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La cumbre de Durban fracasa mientras avala convertir el tercer mundo en el vertedero de carbono de los países desarrollados

Desde el pasado 28 de noviembre y hasta hoy se ha celebrado en Durban (Sudáfrica) la 17ª Conferencia de las Partes por el Cambio Climático, un punto de encuentro entre 195 países que buscan poner límite al abuso ecológico realizado durante los últimos años. O al menos esto era lo que pretendía ser.

El fin último de la cumbre de Durban, al igual que el de las celebradas en los últimos años, era la firma de un acuerdo jurídicamente vinculante que limitara los niveles de emisiones de gases de efecto invernadero de cada país frente a la caducidad del Protocolo de Kioto el próximo año, así como la negociación de un segundo periodo de este, que actualmente se posiciona como el único tratado vigente en materia de limitación de gases de efecto invernadero.

Se ha alcanzado un acuerdo de última hora que fija la hoja de ruta para un pacto que debe ser adoptado en 2015 y entrar en vigor en 2020.

Sin embargo, y a pesar de que los borradores de acuerdo fueron ratificados hace varios días por 37 países industrializados, China y EEUU, las dos principales emisoras de este tipo de compuestos, y con el apoyo de India, un país en expansión que defiende su derecho a industrializarse, han eludido siempre alcanzar este tipo de acuerdos.

No obstante, parece que finalmente se ha alcanzado un acuerdo de última hora que fija la hoja de ruta para un pacto en materia de recorte de emisiones, que debe ser adoptado en 2015 y entrar en vigor en 2020, y un segundo periodo del Protocolo de Kioto que se prolongará hasta 2017 o 2020. Este acuerdo ha sido rechazado por Rusia, Japón y Canadá, quienes han decidido no formar parte del compromiso.

En cualquier caso, alcanzar acuerdos internacionales relevantes en materia de ecología ha resultado ser una auténtica catástrofe y misión imposible en los últimos años, y de nuevo en esta ocasión se han retrasado las propuestas más ambiciosas y comprometidas hasta la próxima cumbre, que se celebrará en Catar en noviembre del próximo año.

A pesar de todo, parece que durante la actual cumbre hubo un punto de acuerdo entre todos los países que podría cobrar protagonismo en los próximos años: impulsar la captura y el almacenamiento de carbono como método para mitigar la expulsión de gases de efecto invernadero a la atmósfera. Una tarea controvertida y cuya validez ecológica ponen en duda muchos expertos.

Emisiones antropogénicas de dióxido de carbono: el problema en cifras.

Por su concentración actual y sus altas emisiones, que aumentan cada año de forma exponencial, el dióxido de carbono está reconocido como el gas de efecto invernadero que contribuye en mayor medida al calentamiento del planeta.

Y es que, a pesar de que otros gases como el metano resultan mucho más perjudiciales a la hora de hablar de retención del calor bajo la atmósfera (1 kg de metano produce un incremento de la temperatura de la Tierra similar al que producirían 23 kg de dióxido de carbono), las emisiones de este último resultan casi insignificantes en proporción con las de CO2.

Según un estudio de la Universidad de Berkeley, a finales de este siglo la temperatura media del planeta podría haber aumentado hasta 7.7ºC de media.

Las emisiones antropogénicas mundiales históricas han supuesto un incremento de la concentración de CO2 en el aire de unas 100 ppm, lo que ha llevado a pasar de las 280 ppm que había en 1751 a las 383 ppm que se registraron en 2007, y esta concentración sigue aumentando a un ritmo medio de 2 ppm/año.

Según un estudio llevado a cabo en la Universidad de Berkeley en el año 2006, a finales de este siglo la temperatura media del planeta podría haber aumentado hasta 7,7ºC, con las consecuencias ecológicas que esto conlleva: derretimiento de los polos, aumento del nivel del mar, desaparición de grandes porciones de tierra bajo la superficie de los océanos (en el caso de algunos países insulares, se prevé que el 100% de su superficie desaparezca bajo el agua en los próximos años), aumento de las catástrofes naturales ligadas a fenómenos meteorológicos extremos…

Los sumideros de carbono, una solución a medias

La captura y almacenamiento de carbono (CAC) es la técnica mediante la cual se pretende captar el dióxido de carbono generado en centrales eléctricas o plantas industriales, para posteriormente almacenarlo bajo la corteza terrestre, bien en la tierra, bien en los océanos.

Se trata de una técnica tecnológicamente factible, que cuenta con diversas alternativas disponibles, y que permitiría ocultar entre el 21% y el 45% de la producción de CO2 si su implantación se extendiera a lo largo del globo terrestre.

