Ultimamente cada vez que se habla de nuevas infraestructuras de transporte público, especialmente cuando se trata de obras de envergadura como tranvía o metro, aparece con rapidez la misma pregunta ¿Cuanto cuesta todo esto? En este tiempo en el que cada euro cuenta y los gastos públicos son mirados con lupa, algunos de estos proyectos están en el punto de mira, pero rara vez se formula la pregunta al revés ¿Cual sería el coste para la ciudad o el territorio si todas las personas que usan ese transporte público se desplazasen en vehículo privado? Según un estudio publicado en esta semana en Estados Unidos, la inversión en transporte público puede ser mucho más rentable en términos monetarios de lo que parece. A pesar de los altos costes de construcción y mantenimiento que a veces acarrean estas infraestructuras, el balance es muy positivo si se compara con los costes causados por los mismos usuarios desplazándose en coche privado.
Facturas frente al coste de lo invisible
Una de las muchas consecuencias de la crisis ha sido el colapso de la inversión pública en todos los sectores o, para ser precisos, una nueva actitud hacia el gasto público producto de las políticas de austeridad impuestas a buena parte de los países de la Eurozona. ¿Cómo influye esto sobre la movilidad en nuestras ciudades? Dado que muchos de los sistemas de transporte público dependen de fuertes aportes de dinero público que nunca se recuperan con los ingresos generados, no es difícil imaginar que el impacto es negativo.
Aunque hasta hace poco ese déficit se veía como un mal necesario, las políticas de reducción del gasto también han alcanzado a estos servicios traduciéndose en la merma de las frecuencias, alza de las tarifas y congelación de proyectos de nuevas líneas o infraestructuras.
Sin embargo los beneficios que producen los sistemas de transporte público en las ciudades no pueden calcularse únicamente en función de lo que recauda el billete sino que conviene analizar de forma más amplia y compleja su influencia en la dinámica de las ciudades. Conocemos el coste de instalación y operación de un tranvía, un metro ó una línea de autobús pero… ¿Cuanto supone a una ciudad anualmente el mantenimiento de sus calles, su señalización, los incidentes causados por el tráfico, los problemas de salud causados por la polución, o la cantidad de horas de trabajo perdidas en atascos? Sin esos sistemas de transporte público ¿Cual sería el gasto en movilidad? Desde la mera construcción de mantenimiento de infraestructuras, hasta las consecuencias derivadas de un crecimiento urbano a la medida del coche privado, las respuestas siempre apuntan muy alto.
La economía de un mundo sin coches
Los coches se han hecho tan familiares en nuestras ciudades que las servidumbres a las que nos obligan nos pasan desapercibidas. Sin embargo los transportes públicos y alternativos pueden corregir estas servidumbres en tanto ayuden a reducir el número de vehículos privados en circulación y con ellos todas sus necesidades asociadas. Por ejemplo, la tendencia de construir centros comerciales en las periferias de las ciudades obligado a adaptar sus redes viarias a picos de demanda de tráfico muy altos en cortos periodos de tiempo, generando infraestructuras sobredimensionadas de alto coste sin retorno directo para la administración.
En la misma línea, apenas solemos reflexionar sobre el espacio ocupado por los coches cuando están aparcados (más del 90% de su vida útil)… ¿Cuantos ingresos directos e indirectos podría devolver todo ese suelo, a menudo ubicado en las zonas más compactas de las ciudades, si se transformase en suelo comercial o de servicios? ¿O cuanto beneficio podría aportar en forma de captura de CO2 si transformase en zonas verdes?
Cambiar coches en circulación por medios de transporte público colectivo tiene además beneficios directos en términos de salud, y no sólo por cifras como la de atropellos mortales en ciudad (217 en toda España en 2011). En ese mismo año un estudio del Centro de Investigación en Epidemiología Medioambiental de Barcelona estimaba que la reducción de emisiones de CO2 que propiciaba el sistema «bicing» (en torno a 9000 toneladas de CO2 de ahorro) conseguía evitar 12 muertes al año en la ciudad, cuantificando los beneficios de la bici urbana más allá del bucle coste-retorno.
Confrontando costes: el caso de la huelga de Los Angeles
El estudio de Michael Anderson publicado hace apenas unos días en Estados Unidos plantea una visión de los costes del transporte público muy diferente y reveladora aunque proceda de un país en el que menos del 10% de los desplazamientos se hacen por ese medio. Basado en la huelga de transportes que tuvo lugar en Los Angeles en 2003 y que paralizó el transporte público durante 37 días, se analizó el impacto del transporte público en el tráfico rodado de la ciudad, observando los picos de afluencia en hora punta y comparándolos con otros días en los que el sistema de transporte público funcionase normalmente. El resultado es que la congestión del tráfico, teniendo en cuenta toda la red, aumentó hasta casi un 50% en esos momentos de hora punta, o dicho de otra manera, permitió comprobar que el transporte público evitaba que muchos más conductores se sumasen a las arterias principales causando más retrasos en la circulación. Anderson cuantificó ese «retraso evitado» según las tarifas medias de la hora de trabajo en esa ciudad, y al comparar las horas de trabajo perdidas con el coste de instalación y operación de los trenes y metros encontró que el beneficio monetario del transporte público supera al coste de su instalación, incluso en el peor de los escenarios. Dicho de otra manera, cuando se tiene en cuenta el alto coste económico que la congestión del tráfico causaría de no existir ese transporte público, la rentabilidad económica de su instalación se hace aún más evidente.
El caso americano no puede exportarse directamente a Europa, donde la importancia del transporte público es muchísimo mayor, y menos aún viniendo de una ciudad como Los Angeles. Pero la idea general ha de ser tenida en cuenta: la rentabilidad de los transportes públicos no se debe medir sólo con los ingresos por venta de billetes, sino que ha de tener en cuenta muchos más factores. En un momento de dificultad en el que muchos de nuestros hábitos están cambiando a la fuerza, es el momento de apostar con firmeza por el transporte público, como decíamos hace unas semanas. Pero el argumento no sólo apela a cuestiones teóricas sobre el modelo de ciudad, sino que desvela sus beneficios económicos para las ciudades. La inversión en transporte público aunque sea inicialmente deficitaria, producirá a la larga muchos más beneficios económicos a la ciudad que si se deja que sea el coche privado el que marque la línea a seguir.
Fuente: Public transportation relieves traffic, just not everywhere | ¿Cuantas vidas salva el bicing? | El multimillonario coste del tranvía de Zaragoza, en el punto de mira | Metro ligero, tranvía y tren-tram ¿En qué se diferencian?
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