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Gilda, Marlboro Man y el Orient Express. ¿Cambiará nuestra sociedad la movilidad compartida?

Después de 127 años de historia del automóvil este medio de locomoción se ha metido tan dentro de nuestra sociedad que es casi imposible imaginar sistemas de movilidad de una mínima envergadura que prescindan de él. Aparentemente una de las claves de su éxito fue un aspecto de corte sociológico: la promesa para las personas de una libertad individual de movimientos casi ilimitada. Si, como decía Jane Jacobs, “en lugar de sustituir cada 10 carros de caballos por un coche, sustituímos cada carro de caballos por 10 coches” fue sobre todo porque el automóvil fue la pieza clave de la consolidación del concepto de individualidad que se desarrollaba desde el siglo XIX. Esa construcción de la individualidad que la industria del consumo interpretó tan bien y cuyo máximo exponente del siglo pasado es el icónico “Hombre de Marlboro”, el vaquero libre de ataduras cuya atractiva figura haría identificarse a los potenciales clientes.
Más de un siglo después, la movilidad del futuro a corto y medio plazo parece indicar una vuelta a la colectivización del transporte y una restricción del vehículo privado tal y como lo conocíamos hasta ahora. Pero, ¿es posible hacer el camino inverso al de las primeras décadas del siglo XX? ¿Esta la sociedad dispuesta a prescindir de un elemento tan importante y cargado de contenido social como el vehículo privado para volver a transportes esencialmente colectivos? ¿Podría conllevar esto un cambio de mentalidad en la sociedad como en su día sucedió con la implantación del coche?

El asesinato del Orient Express

El siglo XIX, el de los grandes inventos y la Segunda Revolución Industrial, tuvo en el desarrollo de los nuevos medios de transporte uno de los principales argumentos del desarrollo técnico y a un motor económico. En torno a 1800 el mundo todavía se movía a la velocidad a la que se desplaza un caballo (o un asno) pero ya en 1830 se abrió la célebre línea de pasajeros Liverpool – Manchester, el primer paso de una gran revolución. El transporte de mercancías y pasajeros pasó a ser realizado por máquinas, e inauguró un nuevo modelo de negocio de impacto colectivo que implicó a industrias de diferente tipo (siderometalúrgica, financiera, de servicios…) y a capital público y privado.

En torno a 1800 el mundo todavía se movía a la velocidad a la que se desplaza un caballo o un asno

Los trenes tuvieron enseguida un gran impacto en la cultura popular y en el imaginario colectivo, tanto en el arte como en la literatura, y su huella ha llegado hasta nuestros días, permitiéndonos recordar que el transporte moderno de pasajeros nació bajo el concepto de lo colectivo.
Sin embargo a pesar de que sus principios de eficiencia siguen vigentes, con el paso del siglo XX el tren ha ido perdiendo influencia respecto al automóvil o al avión (salvo en el transporte de mercancías). Las nuevas formas de vida y la dispersión del hábitat urbano contribuyeron a su declive, pero sobre todo lo hizo la presunta libertad de movimientos que otorgaba el automóvil y su efecto sobre las aspiraciones de las personas. Los asesinatos de las novelas de detectives ya no se producen en el «Orient Express».
En la actualidad el ferrocarril encuentra su máximo rendimiento social en las redes de cercanías de las grandes ciudades, espacio a través del cual ha vuelto a entrar en los hábitos y el imaginario colectivo tras décadas de abandono. Cuanto mayor es la ciudad más eficiente se vuelve este medio de transporte colectivo.

Los asesinatos de las novelas de detectives ya no se producen en el «Orient Express»

Pero además es indudable que el tren favorece las relaciones sociales frente al vehículo privado (para bien o para mal) y contribuye a la formación de la conciencia colectiva en las ciudades. De alguna manera, y a pesar de todas sus pegas, los trenes de cercanías (al igual que los autobuses) “hacen más ciudad” que los atascos de coches, al conectar a los habitantes en lugar de aislarlos en el interior de su propio coche.

