Las amenazas que afrontan la industria del automóvil, los conductores y, por extensión, los ciudadanos, son muchas y variadas. Por un lado, llevamos tiempo hablando de restricciones al tráfico, de transición energética, de cómo nos dirigimos hacia un panorama automovilístico muy diferente al actual. Por el otro, la cada vez más agitada política internacional. Si 2019 transcurrió bajo una situación de incertidumbre, 2020 comienza confirmando los peores presagios y cómo se va dibujando la tormenta perfecta que ya se cierne sobre los precios de los carburantes, del gasóleo y la gasolina.
Los precedentes de la amenaza actual sobre diésel y gasolina
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La tormenta perfecta que se cierne sobre diésel y gasolina
Para entender la amenaza que se cierne sobre el precio de los carburantes, que podría hacer que este año se disparen los precios del gasóleo y la gasolina, basta entender cómo y por qué se han desencadenado algunas de las mayores crisis en el pasado (empezando por las crisis del petróleo de 1973, 1979 y 1990) y los ingredientes que conforman esta tormenta perfecta. Nos encontramos con una escalada bélica real, cuyas consecuencias máximas son imprevisibles. También con países involucrados que, más allá de su poder militar, cuentan con capacidad suficiente para alterar los precios del crudo, ya sea por su condición de productor de petróleo o por disponer de medios para el bloqueo de los principales países productores de petróleo.
Como ya hemos podido comprobar en los últimos años, la escalada del precio del crudo se traduce, necesariamente, en un aumento del coste de los carburantes y las consecuencias económicas que puede tener en un país tan dependiente de la energía y los hidrocarburos exteriores, como España, son como mínimo graves.
Sin hacer un análisis geopolítico pormenorizado, que sí podéis obtener en algunas de las fuentes que mencionamos en este artículo, sí vamos a contextualizar muy rápidamente lo que está sucediendo estos días. En septiembre ya os alertábamos de la situación que se estaba fraguando en Oriente Próximo. Un ataque con drones sobre la petrolera Aramco en Arabia Saudí incrementaba las tensiones en el Golfo Pérsico, provocaba una reducción drástica, aunque temporal, de la producción petrolera saudí y hacía que el precio del crudo se disparase hasta su máximo en el último semestre.
2020 ha comenzado con una situación aún más grave. La tensión en la zona se ha incrementado, con las revueltas que se han producido estos días en Irán e Irak que, en última instancia, han llevado incluso a que la embajada de Estados Unidos en Bagdad fuera atacada (ver artículo de The New York Times).
Esta madrugada la gravedad de los acontecimientos se elevaba hasta un orden de magnitud superior, con un ataque de los Estados Unidos sobre territorio iraquí en el que fue eliminado Qasem Soleimani (ver noticia en CNN), uno de los cargos más importantes del ejercito iraní, acusado por Estados Unidos de ser responsable de los últimos ataques a embajadas y bases estadounidenses y de muchos otros ataques sufridos por las fuerzas estadounidenses en las últimas guerras libradas en Oriente Próximo.
Sin duda, estamos ante el preludio de una serie de acontecimientos aún más graves, que bien podrían desembocar en una nueva guerra. La mera escalada bélica que se está produciendo estos días ya está teniendo consecuencias y puede afectar al abastecimiento y por ende el precio del crudo y, en última instancia, de los hidrocarburos. Pero la posibilidad de una guerra supone una amenaza aún mayor.
En las últimas horas, el precio de referencia del barril de petróleo Brent llegaba a situarse por encima de los 69 dólares, en máximos que no se habían alcanzado desde los ataques del pasado mes de septiembre. En estos momentos solo queda esperar, para ver cómo transcurren los acontecimientos en las próximas horas.
En cualquier caso, la tormenta perfecta que, insistimos, se cierne sobre el precio de los carburantes, puede tener consecuencias aún más graves que el incremento del precio al que repostamos gasolina o gasóleo. El incremento del precio del crudo puede afectar gravemente a la economía española. Por no hablar de las consecuencias que podría tener un nuevo conflicto en Oriente Próximo, en el que se vieran involucrados países con una fuerza militar tan potente como Estados Unidos e Irán y sus aliados.
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