Si la dichosa profecía acierta, el domingo que viene no podréis leer mi columna en Tecmovia. Pero como nuestro afán por la información sobre la nueva movilidad va más allá de los apocalípsis me preguntaba mientras escribía: «Y si se acaba el mundo el viernes… ¿donde echaremos gasolina el sábado?». El caso es que el cine y la cultura popular están llenas de imágenes de «los fines del mundo», sean estos colapsos del sistema o cataclismos naturales, y siempre los coches juegan su papel. Los hay desde el desastre tecnológico que causa el caos de las comunicaciones como en la anciana «Metrópolis», hasta la salvaje sociedad postapocalíptica que guerrea por la gasolina de «Mad Max».
La broma sirve para ilustrar lo ajenos que somos los usuarios al costoso sistema que permite que la energía llegue desde su fuente hasta nosotros, y lo dependiente que es nuestro mundo moderno de estas redes y sistemas. Para repostar nuestros coches de gasolina o gasoil hace falta una compleja red de distribución a nivel mundial cuyo equilibrio es más frágil de lo que parece, y aunque la energía eléctrica es más fácil de producir en cualquier lugar, también requiere de grandes sistemas si hablamos de distribución a gran escala. Nuestra movilidad depende mucho de grandes sistemas globales, pero ¿Si estos fallasen, podríamos movernos en coches?, ¿Sería posible tener vehículos que se moviesen con una energía más fácil de obtener y distribuir?. Casos no faltan, a veces muy singulares…
Como el viento
Con lo que sabemos hoy, ¿seríamos capaces de tener una movilidad verdaderamente operativa sin depender de las grandes redes de transporte de energía a nivel mundial? Desde luego no para los 1000 millones de coches que hay en el mundo hoy en día, pero eso no quiere decir que tuviésemos que hacernos criadores de caballos.
Podríamos pensar en dotar a los coches eléctricos de medios para recargarse a sí mismos con el movimiento y no depender de una red de energía. Pero aunque hay patentes para instalar generadores en los coches con los que cargar las baterías sobre la marcha, más que las petroleras o las eléctricas las principales enemigas para estos sistemas son las leyes de la Termodinámica. A lo más que llegan estos mecanismos es a la recarga parcial, por ejemplo en forma de «frenada regenerativa», pero sin llegar a hacer a los vehículos completamente autónomos.
Pero siempre hay atajos. Si no nos importa mucho el diseño ni tenemos que transportar a muchos pasajeros, una especie de velocípedo con un aspa de aerogenerador sobre la parte trasera, el Blackbird de Rick Cavallaro, puede ser nuestro coche. Este ingenio se desplaza con la energía del viento por medios mecánicos (no eléctricos) y según sus creadores, puede circular a mayor velocidad que el aire que lo propulsa tanto en contra como a favor. En caso de ser cierto parece que este artefacto dejaría a los amiguetes de «Mad Max» a la altura del barro…
El viento, como el sol, son energías inagotables y gratuitas, de ahí que Cavallaro no sea el único en pensar en este fenómeno como medio para desplazarse. El año pasado contábamos la estimulante propuesta de Thierry Dumain en el Michelin Challenge Design 2011 con su «Ventile». Se trataría de un coche híbrido (gasolina y eléctrico) que incorporaría un tercer sistema motriz a base de una turbina eólica instalada en el fondo del coche que movería las ruedas, y estas a su vez ayudarían a recargar las baterías como pequeños aerogeneradores. Todo un derroche de imaginación cuya eficiencia habría que demostrar pero que, en cualquier caso, demuestra el interés por aprovechar el viento como energía alternativa a la movilidad… sin necesidad de instalar velas a nuestros coches.
