El mundo de los coches y el mundo de las motos siempre ha tenido cierta yuxtaposición. Fabricantes japoneses como Suzuki u Honda empezaron su andadura en el mundo de las motos, y se convirtieron después en fabricantes de coches. Con todo, no existen motos con motores de coche, ni coches con motores de moto, fuera de un plano experimental o del plano del tuning. Quizá se deba a lo diferentes que son sus motores en potencia y par. Sea como fuere, en 2001, Suzuki llegó a enseñarnos un prototipo de coche deportivo con motor de Hayabusa. Qué pena que nunca pasara de la fase conceptual.
En el fondo la idea no era nueva ni mucho menos. Incluso hoy en día se ha seguido especulando con la idea de poner un motor potente de moto en un coche muy ligero y deportivo. El último ejemplo posiblemente fue la unión de un motor Ducati con un Volkswagen XL1, un proyecto que nunca pasó de concept car. Como ocurrió con el coche que tenéis en vuestras pantallas, el Suzuki GSX-R/4. El propio nombre de este prototipo ya dejaba claras sus intenciones. Era una Suzuki GSX con cuatro ruedas a efectos prácticos. Un estricto speedster biplaza de altas prestaciones, propulsión trasera.
Al ser un speedster, se imitaba el feeling de circular a cielo abierto y sin apenas carrocería de una moto. La influencia del mundo de las motos era obvia y directa en muchos más detalles. La construcción del chasis del coche era un spaceframe tubular de aluminio, clara referencia a la construcción de una moto. La instrumentación era prácticamente idéntica a la de una moto deportiva y solo una pantalla central de grandes dimensiones – imaginad el impacto en el Salón de Frankfurt de 2001 – aportaba un toque menos purista. El diseño «tuning» del volante y sus colores es algo que también hemos de reseñar.
Sin embargo, la verdadera fiesta estaba tras los asientos traseros. En posición longitudinal y accionando el eje trasero se encontraba el motor tetracilíndrico de 1.298 centímetros cúbicos de la Suzuki Hayabusa. Ese motor de 175 CV era capaz de propulsar a la moto deportiva a velocidades superiores a los 300 km/h – y de hecho, la Hayabusa fue la moto que motivó a los fabricantes a establecer un pacto de caballeros por el que ninguna moto supera los 300 km/h actualmente. Volviendo al coche que nos atañe, la potencia era canalizada al eje trasero mediante una caja de cambios secuencial.
Una caja secuencial procedente de la moto, como no podía ser de otra manera. Una bonita palanca, situada entre los dos asientos ultraligeros – era la encargada de engranar las marchas de este coche. Los escapes también eran los mismos de la Hayabusa, emitiendo un sugerente sonido, impropio de un coche. El peso total del conjunto era de sólamente 640 kilogramos. Era un coche cientos de kilos más ligero que un Lotus Elise contemporáneo, y solo los Caterham eran más ligeros. Fue una pena que nunca pasara de la fase conceptual, porque a nivel de diseño, era también impresionante.
Su carrocería estaba pintada en tonos grises y negros, con sus amortiguadores tipo push-rod completamente expuestos. Las llantas de 20 pulgadas tenían un diseño muy similar al de algunos Alfa Romeo y Koenigsegg, y estaban calzadas con neumáticos de lo más curiosos: sólo 195 mm de sección en el eje trasero. Las ópticas frontales eran finas tiras de LEDs verticales y unas rejillas tipo «rallador de queso» servían de refrigeración tanto para el radiador, como para el propio propulsor. El coche nunca llegó a producción, pero se podía pilotar en juegos como Gran Turismo 6 (PlayStation 3).