Cuando el pasado 5 de diciembre falleció el arquitecto Oscar Niemeyer se cerró una página de la historia que llevaba 80 años abierta. Niemeyer era el último superviviente de una generación de arquitectos que cambió la forma del mundo para siempre. En las muchas noticias referidas a su muerte una referencia ha sido constante: los edificios principales de Brasilia, la moderna ciudad construida para albergar la capital de la nación brasileña. Pero ¿Qué tiene que ver esto con la movilidad y el automóvil como para ocupar un espacio en Tecmovia? En realidad tiene mucho que ver con la idea de movilidad sostenible y nuestras ciudades actuales.
Brasilia fue, a su inauguración en 1960, una ciudad del futuro. Una urbe diferente a las de principios del siglo XX, amplia, luminosa, descongestionada y repleta de zonas verdes. Una gran ciudad construida según planteamientos urbanísticos modernos que apostaban por un futuro como ese… en 1930. Para cuando Brasilia entró en funcionamiento el Futuro había cambiado de sitio. El automóvil iba a ser el protagonista de las ciudades, pero no aportando velocidad y tecnificación, como se pensaba tres décadas antes, sino congestión, contaminación y problemas, como se descubrió apenas 10 años más tarde. Sin embargo, algunos de los principios urbanísticos de Brasilia se exportaron parcialmente al resto del mundo y así las ciudades americanas del «Baby Boom» y algunas nuevas ciudades europeas compartieron su ADN. En la actualidad la ciudad creada según una visión del mundo inspirada por el automóvil y el transporte rápido trata de desandar ese camino con una fuerte inversión en transporte público.
Una ciudad para la humanidad…
Antes del Movimiento Moderno no existían los bloques de viviendas con forma de caja, las avenidas de alta capacidad, las zonas verdes urbanas… Las ciudades modernas y sus elementos fueron «inventados» por los arquitectos de eso que llamamos Movimiento Moderno. A diferencia de las sucias y oscuras urbes del siglo XIX en las que imaginamos a Oliver Twist, ellos crearon metrópolis modernas y llenas de tecnología en las que imaginamos a Flash Gordon. Pero nunca hasta Brasilia se pudo construir una de estas urbes desde la nada.
Promovida por el presidente Juscelinho Kubitschek para ser la nueva capital y sede del gobierno de Brasil, el urbanista Lucio Costa y el arquitecto Oscar Niemeyer ganaron el proyecto entre más de 5000 candidatos. Las obras comenzaron a finales de 1956 y tras 41 meses Brasilia era inaugurada en Abril de 1960 con unos 140 000 habitantes.
Su diseño estaba pensado para 500 000 habitantes a partir de dos ejes: uno que contiene los edificios públicos y administrativos, y otro destinado a las viviendas. Brasilia causó tal impacto en la sociedad de todo el mundo que en 1987 fue la primera ciudad fundada en el siglo XX que se convertía en Patrimonio de la Humanidad.
Niemeyer (cuya última obra fue el Centro Niemeyer de Avilés) construyó los edificios más destacados de la ciudad como el Congreso, el Palacio de Planalto (sede de la presidencia) o la inimitable catedral. El brasileño apostó por una arquitectura totalmente renovadora dentro del Movimiento Moderno, abandonando las estructuras metálicas en favor del hormigón y las formas rectas en favor de las más curvas y orgánicas. Los edificios de Brasilia son el primer paso de una nueva manera de entender la arquitectura moderna compartida por otros arquitectos como Saarinen, y sin ellos no se entendería el poder evocador de esta ciudad.
… hecha por Volkswagen hiperinteligentes
Pero Brasilia nacía anticuada porque su plan provenía de aquellos que se mostraron fascinados por ese nuevo invento llamado «automóvil» que no cabía en las apelotonadas ciudades del siglo XIX. Tras sus enormes zonas verdes se esconde una radical zonificación cuyas necesidades de desplazamiento son casi imposibles de cubrir por el transporte público y sólo son accesibles en coche privado. Grandes avenidas impracticables para los peatones y distancias enormes entre puntos de referencia. Más que siguiendo el «Modulor» de Le Corbusier, Brasilia parecía hecha según los planos de algún coche.
La coincidencia hizo que pocos años antes, en 1953, se hubiese fundado la división brasileña de Volkswagen, y desde 1957 Vemag fabricase bajo licencia coches de la marca DKW (una rama de Auto – Union). Una popularizacion del automóvil que encajaba en la nueva ciudad como en ningún sitio. Quizá por eso Julian Dibell dedicó su despiadada descripción a la ciudad diciendo que «Brasilia parece querer dar la impresión de no haber sido construida por terráqueos. Una raza de Volkswagen hiperinteligentes quizá, o de alienígenas que hablasen un lenguaje hecho de axiomas euclidianos podrían haberse sentido como en casa en esta zona escasa de aceras con perfectamente fluidas arterias de asfalto y líneas de diseño implacablemente limpias. Pero no una especie endeble y descuidada como el Homo Sapiens». Aunque un astronauta, Yuri Gagarin, explicó esa extraña sensación de una manera más sencilla cuando visitó la ciudad en los años 60 y dijo sentirse «como si hubiese aterrizado en la superficie de otro planeta».
Brasilia contra el paso del tiempo
Nada queda más rápidamente obsoleto que las expectativas del Futuro. La luminosa y ultramoderna Brasilia que atrajo a ciudadanos de los cuatro costados del país, sólo tardo 10 años en alcanzar su expectativa máxima de pobladores y comenzaron a surgir barrios desordenados en los alrededores aumentando los problemas de servicios, movilidad y transporte. En la actualidad, 50 años después de su fundación, Brasilia tiene 2’5 millones de habitantes, 5 veces más de la población para la que se planificó, pero aún hay otro factor que ha desbordado las previsiones de Costa y Niemeyer.
Cuando la ciudad comenzó a poblarse de esos Volkswagen y DKW, Brasil tenía 20 coches por cada 1000 habitantes. Hoy esa tasa es 9 veces mayor (178) y su crecimiento es vertiginoso, con el consecuente problema de congestión, contaminación, gasto energético etc. El gobierno de la región trata de contrarrestar esta ruta suicida con una fuerte inversión de casi 270 millones de dólares en un programa de transporte urbano del distrito federal cuya primera fase acaba en 2013.
Los edificios que Niemeyer proyectó en Brasilia siguen teniendo un enorme poder evocador. Sus formas curvas y su uso del hormigón han llegado hasta nuestros días con una vigencia casi intacta. Sin embargo Brasilia como proyecto urbano ha sido un fracaso estrepitoso porque sus principios habían quedado ya anticuados en el momento de su construcción. Un rígido plan urbanístico sumado a la evolución de la población y de la venta de automóviles ha dificultado mucho cualquier posibilidad de ajuste. Y el resultado de confundir «espacio» con el concepto de «lugar», que precisa de las personas (y no los coches) para llenarlo de contenido, tiene un alto coste social y económico.
En un tiempo como el presente donde tanto esfuerzo dedicamos a intentar desentrañar el futuro de la movilidad y las ciudades, Brasilia es una gran enseñanza. Algo que no debería repetirse en proyectos como Masdar.
Fuente: Gobierno de Brasil | Banco Mundial | Secretaría de Estado de Transportes del Distrito Federal de Brasilia | Centro Niemeyer | Julian Dibell | Oscar Niemeyer
Fotos: Brasil.gov.br | Audi Media Services | Masdar City
En Tecmovia: ¿Acertaremos nosotros? El futuro del transporte privado hace 70 años | Las ciudades en la era del automóvil