Los lectores más avezados se habrán percatado que, últimamente, los clásicos logotipos que portaban con orgullo todos los coches están de capa caída. Los diseñadores o, mejor dicho, los departamentos de mercadotecnia, dicen que lo «cool» es que los logotipos sean minimalistas, monocromos y bidimensionales. Incluso Porsche y Alfa Romeo han pasado por el aro, simplificando sus preciosos escudos clásicos cargados de historia.
Esta tendencia puede preocuparte más o menos, y te puede gustar o no, pero es mucho menos grave que el grave peligro de extinción que sufren los logotipos traseros en su conjunto. En cada lavado de cara y en cada nueva generación de coche que es lanzada, hay muchas papeletas de que su fabricante haya decidido eliminar el logotipo de su parte trasera. Ese logotipo es reemplazado por el nombre de la marca, escrito con una tipografía mas o menos acertada.
He de reconocer que esto me enerva. Los logotipos son parte indisoluble de la imagen de marca de cualquier fabricante, y siento que su eliminación es un craso error. Creo que las marcas tiran piedras contra su propio tejado en este aspecto concreto. Tal es mi obsesión con este tema que critico el diseño de cada coche que ha eliminado sus logotipos traseros. Las notas de prensa hablan de diseños limpios, de no romper las líneas de sus zagas con logotipos voluminosos. Pero en verdad, en el portón de un SUV compacto, los logotipos eran prácticamente lo único emocionante.
Hace unas semanas, en mi toma de contacto con el Alfa Romeo Junior, pude hablar con Alejandro Mesonero-Romanos, diseñador del coche, sobre este tema en concreto. El Junior ha reemplazado su logotipo trasero por el nombre de la marca, en un emblema de preciosa tipografía. Alejandro reconoce que es una tendencia global de la industria, y que responde a un motivo lógico: en la mayor parte de coches, es la mejor superficie para visibilizar el nombre de una marca. El caso de Alfa Romeo no es el más paradigmático: sus coches tienen una personalidad visual marcada, diseños muy trabajados y multitud de guiños que nos recuerdan que estamos ante un producto italiano, pasional y cargado de emoción.
El peligro está en los diseños anónimos de los cientos de crossover y SUV que son lanzados al mercado cada año. Si a la eliminación del logotipo trasero, que no deja de ser mucho más reconocible que una palabra, unimos un diseño genérico y un estilo de carrocería común, el resultado son coches prácticamente imposibles de distinguir entre sí. Me sucedió el otro día, en plena autovía, con un Nissan Ariya. Hasta que no estaba «encima», no supe reconocer qué coche era. La experiencia me dejó casi trastornado, especialmente sabiendo que me dedico profesionalmente a escribir en un medio de motor líder en audiencia.
Las oleadas de vehículos de origen chino que están llegando a Europa, en muchos casos sin una imagen de marca formada – un trabajo de décadas y décadas – carecen en su práctica totalidad de logotipos en su parte trasera. Distinguirlos es tan complejo como escoger una batería portátil en Amazon, con decenas de opciones aparentemente idénticas, de prestaciones y características tan similares como desconocidas sus marcas.
¿Queremos que nuestros coches se conviertan en objetos aún más anónimos?