El Chevrolet Corvette ZR-1 siempre ha representado la cúspide prestacional de la icónica saga de los Corvette. En el caso de la cuarta generación del Chevrolet Corvette, fue protagonista de una auténtica colaboración intercontinental. Fue la única ocasión en su historia en la que Chevrolet recurrió a otro fabricante – en este caso, Lotus – para desarrollar el corazón de su deportivo más querido. El resultado fue un deportivo mucho más único y especial de lo que aparenta. Y no solo fue un coche especial por su motor, si no también por ser el primer coche diseñado para confundir a los radares móviles.
Tengo que poneros en contexto. En Estados Unidos los radares fijos no son tan comunes como en Europa o el resto del mundo. Al principio de los años noventa eran inexistentes, pero sí eran muy comunes las «speed guns», es decir, radares móviles operados por un policía o un sheriff. Apostados en sus coches o en ocasiones escondidos tras puentes o carteles, estos radares manuales eran capaces de detectar la velocidad de un vehículo a distancias de hasta un kilómetro. Si la velocidad era excesiva, el policía podía comenzar una persecución.
Dichas persecuciones de alta velocidad fueron – y son – incluso protagonistas de programas de televisión, pero no es de lo que os quiero hablar hoy. Este tipo de radar móvil era y es ubicuo en muchas carreteras estadounidenses, y los dueños de vehículos deportivos como los Corvette solían ser pasto de la ley a causa de sus recurrentes excesos de velocidad. Cuando Chevrolet comenzó a diseñar el Corvette más rápido del momento, quiso ofrecer a sus compradores un margen de seguridad, incorporando en su diseño una forma de confundir a los radares móviles.
Buena parte de la carrocería del Chevrolet Corvette C4 es de fibra de vidrio – un clásico en la saga – y la primera pieza metálica de su frontal es el radiador. Los radares necesitan rebotar sus ondas en una superficie metálica para ofrecer una lectura fiable de su velocidad. Los ingenieros que desarrollaron el coche decidieron inclinar en 15 grados el ángulo del radiador del coche. De esta forma, se dificultaba la detección del coche por las ondas del radar, reduciendo a la mitad la efectividad del sistema.
Es decir, los coches eran solo detectables a distancias de unos 500 metros, en vez de a un kilómetro. Distancia suficiente para que los conductores advirtieran la presencia de un coche de policía o redujesen su velocidad antes de entrar en zonas de «caza», como puentes que cruzan la carretera o carteles publicitarios. Todo esto que os estoy contando no es una broma: este maravilloso dato está recogido en el libro «Corvette from the Inside», de Dave McLellan, ingeniero jefe de todos los Corvette de la época, y uno de los artífices del ZR-1.
El Corvette ZR-1 recibió un motor de 5,7 litros, con unas culatas modificadas por Lotus Engineering. Con cuatro válvulas por cilindro y un sistema de admisión variable, además de dos inyectores por cilindros, era capaz de desarrollar 375 CV, transmitidos al eje trasero a través de un cambio manual de seis relaciones. La potencia de su 5.7 V8 – código interno LT5 – llegó a los 411 CV en 1993, pero el coche fue un fracaso comercial. Uno de los motivos fue un precio de 58.995 dólares, el doble que un Corvette convencional.
Con todo, es un coche fascinante y su historia merece ser contada. Especialmente cuando conocemos anécdotas como estas.