Mientras el sol siga brillando…
Evidentemente las energías primarias de la tierra parecen el primer recurso para crear vehículos capaces de moverse a si mismos sin necesidad de una red de recarga o repostaje. Desde hace 25 años el «World Solar Challenge» demuestra cada dos años que se pueden cubrir grandes distancias con una pequeña cantidad de energía. El reto consiste en una carrera de 3000 km entre las localidades de Darwin y Adelaida, en Australia en la que los coches sólo cuentan con 5 KWh almacenados y el resto de su energía debe venir del sol o la recuperación por el movimiento del vehículo. El ganador del evento de 2011 alcanzó el objetivo con una media de 91’5 km/h, lo cual no está nada mal. Y no sólo por tierra, ya que hace unos meses también contábamos en Tecmovia la hazaña del MS Türanor, un barco movido únicamente por energía solar que dio la vuelta al mundo sin recargas en 584 días.
Pero los vehículos solares tienen sus pegas. La eficiencia energética de las placas del MS Türanor no llega al 20%, la superficie de sus placas supera los 500 m2 y con eso sólo puede desplazarse a bajas velocidades.
Los coches del World Solar Challenge son algo así como placas solares rodantes con minúsculos habitáculos para el conductor, sin espacio para pasajeros. Y sin un sistema de almacenamiento que complica mucho la estructura del vehículo, su utilidad nocturna o en climas nublados se reduce casi a cero ¿Sería entonces la energía solar una alternativa para la movilidad independiente? No a corto plazo, pero en tanto las placas solares alcanzasen un rendimiento suficiente permitirían crear vehículos autónomos con los que desplazarse, si bien seguramente muy diferentes de nuestros coches actuales.
Hace unos meses contábamos el caso de un estudiante chino que había fabricado su propio coche eléctrico y lo había dotado de placas solares para aumentar su autonomía. Mucho más cerca, en Lérida, un equipo de alumnos del Instituto de Educación Secundaria Caparrella ha creado su propio coche eléctrico movido por energía solar. Si bien la fabricación de placas fotovoltáicas es el verdadero «cuello de botella» de la movilidad solar, esta energía que se encuentra repartida por todo el planeta y es gratuita e ilimitada es una opción que no debemos descartar para el futuro. En el futuro del cine ya lo hemos hecho, como en «Looper», repleta de inquietantes coches actuales adaptados a energía solar en 2040…
¡Traed madera!
Se pueden hacer coches que funcionen con yogures, con aceite de girasol, o con madera, como el Beaver XR7 del que ya hablamos aquí. Pero un colapso del sistema global de transporte de energía significaría muchas cosas más que el simple hecho de que no tuviésemos donde repostar, el primero un bloqueo casi total de la industria mundial. Y eso quiere decir que la movilidad tal y como hoy la entendemos se vería muy comprometida. Existen alternativas para mover vehículos con bajos niveles de eficiencia o sólo realizables a pequeña escala. Fabricar gasolina en pequeñas cantidades es relativamente sencillo y no requiere un gran nivel tecnológico pero hacerlo a la escala necesaria sólo para una pequeña ciudad ya es otro asunto.
La energía solar parece una buena opción, pero la fabricación de placas es una actividad que requiere de un alto nivel de tecnificación no apto para ser desarrollado en cada pequeña comunidad, y los vehículos movidos con el viento son solamente una fantasía o una pequeña extravagancia.
Entonces ¿existen verdaderamente energías alternativas a escala global para nuestra movilidad? en mi opinión no. Pero no porque no se pueda desarrollar la tecnología, sino porque lo que debemos revisar es nuestra forma de movernos por el mundo. Nuestras ciudades, nuestros países y nuestro comercio mundial genera tal demanda de consumo de energía que no hay energía que al elevarla a escala global sea inocua para el medio ambiente ni amenace con extinguir las reservas.
Y eso es tan real que no hace falta que venga ninguna profecía de supermercado a amenazarnos.
Fuente: World Solar Challenge | Institut Caparrella | Fasterthanthewind | Tecmovia | La ruta de la energía
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