El grueso de los que usan un cambio manual habrá realizado alguna vez un salto de marchas en pos de buscar una mayor eficiencia o una mayor retención. Esta práctica de saltarse relaciones es «habitual» en el día a día, sobre todo en un momento donde las cajas de cambio vienen diseñadas con larguísimos desarrollos y en algunos casos con saltos bastante pronunciados entre marchas. Sin embargo esta práctica es sólo posible en cambios manuales y no siempre es recomendada al 100%, lo que nos lleva a preguntarnos hasta qué punto el saltarse marchas puede ser una práctica recomendable o perjudicial para nuestra mecánica.
La búsqueda de la máxima economía de combustible nos está llevando a descubrir cajas de cambio manuales con desarrollos «eternos» y evidentes saltos entre relaciones en pos de hacer girar lo más bajo posible a la mecánica. Además, las 6 relaciones se han convertido en el límite común de los cambios manuales, aunque sabemos que existen coches con cajas manuales de 7 relaciones. De este modo los fabricantes buscan ese mínimo consumo con un margen más reducido que el que por ejemplo encontramos en los cambios automáticos donde ya es habitual de hablar de 7, 8, 9 e incluso 10 relaciones con las que poder jugar.
Saltarse marchas es una práctica que podemos emplear para, por ejemplo, exprimir una relación baja como es la segunda, cambiando directamente a cuarta para finalizar la maniobra. Esto nos permite contar con un empuje suficiente en una incorporación desde parado, evitando el paso intermedio a tercera si la velocidad de circulación tras la incorporación es por ejemplo 80 Km/h. En caso de retención la práctica puede ser la misma, sólo que de cuarta a segunda, consiguiéndose así un mayor freno motor para realizar una frenada de emergencia como ejemplo.
¿Existe algún problema si me salto las marchas? La respuesta es que no, por lo menos no por el hecho en sí de saltarte las marchas. Los problemas de esta práctica provienen del uso inadecuado o un funcionamiento incorrecto. Que nos saltemos relaciones obliga a hilar más fino todavía en el juego del embrague y el acelerador para evitar someter a grandes esfuerzos al embrague, a los rodamientos y a los sincronizadores. Pasar de un alto régimen de revoluciones a uno menor nos obliga a ser más suaves con el embrague y conseguir un acoplamiento lo más tenue posible para evitar sobresfuerzos. En caso de un salto de marchas en reducción el esfuerzo es aún mayor ya que estamos obligando al motor a subir de revoluciones, lo que implica que el embrague debe absorber esa transición para igualar velocidad de giro entre ruedas y propulsor. Además debemos tener en cuenta el límite de revoluciones, algo obvio de primeras, pero que en un cambio brusco forzado o equivocado podría ser fatal si al cambiar de una relación alta a una muy baja llevamos al propulsor por encima de sus revoluciones máximas.
Podemos asegurar por lo tanto que la práctica de saltarse marchas es una fórmula segura y útil, pero sólo cuando se sabe emplear correctamente.