The Great Blizzard. Los atascos antes del automóvil

Sin embargo a la hora de oponer colectividad a individualidad en el transporte urbano, conviene apuntar que no toda la culpa de nuestro gusto por la movilidad individual se debe al automóvil, y que de alguna manera esta idea estaba ya incorporada a la cultura occidental siglos antes de la invención del motor de explosión. Por poner un ejemplo español, el famoso viaje que Bartolomé Joly, consejero del rey de Francia, hizo por nuestro país entre 1602 y 1604, deja gran cantidad de testimonios sobre la abundancia de carruajes en nuestras ciudades.

“Todo el masificado tráfico rodado de Londres – que en algunas partes de la ciudad era denso hasta quedarse inmóvil – dependía del caballo»

Su apunte sobre lo que observó en Valencia “Los coches son allí tan corrientes que, fuera de París, no creo que haya tantos en todas las demás ciudades de Francia. Las gentes mediocres se unen dos para hacer uno…” da idea de que casi tres siglos antes de la invención del automóvil en las ciudades europeas ya estaba instalada una cierta cultura del transporte individual.
No resulta menos interesante la visión que Jane Jacobs recoge del arquitecto H. B. Creswell acerca de la vida cotidiana en Londres en torno a 1890: “Todo el masificado tráfico rodado de Londres – que en algunas partes de la ciudad era denso hasta quedarse inmóvil – dependía del caballo: carros de carga, vagones, buses, coches tirados por «gruñones» y toda clase de vehículos privados que iban enganchados a los caballos
Si una ciudad podía tener su tráfico colapsado por circunstancias externas antes del automóvil lo contesta una de las canciones más famosas de la historia del cine. En “Gilda” (Charles Vidor, 1946), Rita Hayworth protagoniza una acalorante escena mientras canta en “Put the blame on Mame” la historia de algunos de los desastres más grandes de la historia estadounidense, como el incendio de Chicago en 1871 o el terremoto de San Francisco de 1906. En la estrofa central «Remember the Blizzard / Back in Mannhatan / in 1886 / They say the traffic was tied up / and fols were in a fix» se refiere al primer gran atasco de la historia de Estados Unidos, el causado por el temporal de nieve conocido como “The Great Blizzard” en 1888 en Nueva York.

En 1888 se empleó por primera vez la expresión «Atasco de tráfico», refiriéndose a «La gran nevada» de Nueva York

Un temporal de nieve colapsó las calles de la Gran Manzana durante una semana entera bloqueando, trenes, tranvías y tráfico privado, causando el caos en la ciudad y problemas con la distribución de mercancías básicas. Según algunos estudiosos, la primera vez que se empleó en inglés la expresión «atasco de tráfico» (Traffic Jam) fue en el diario The Sun el 17 de marzo de 1888 en una columna titulada «Traffic Jammed Streets» que se refería al «Great Blizzard»

La nueva movilidad compartida… ¿Y la sociedad colaborativa?

A menudo al hablar sobre la historia de la movilidad, del automóvil y de las ciudades simplificamos hasta llegar a la caricatura. Sepodría pensar que el automóvil fue una idea peregrina del siglo XX que se pasará, pero en realidad la movilidad mediante vehículo individual es una constante en la cultura mundial desde la alfombra voladora de Aladino.
Ahora bien, es cierto que el uso del automóvil en el siglo XX ha tenido unas consecuencias sociales negativas que un escenario de movilidad compartida en las próximas décadas podría revertir en cierta manera. El hecho de compartir bicicletas de alquiler, coches de alquiler o de volver a los transportes colectivos puede, a medio plazo, tener un impacto sobre la sociedad en forma de una cultura más colaborativa, menos individualista y más comprometida con la sostenibilidad como muy bien apuntaba José Baila Sarrado en un reciente artículo en su blog Moveiter.
Personalmente pienso igual. Es sólo cuestión de tiempo que lo descubramos.

Fuente: Library Of Congress | Moveiter
En Tecmovia: Pero ¿Habrá coches en el futuro? | Detroit no se hizo en un día | El Car Sharing hoy

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Luis Miguel Ortego

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