Cuando pensamos en motores de ocho cilindros en línea, pensamos casi inevitablemente en coches anteriores a la Segunda Guerra Mundial. Pensamos en marcas como Studebaker o Packard, pensamos en coches de competición como los Mercedes W125 o aquellos coches diseñados para batir récords de velocidad sobre tierra. Desde luego, no pensamos en coches convencionales de los años noventa. Pero en un universo paralelo, Ford habría rescatado estos motores, construidos de forma completamente modular, y los habría usado en coches de tracción delantera. Tal y como lo oyes.
Antes de entrar en harina, un poco de historia. Los motores de ocho cilindros en línea nacieron en el mundo aeronáutico, durante la Primera Guerra Mundial, y no fue hasta los años veinte cuando aterrizaron en el mundo del automóvil, en parte a causa de la experiencia desarrollada por los fabricantes durante el conflicto. Eran motores complejos y de carísima producción, por ello, fueron empleados principalmente en coches de lujo. Entre sus ventajas, un funcionamiento extremadamente suave y equilibrado, y un gran par motor a un régimen de giro bajo.
Un motor de ocho cilindros en línea es un motor muy largo, algo que obligaba a los productores de coches a instalar larguísimos capós. El equilibrado de su cigüeñal y sus árboles de levas era vital para un buen funcionamiento del mismo. Tras el conflicto, la disponibilidad de gasolinas de mayor octanaje sacó a relucir algunas debilidades de estos motores en cuanto a fiabilidad con altas relaciones de compresión. Pero no fue esa la causa de su «muerte», fue el imparable ascenso de los V8, mucho más compactos, mucho más sencillos y sobre todo, mucho más baratos de producir.
Los últimos ocho en línea de producción abandonaron el mundo del automóvil en los años 50 del pasado siglo. Desde entonces, solo se han producido motores de configuración en línea con un máximo de seis cilindros. A principios de los años noventa nadie pensaba que producir un coche asequible y de masas con motores de ocho cilindros en línea era una buena idea. Nadie, salvo Ford. Curiosamente, Ford nunca adoptó el diseño en la era de preguerra, ya que Ford democratizó el V8 al lanzar su incombustible Model A en 1927. Pero esa es otra historia, volvamos a los 90.
En el Salón de Detroit del año 1991 se presentó en público el Ford Contour Concept. Un adelanto conceptual de una berlina de cuatro puertas que pasaría sin pena ni gloria por la gama de Ford. Sin embargo, el prototipo era escultural, y presumía de una mecánica revolucionaria, llamada «T-Drive» por parte de Ford. Era un motor de ocho cilindros en línea y cuatro litros de cubicaje, montado en posición delantera transversal, justo por delante del eje anterior.
Era una mecánica de diseño modular, creada a partir de dos motores de cuatro cilindros en línea. Curiosamente, y por razones de packaging, la salida del cigüeñal estaba situada en la parte central del motor. A la salida del cigüeñal y en posición longitudinal se ubicaba la caja de cambios, que mandaba su potencia al tren trasero. Esa configuración en «T» fue la que dio el nombre de «T-Drive» al conjunto mecánico. Ford pretendía que la arquitectura fuera también compatible con coches de tracción delantera y también con coches de tracción integral.
EL Contour también destacaba por un chasis de aluminio, cuyas piezas estaban unidas por adhesivo industrial de última tecnología – así es como se construyen actualmente coches como los Lotus. En última instancia, Ford abandonó la idea del «T-Drive». Aunque técnicamente era plausible y hubiera dado a Ford una tecnología de referencia – como Subaru con los bóxer – su producción hubiera requerido de muchos cambios significativos en la gama de modelos de la marca. Una enorme inversión que la situación económica de los noventa no permitía asumir.
También había dudas acerca de las vibraciones causadas por el motor, el peso sobre el eje delantero y los perjuicios en comportamiento dinámico que ello podría causar. Aunque no pasó de la fase de prototipo, se construyeron y probaron versiones funcionales del motor, curiosamente montadas en un insulso Ford Tempo. Aunque los «T-Drive» nunca llegaron, Ford aplicó la idea de la modularidad a su familia de motores en uve, lanzando motores de seis, ocho y doce cilindros a partir del mismo diseño básico. Nada suele quedar en saco roto en esta industria.
Fuente: Jalopnik | Drivingenthusiast