China se encuentra oficialmente en alerta desde ayer, domingo, por una densa manta de contaminación que cubre medio país. Los ciudadanos de la zona norte (incluyendo la capital, Pekín) han sido invitados a permanecer en sus casas en la medida de lo posible, utilizar mascarillas para salir al exterior y evitar el ejercicio extenuante. No es una historia de ciencia ficción ni una película apocalíptica, sino las consecuencias directas del «desarrollo al instante» que vive el país.
De momento, la nube permanecerá estática tres días más, hasta que la meteorología haga su trabajo de limpieza. Según la OMS, un nivel de partículas en suspensión de diámetro inferior a 2,5 micras (PM2,5) por encima de 25 microgramos / m3 se considera nocivo (Madrid está alrededor de ese nivel todo el año y nos echamos las manos a la cabeza). Pues bien, a las 20:00h del sábado, la medición realizada por la embajada estadounidense en Pekín arrojaba un valor de 886. ¿China se ahoga en su propio «progreso»?
Esta noticia se cruza con otra, según la cual un estudio elaborado por la universidad de Tsinghua señala que la emisión de partículas contaminantes de un vehículo eléctrico en China puede ser hasta cinco veces mayor que el de su equivalente de combustión, según la provincia en la que se recargue. La razón es que el mix de generación eléctrica en China incluye un 75% de carbón que, accidentes nucleares aparte, es lo más contaminante que hay.
Mientras tanto, el Hospital Infantil de Pekín, que culpa a la fuerte contaminación del incremento de enfermedades respiratorias, alcanzó los 7.000 pacientes / día. Por su parte, un estudio de Greenpeace cifra en 8.500 las muertes causadas en 2012 en Pekín, Shanghái, Cantón y Xian por la contaminación ambiental. China da algunas muestras de conocer el problema y también algunas señales de querer reconducirlo, pero la industrialización salvaje gana, por el momento, la partida.
Cabe recordar que las partículas contaminantes de las que estamos hablando se dividen, según su diámetro, no por capricho sino por el daño que pueden hacer. Así, las PM10 pueden ser inhaladas hasta las vías respiratorias bajas, las PM2,5 pueden penetrar hasta las zonas de intercambio de gases del pulmón y todavía las hay más pequeñas (100nm) que pueden entrar en el torrente sanguíneo. Cuanto más pequeñas, más se incorporan a nuestro organismo y más nos envenenan.
Dicho todo esto la cuestión es, a mi entender, si el gigante asiático no acabará pagando un precio inasumible por querer parecerse al mundo occidental (deseo que resulta totalmente comprensible) imitando y multiplicando también todos los errores de los que nosotros hemos tardado tanto tiempo en aprender y que está costando tanto esfuerzo reconducir. Como mínimo, la factura será elevada.
De momento, el modelo insostenible de sociedad en la que vivimos, lejos de detenerse, pisa de nuevo el acelerador. A este paso, nos iremos todos por el retrete abajo en menos de lo que se tarda en decir «China».
Foto: Flickr de the measure of Mike
Fuentes: The green car congress | El Huffington Post | Ecologistas en Acción (informe en pdf)
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