SARTRE es el acrónimo de Safe Road Trains for the Environment, algo así como «Trenes de carretera seguros y respetuosos con el medio ambiente». Se trata de un proyecto financiado por la Unión Europea, cuyo objetivo es desarrollar la tecnología necesaria para viajar en convoy y dejarse llevar mientras ahorramos combustible, reducimos las emisiones de nuestro vehículo y… leemos la prensa sobre el volante.
Esta idea ha llamado nuestra atención, no sólo por los beneficios que promete sino por su aparente viabilidad a medio plazo, característica bastante extraña entre los múltiples proyectos a 20 años vista que pasan por nuestras páginas.
El concepto es sencillo: un vehículo pesado con un conductor profesional (un camión o autobús) es seguido por un pelotón de vehículos cuyos conductores han cedido los mandos a un sistema de seguimiento. Cada vehículo permanece a una distancia reducida de su predecesor, que se mantiene constante.
Los principios de funcionamiento son fáciles de entender: cada vehículo ha de estar equipado con diferentes sensores (radar, cámara, láser, todo tecnología actual) y un sistema de comunicación con todos los demás del convoy (otros coches, camiones o autobuses) de forma que pueda incorporarse o abandonar la formación en cualquier momento. La comunicación en sí también es tecnología actual (falta la programación del sistema) y sería operativo en las carreteras actuales. Parece muy realista.
Los beneficios potenciales son diversos: para empezar, la resistencia aerodinámica de un conjunto de vehículos viajando muy próximos es mucho menor que la suma de cada uno de ellos viajando individualmente. Y si no, que se lo pregunten a los pilotos de F1, a los ciclistas o a los patos que vuelan hacia el sur en otoño. Esto significa menor consumo y emisiones (entre un -10% y un -20%, concretamente).
El tema de la seguridad, salvando los prejuicios que podamos tener por ceder el control de nuestro vehículo a otra persona, también saldría beneficiado. Eliminamos los errores de un grupo nutrido de conductores a cambio de centralizar el riesgo en uno sólo que lleva un vehículo pesado y es profesional. Las estadísticas dicen que el cambio es positivo, aunque tal vez sea este el punto más crítico de todos, pues en el (improbable) caso de tener un accidente también se multiplicaría el número de vehículos implicados. Salvo que sean capaces de resolver también esto.
Generalizando la utilización de este sistema se produciría un incremento de la capacidad de las carreteras, dado que los vehículos viajan muy próximos y a velocidad muy constante. Por último, pero no por ello menos importante, todo el tiempo que utilizamos para conducir podríamos utilizarlo para hacer cualquier otra cosa, desde leer un libro hasta responder el correo electrónico del día.
En principio, el proyecto está limitado a vías sin peatones (autovías y autopistas) por razones obvias. La longitud máxima admisible de los convoys es una incógnita, pues tendrían que convivir con el resto del tráfico sin bloquear salidas, incorporaciones, ser capaces de adelantar y ser adelantados en un tiempo razonable. En principio, el objetivo es un máximo de 5 vehículos, pero los ensayos con simuladores han revelado una tolerancia de los demás usuarios de hasta 15 componentes.
Las primeras pruebas, realizadas con sólo dos vehículos, han dado resultados muy prometedores. El proyecto espera terminarse el año que viene y podría llevarse al mercado en la próxima década, pero ya funciona.
Fuente: Ricardo Quarterly Review – Q1 2011
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