El siglo XX fue determinado por dos inventos cruciales casi simultáneos: el automóvil y el cine. Esta unión propició que desde muy temprano apareciese una estética de la movilidad individual cuya huella está en las películas, en el arte o en la publicidad. El coche privado no va a desaparecer del «menú» de movilidad a corto plazo pero su época dorada ha pasado y está perdiendo protagonismo a favor de medios de transporte público o medios de uso compartido. Como decíamos hace unas semanas, además de su eficiencia o coste económico, para que estos sistemas tengan éxito será clave su implantación en la cultura popular y en el imaginario colectivo de la sociedad. Entonces ¿Es posible una estética de la Movilidad Sostenible?
Piensa individual, actúa colectivo
La posesión y uso del coche privado han encontrado durante décadas un aliado perfecto en la cultura y la creación artística. La idea de conducir libremente evoca sentimientos individuales que son universales: libertad para elegir, control sobre el destino, afirmación de la personalidad, manifestación del éxito… Por ello los coches están construidos para recordar esos sentimientos mediante diseños atractivos y emocionales que expresan poderío y dinamismo ó fiabilidad frente a los elementos adversos. Así no es raro que, durante décadas, artistas, literatos, directores de cine o diseñadores hayan encontrado en el automóvil y su uso una perfecta metáfora de la vida y la sociedad.
En cambio cuando hablamos de Movilidad Sostenible (y en Tecmovia lo hacemos a diario) estamos invocando conceptos que afectan más a las identidades colectivas que a las individuales, ya que se trata de un campo de acción en la que se involucra toda la humanidad para preservar el planeta frente a su deterioro. El respeto por el Medio Ambiente o la Eficiencia Energética son ideas cuyo desarrollo puede suponer una limitación en esa individualidad sin compromisos, porque para que estos conceptos prosperen (por ejemplo, reducción de emisiones de CO2) hemos de limitar voluntariamente nuestra propia libertad (por ejemplo dejando de crear motores de gran cilindrada y potencia). Sin embargo el bien común todavía tiene que recorrer su camino dentro de la cultura popular hasta encontrar sus anclajes en nuestra imaginación.
El coche invisible
La Movilidad Sostenible tiene un serio hándicap para poder instalarse en nuestra cultura con una estética y una narrativa propias: su principal objetivo es, precisamente, ser invisible. Frente a los coches tradicionales, que emiten sonidos como reclamos, se muestran seductores aparcados en las calles, y compiten con los peatones por los espacios públicos, los medios de transporte sostenibles (incluidos los coches eléctricos) aspiran a formar parte del paisaje urbano sin acaparar protagonismo. El propósito del Car Sharing es retirar (y no añadir) coches de las calles, las bicis de los sistemas de «bike-sharing» se camuflan entre el mobiliario urbano, y los tranvías aparecen y desaparecen de las zonas peatonales sin apenas ruido. Y lo que es más llamativo: ninguno de esos medios tiene un dueño, sino que son de todos, o no son de nadie, algo que desactiva esa identificación antropológica de los individuos con sus coches.
¿Será posible crear novelas, películas u obras de arte que inserten estos elementos dentro de nuestro imaginario colectivo? Hace unos meses en Madrid, alguien preguntaba a James Ellroy (autor de novelas policiacas como «L. A. Confidential» y «La Dalia Negra»), si veía posible una persecución de cine negro con coches eléctricos. El americano, con su socarrón y provocador estilo contestó: «Un policía en un coche eléctrico sólo podría dar caza a un criminal que huyese en otro coche eléctrico, y la gente que conduce coches eléctricos no tiene agallas para cometer crímenes». Los coches eléctricos llegarán a alcanzar un gran atractivo pero su impacto cultural ya nunca será el de los coches del siglo pasado, y por tanto quizá no tenga sentido pedirles la misma capacidad de evocación. Las marcas se han revestido de imágenes corporativas que recuerdan su compromiso con el Medio Ambiente, pero sus productos más sostenibles, con la salvedad del Twizy, no tienen aún un lenguaje de diseño propio.
Diseñando el viaje: estética de la Movilidad Sostenible
Probablemente la «libertad» que prometía el coche hace un siglo ha perdido casi todo el sentido en el mundo moderno. La libertad individual se ejerce hoy por medios virtuales en Internet en redes sociales como Facebook, y es ahí donde la identidad se construye hoy en día.
Seguramente por esto mismo en el futuro próximo la estética de la Movilidad Sostenible estará más determinada por el diseño del desplazamiento que por el desplazamiento en sí mismo. ¿Cómo es esto posible? Sólo hay que mirar hacia abajo. El metro de Londres no está definido estéticamente por el diseño de sus vagones, sino por el esquema de su red ideado en 1933 por Harry Beck.
El diseño gráfico relacionado con las redes de transporte, o la cartelería interactiva de los dispositivos de realidad aumentada serán los nuevos iconos del desplazamiento y el viaje como en los años 50 lo fueron una rectilínea carretera y un volante. El diseño de los convoyes del tranvía o de las bicicletas importará menos que la «experiencia de usuario» con la que podamos acceder a ellos, y será ahí, en el campo del diseño de aplicaciones y entornos gráficos, donde se construya la estética de la Movilidad Sostenible.
El «Hombre de Marlboro», ese vaquero que expresaba en la publicidad el paradigma de la libertad en el mundo occidental fue creado en 1954, sólo un año después de que Ian Fleming escribiese la primera novela de James Bond. En «Skyfall», la última entrega de la saga del agente secreto, Bond persigue a otro personaje en el metro en medio de una multitud mientras se queja de que no consigue ver a su objetivo. «Es el Metro de Londres en hora punta, una experiencia a la que no estás acostumbrado», le dicen por radio. Los espacios en los que se está construyendo la estética del viaje moderno nada tienen que ver con aquellas llanuras del oeste americano ni con los paisajes de ensueño que Bond recorría con sus bólidos en los años 60. El metro, el aeropuerto, o el mapa GPS en un Smartphone son las nuevas metáforas del viaje, y los escenarios de las historias más asombrosas. Y es que, como en «Le vagabond de Saint Marcel», el corto de animación premiado con los Audi Talents Awards en 2012, los viajes empiezan en nuestras mentes sin que importe el vehículo ni el paisaje.
Fotos: General Motors | CAF | Transport for London | Daimler
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