¿Estáis preparados para un artículo de opinión que muchos calificarán como retrógrado, nostálgico y anticuado? Estáis en el lugar adecuado. No me considero una persona anti-tecnológica ni especialmente nostálgica del pasado… excepto si estamos hablando de coches. Me encantan los coches y disfruto al volante tanto de coches clásicos como de coches de rabiosa actualidad, pero el rumbo que está tomando la industria del automóvil me está preocupando. No estoy pensando exactamente en los SUV eléctricos autónomos que muchas marcas quieren vendernos como el futuro… estoy pensando en la excesiva «conectividad» de los coches actuales.
Vivimos en un mundo demasiado conectado
Posiblemente estás leyendo esto desde tu smartphone de última generación. Un pequeño dispositivo con un enorme poder de computación, conectado a la base de datos más potente y extensa jamás soñada: Internet. Toda la información del mundo está al alcance de tu mano. Es un maravilloso invento, que sin embargo, puede llegar a encadenarnos. El baile incesante de las notificaciones provoca que estemos adicto a esas pequeñas dosis de endorfina que generan en nuestro cerebro. Cuando nos llega un WhatsApp, tenemos que contestarlo. Tenemos que estar «al día» de los cientos de stories que las personas a las que seguimos publican en Instagram.
Tenemos trabajos que sin Internet no existirían – yo no estaría escribiendo esto si Internet no existiera o no estuviera su uso tan extendido – y muchos de los servicios que antes se prestaban de forma física parecen estar para siempre ligados a Internet. Lo que quiero decir con todo esto, es que era inevitable que nuestros coches acabaran formando parte de este ecosistema. Hasta hace unos pocos años nuestros coches eran ajenos al frenesí del mundo online. Eran máquinas cuyo único objetivo era llevarnos de un sitio a otro, ya estuviéramos hablando de una furgoneta de carga o de un delicioso coche deportivo.
Sin embargo, poco a poco, y de forma cada vez más profunda, nuestros coches pasan a estar integrados en el ecosistema tecnológico que ha creado Internet, en el que nuestros smartphones reinan. No estoy hablando de que el sistema de infotainment de tu coche sea un espejo de la pantalla de tu móvil – tanto Apple CarPlay como Android Auto son útiles – estoy hablando de que todo coche sea un punto de acceso WiFi. Que mediante una aplicación de móvil podamos abrirlo, localizarlo y arrancarlo, que nuestro teléfono se desdoble como llave del coche o de que sus sistemas sean actualizados remotamente como si de un iPad se tratara.
Cuando conduzcas, conduce
Hoy en día existen coches capaz de twittear su posición, o de publicar en Facebook por nosotros. Desde su sistema de infotainment podemos reproducir los mensajes que nos envían por WhatsApp, o escribir mensajes de texto mediante un dictado por voz. Es incluso posible consultar mientras conduces la cotización de tus acciones o un radar de precipitaciones. Además de ser una constante fuente de distracciones – la implementación de estos sistemas no es ni mucho menos perfecta – el coche no nos deja escapar de ese mundo constantemente conectado. Y esto solo acaba de empezar, queridos amigos.
Lo que algunas marcas llaman «inteligencias artificiales» no son más que asistentes al estilo de Google, que cada vez nos controlarán más de cerca, evitando que nos salgamos de nuestras rutas a casa y al trabajo, de nuestras playlist favoritas, o de las citas marcadas en nuestra agenda. El coche será una extensión de nuestro teléfono, una herramienta de movilidad para un estilo de vida hiperconectado. Os prometo que me he llegado a sentir incómodo escribiendo estas palabras. Lo siento, pero mi definición de coche va en la dirección contraria al rumbo que está tomando la industria en estos momentos.
Mi coche es mi «lugar feliz». Es donde escapo de ese mundo hiperconectado. Es un lugar que me permite aislarme del «mundanal ruido», es una máquina analógica y ruidosa, incapaz de hacer llamadas por teléfono o publicar mensajes en una red social. No se comunica con otros coches, ni con la infraestructura, ni con internet. Se abre con una llave, y su motor de combustión interna se enciende cuando giro dicha llave. No cambia de marcha, gira o frena si yo no se lo ordeno antes. Tampoco enciende las luces o activa los limpiaparabrisas por sí mismo. Somos yo, el coche y la carretera. No hace falta nada más.
Soy consciente de que los coches evolucionan de forma imparable, junto a la sociedad. Pero os aseguro que echaremos de menos estos «santuarios con ruedas» en los que nada está automatizado ni «conectado». Sus sonidos, sus olores, sus peculiaridades… y esa sensación de control que el coche del futuro puede no ser capaz de ofrecernos. Este artículo tiene un regusto nostálgico, como si todo estuviera ya perdido. Por fortuna, aún quedan coches que nos hacen sentir vivos, coches analógicos, sencillos y divertidos. Menos mal que aún existen coches como el Mazda MX-5, o los Toyota GR Yaris.
Gran Hermano te está vigilando
Al igual que ocurre con los móviles, en el futuro, llegará el momento en que el fabricante del coche deje de ofrecer soporte y actualizaciones para nuestro coche. En ese momento tendremos en nuestras manos un producto obsoleto, y en la era del coche autónomo, puede que incompatible con el resto del tráfico o los sistemas de control viario de la DGT del futuro. Pero no nos preocupará, porque siquiera tendremos un coche en propiedad, pagaremos por minutos mientras nos lleva al centro de la ciudad o a una reunión. ¿En qué posición deja este futuro a los que somos amantes del automóvil?
Puede que acabe pasando igual que con el caballo, como suele decir Jay Leno. Cuando los coches lo sustituyeron como principal medio de transporte, el caballo paso a ser una afición de gente adinerada, una lujosa actividad recreativa. Puede que tener un coche «de antaño» en propiedad pase a ser el nuevo «caballo» de la era del coche autónomo y los servicios de movilidad on-demand. Por el momento este escenario de pesadilla aún no es del todo real, pero la tormenta parece acercarse más y más al santuario del petrolhead medio. Disfrutemos mientras podamos, pues los coches pronto podrían cambiar para siempre.