el fabricante británico rinde homenaje a aquella histórica hazaña con el Rolls-Royce Wraith Eagle VIII.
Hace justo ahora cien años, en junio de 1919, el Capitán John Alcock y el teniente Arthur Brown volaron sin escalas desde San Juan de Terranova (Canadá) hasta Clifden (Irlanda) en un bombardero Vickers Vimy de la Primera Guerra Mundial. No era un vuelo más: estaban haciendo historia completando el primer vuelo transatlántico llevado a cabo por el hombre. Moviendo las hélices de aquel biplano había dos motores Rolls-Royce Eagle VIII de 20,3 litros y 360 CV de potencia cada uno.
Rolls-Royce Wraith
El Rolls-Royce Wraith Eagle VIII hace un homenaje a aquellos motores y a la aviación en general con una muestra exquisita de lo que es capaz de hacer Bespoke Collective, el departamento encargado de realizar las creaciones más exclusivas de Rolls-Royce. El interior del coche es una auténtica obra de arte: el salpicadero muestra una interpretación moderna de la vista aérea que tuvieron los aventureros durante su travesía, para lo cual han empleado incrustaciones de oro, plata y cobre en las molduras de eucalipto ahumado. El techo de este Wraith tiene las ya famosas estrellas de Rolls-Royce, 1.183 diodos LED que en esta ocasión muestran la disposición del cielo en el momento del vuelo en 1919 y una línea que muestra la trayectoria aproximada del vuelo. Durante buena parte del vuelo, mirar a las estrellas fue la única manera de navegar y orientarse para Alcock y Brown.
Siguiendo con los detalles exquisitos, el reloj luce (cuando está iluminado en la noche) un efecto de fondo helado que brilla con un verde tenue. ¿La razón? Evocar al cuadro de mandos del Vickers cuando se congeló (tuvieron que navegar sin instrumentación casi todo el viaje) y a las llamas provenientes de los motores reflejándose en él. Un reloj que muestra además las coordenadas del punto medio del viaje.
La parte acolchada en los laterales del túnel central tiene 12 ribetes dorados, seis a cada lado, que evocan a los V12 del Vickers y las cubiertas de los altavoces están hechas de latón, un material fundamental en el avión de 1919. En estas cubiertas está grabada la distancia de vuelo (1.880 millas). No faltan los monogramas «RR» bordados en los reposacabezas con hilos de color latón y una placa, también de latón, en la puerta del conductor con la cita de Churchill sobre el viaje: “No sé qué deberíamos admirar más: si su audacia, su determinación, su habilidad, su ciencia, su avión, sus motores Rolls-Royce, o su buena suerte”.
Sólo se construirán 50 unidades de esta edición tan especial, todas con el mismo acabado exterior bitono en gris Gunmetal y gris Selby, cuyas fronteras se delimitan por una línea en latón, y llantas oscurecidas para evocar a la oscuridad en la noche de aquel histórico y ahora centenario viaje.