A pesar de que parece encontrarse en recesión frente a las energías renovables, el carbón ocupa el 40% de la nueva potencia eléctrica instalada en la última década

A grandes rasgos, la captura de CO2 se realiza tras separar y purificar este gas del resto de los resultantes en las reacciones de combustión. Una vez aislado, el dióxido de carbono se comprime y se transporta hacia el lugar de almacenamiento mediante barcos o gasoductos. Finalmente, se inyecta bajo la superficie terrestre, presumiblemente bajo una capa rocosa hermética, o haciéndolo reaccionar con agua para formar diferentes compuestos derivados las rocas del medio en el que se realiza la reacción, para disminuir el riesgo de fugas.

Dado que el CO2 es soluble en agua, también existe la opción de disolverlo bajo la superficie de los océanos. Sin embargo, el impacto ecológico de estas prácticas sería aún más negativo que la emisión del CO2 a la atmósfera.

Este tipo de proyectos están siendo alentados sobre todo por los grupos de presión del carbón, un lobby que busca mantener vivo un mercado energético que, aunque parece estar en recesión frente a las energías renovables, aún ocupa el 40% de la nueva potencia eléctrica instalada en la última década, especialmente en China e India. Además, han recibido un enorme apoyo por parte de los países con grandes reservas energéticas fósiles o que dependen en gran medida de ellos: Australia, Sudáfrica, Arabia Saudí y los dos citados anteriormente, entre otros.

Sin embargo, y pese a que aparentemente pueda parecer una buena táctica para mantener a raya las emisiones, la captura y almacenamiento de CO2 tiene cierto regusto sucio: los niveles de producción de CO2 seguirán aumentando, mientras se esconde (que no elimina) parte de esta producción.

El papel de los sumideros de CO2 en el mercado del carbono

A pesar de que ya hablamos del mercado del carbono hace un par de semanas, voy a intentar hacer un resumen esquemático de lo que son los bonos de carbono, de lo que éste mercado representa a nivel global, y de su verdadero impacto ecológico.

Los bonos de carbono son un mecanismo que trata de ofrecer incentivos económicos a las empresas, considerando el derecho a emitir CO2 como un bien canjeable, con un precio establecido en el mercado. La idea es que estos bonos sirvan de beneficio a las empresas más limpias, y supongan un sobrecoste para las que más contaminan. Este impacto económico se realiza mediante la venta de derechos de emisión no utilizados por parte de las empresas más limpias a las que generan mayores niveles de contaminación atmosférica.

Si las propuestas prosperan, los países subdesarrollados podrían convertirse en el vertedero de carbono más grande del mundo a cambio de unos cuantos dólares

Para esto se conceden Certificados de Emisiones Reducidas (CER), cada uno de los cuales equivale a una tonelada de CO2 que deja de ser liberada a la atmósfera, y que a nivel internacional pueden ser vendidos por países subdesarrollados a países industrializados en el mercado del carbono.

Los tipos de proyectos que pueden aplicar una certificación son, por ejemplo, la generación de energía renovable, la mejora de la eficiencia energética de procesos, forestación, limpieza de lagos y ríos, etc.

Lo que se propuso en Durban fue, básicamente, convertir a los países subdesarrollados en el vertedero de carbono de la vieja Europa, China y Estados Unidos, a cambio de créditos de CO2 que les permitirían recibir dinero, mientras los emisores se lavan las manos y la conciencia. Algo parecido a lo que ya ocurre con la exportación de residuos sólidos y chatarra. En palabras de Aida Vila, de Greenpeace, «es condenar a generaciones futuras con una tecnología con unos problemas de seguridad que no tienen las renovables».

Parece que los países desarrollados están más preocupados por lavar su propia conciencia e imagen y cargarle el muerto de la contaminación a los países pobres a cambio de unos cuantos Euros que por alcanzar verdaderos acuerdos que permitan paliar las consecuencias de nuestra irresponsabilidad.

No quiero parecer alarmista, y la verdad es que incluso resulta difícil serlo si tenemos en cuenta que los efectos del cambio climático apenas son perceptibles en las escalas temporales que manejamos a diario. Sin embargo, el problema es real, y a medio y largo plazo nos pasará una factura que no tendremos dinero para pagar. Aunque, la verdad, las hambrunas y el desplazamiento de millones de familias tampoco parecen un problema tan grave. Al menos no en un mundo en el que cada año mueren casi cinco millones de niños por falta de medios, sin que esta cifra resuene en la conciencia de nadie.

Fuentes: 20minutos | RTVE | El País | 1/4 de ambiente | Greenfacts | COP17/CMP7 | Ecología verde | Wikipedia I, II | Universidad de Berkeley
Fotos: Jeff Attaway | Victoria Reay | Strawberry Maya
En Tecmovia: Compradores de CO2 y vendedores de humo | CarbFix, el proyecto islandés que pretende fijar el CO2 atmosférico al suelo convirtiéndolo en calcita

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